viernes. 29.03.2024
globalizacion

Los generosos recursos tecnológicos y financieros dedicados a predecir el futuro están fracasando. Las previsiones de Huntington en “El choque de Civilizaciones” o Fukuyama en “El fin de la historia” mueven a risa. Sesudos geopolíticos nos previenen de la nueva amenaza en forma de la China emergente, todo el mundo se convierte en experto en la nueva economía, se hacen previsiones sobre el calentamiento global…y, de pronto, aparece un factor imprevisto (humano) que rompe la racionalidad de lo programado. Un excéntrico autócrata de un país dado por muerto en el teatro de la Historia inicia algo “imposible”: ¡una guerra en Europa! (conocidos somos los europeos por nuestro talante pacífico y civilizado…).

Putin se une a la galería de monstruos como Hitler o Stalin que, pensamos, escapan a la racionalidad del sistema: son anormalidades que crean el caos... Porque resulta aterrador reconocer que el caos es la norma que crea el monstruo y que Hitler, Mussolini y Putin son criaturas, que no creadores, de ese cáncer llamado nacionalismo. Reaparece ahora este último cuando la sociedad, consciente de la avería del “ascensor social”, lleva tiempo angustiada por una interminable crisis que encadena episodios como la Gran Recesión del 2008, el COVI del 2020 y ahora, la guerra de Ucrania.

Este tipo de monstruos unen a las sociedades mediante el miedo al Otro. El Mal está fuera de nuestras fronteras. Para los rusos, Putin es el gran líder restaurador de su dignidad colectiva. Para “Occidente”, el Anticristo.

Apoyándome en este principio del caos, por definición inaprensible, me libero de la inútil tarea de pronosticar el futuro y recurro a una vía de conocimiento más segura y asequible (y, a veces, útil): la experiencia. Cuyo relato se llama Historia.

En una historia tan larga como la de la Humanidad parece que la continuidad es la norma de vez en cuando rota en puntos de inflexión que llamamos hitos o jalones, convenciones útiles para periodificar en épocas susceptibles de comparar. Por ejemplo, en este momento en que afrontamos un cambio de época cuyo jalón se inicia en la década de los ochenta, los hitos nos permiten entrar en comparaciones inimaginables (pero si ponemos la coletilla “la historia no se repite”, se consigue respetabilidad).

Es moda comparar la actual crisis con la Europa de los treinta porque, mientras más cercano sea el modelo más visible son las similitudes. Sin embargo, por razones lúdicas, he elegido remontarme a mil años por las resonancias proféticas de la palabra milenio.

El gran miedo

Al acercarse el primer milenio, la Cristiandad se hallaba angustiada por las invasiones. Por el Norte los vikingos, por el Este los húngaros, por el Sur los sarracenos…desde hacía cuatro siglos la cosa no dejaba de empeorar. Todo presagiaba el fin del mundo.

En el flanco sur el avance del islam se hallaba precariamente detenido en el Duero por razones demográficas, aunque la superioridad de la civilización andalusí no invitaba a la esperanza cristiana. Los cristianos invadidos no eran molestados en demasía por los ocupantes, más atentos a razones económicas que al proselitismo religioso: al no pagar impuestos los musulmanes, las nuevas autoridades no tenían interés en perder una fuente de ingresos que desaparecería en caso de conversiones masivas al islam. Por la misma razón, los cristianos renunciaban a mansalva a su fe para no pagar impuestos, hasta el punto de que algunos obispos andaluces, como San Álvaro en Córdoba, provocaron las persecuciones en el entendimiento de que el martirio eleva la moral de las masas.

Resumiendo, en el siglo VIII, la Cristiandad hispánica se encontraba dividida entre resistentes ultramontanos exiliados en los montes cántabros y colaboracionistas con las autoridades ocupantes (considero apropiados los términos apocalípticos e integrados).

Las catástrofes propician la literatura y la invención, y así, para levantar la moral de los afligidos cristianos, los apocalípticos idearon, a principios del siglo XI, dos instrumentos propagandísticos que funcionaron: el Beato de Liébana y el Camino de Santiago.

Comenzó el asunto un obispo de Osma de nombre Eterio cuando desde su exilio militante en el monasterio de Liébana, donde apadrinaba a un fraile intelectual de nombre desconocido, apodado el Beato, acusó de herejía a Elipando, arzobispo de Toledo, máxima autoridad de la cristiandad ibérica, residente, como era costumbre, en su sede donde no era molestado por el califa. El emperador franco Carlomagno, protector y jefe real de la Iglesia, terció en la disputa, convocó un concilio y condenó al arzobispo por hereje.

No cesó aquí la militancia de estos ultramontanos. Sobre el año 776, el Beato escribió unos comentarios sobre el Apocalipsis de San Juan. Este texto del evangelista está redactado en forma de alegorías sobre la lucha entre el Bien y el Mal (el Anticristo). Se acerca el fin de los tiempos y a la Iglesia moribunda le afligen innumerables catástrofes. El relato más conocido de estos comentarios es el de los cuatro jinetes de la Apocalipsis: el del caballo blanco (la gloria), el rojo (la guerra), el negro (el hambre) y el bayo (la muerte). El fin de los tiempos se realizará en la batalla de Armagedón donde el Anticristo será vencido y comenzara un nuevo mundo, previo un Juicio Final en el que los malos irán al infierno y los buenos a la gloria.

Este texto esperanzador, muy oportuno en aquellos nefastos tiempos de la Cristiandad ibérica, tuvo una importancia propagandística impresionante. Pronto se extendería a las masas analfabetas mediante su inclusión en las misas, en las que el sacerdote lo leía junto al Evangelio, dominando durante tres siglos la iconografía de las iglesias. Al final del siglo X, con el invencible Almanzor percibido como Anticristo, el terror alcanza su cenit y comienzan a editarse unos libros de lujo miniados sobre esos comentarios, conocidos como los Beatos, que constituyen una de las más importantes aportaciones a la cultura de la Alta Edad Media. Existen ediciones hasta el siglo XIII, lo que nos da idea sobre su permanencia.

Y llegó el año mil sin que se acabaran los tiempos, fallando los apocalípticos como profetas, pero habiendo transformado radicalmente la realidad simbólica: de la Cristiandad menguante se pasó a la Cristiandad triunfante.   Y la frontera (la Extremadura) saltó del Duero al Tajo.

¡Cristo oyó a su pueblo!

Ciertamente hay explicaciones laicas del milagro:

En el siglo XI se produjo una revolución tecnológica: las mejoras en el equipamiento de los animales de tiro junto con el arado de vertedera habían permitido multiplicar la extensión de los cultivos en la Europa húmeda y ese incremento de productividad agrícola permitió una explosión demográfica y la reaparición de las ciudades. La utilización del estribo supuso la aparición de la caballería pesada y la organización feudal que prevaleció militarmente sobre el Islam hasta el siglo XV.

En el campo político, el Califato de Córdoba se disolvió en multitud de reinos taifas a causa esencialmente de los conflictos sociales entre la mayoría pobre bereber (el campo) y la minoría dirigente árabe (la ciudad), mientras en la Hispania cristiana se producía una tendencia imparable hacia la centralización del poder mediante el fortalecimiento de las monarquías.

En lo ideológico, la idea de “cruzada” había permitido una ritualización de la violencia feudal dirigiéndola hacia un enemigo común exterior. Las necesidades bélicas de los segundones nobles (el ascensor social) se encauzaron hacia Oriente Próximo, el Este de Europa y la península ibérica (de forma muy insuficiente, eso sí, pues “Occidente” siguió arrasado por la violencia señorial). El Camino de Santiago se convirtió en la principal vía de importación de las corrientes culturales europeas. Hasta ese momento, el factor religioso no parecía ser la causa determinante las guerras al norte del Duero: el número de castillos levantados contra los sarracenos no parece que superara al de los construidos frente a aragoneses y navarros en la frontera soriana. A través de ese camino los francos nos exportaron, ya en siglo XI, la ideología de “las cruzadas”, tan enraizada en las derechas españolas (la última la emprendió un famoso Caudillo Franco). Se trataba de una idea fuerte: matar cristianos conducía al infierno, matar infieles, al cielo.

También el poder de la Iglesia sale reforzado a través la explosión de monasterios repobladores, la reforma gregoriana y el papel arbitral y legitimador del Papa sobre los soberanos.

Se refuerza la legitimación de la sociedad estamental jerárquica formada por los que oran, los que guerrean y los que trabajan.

Resumiendo, en el siglo XI se producen cambios radicales en el campo material…y el simbólico.

Analogías y discordancias

A partir de esa historia, escrita como divertimento lúdico, cabría establecer explicaciones del presente y previsiones del futuro. Como soy discreto, prefiero señalar analogías y discordancias intrascendentes; es más divertido y veraz.

La analogía más clara entre aquel ocaso del primer milenio y el comienzo de éste es el estado de pánico colectivo latente ante unas amenazas que no tienen nada de imaginarias y son totalmente reales.

Pero Occidente no es ya una sociedad triestamental, regulada y jerárquica. Ahora es una sociedad liberal muy compleja en que las diferencias sociales se podrían concretar en dos clases sociales: la media aspiracional que llamaremos gente (hasta hace poco, los trabajadores formaban una clase social, pero la cultura hegemónica liberal ha impuesto su sentido común y convertido la clasificación “trabajador” en humillante:  aspiran a ser calificados como clase media.) y las elites (que curiosamente, a veces, se autocalifican discretamente de clase media). La desigualdad social, sigue siendo tremenda, en pleno periodo de aceleración. La gente percibe o sabe que esa clase media a la que aspiraba tiende a hundirse por su parte baja. Ese miedo abstracto se incardina en un Anticristo multiforme: la globalización, los inmigrantes, los burócratas europeos, los islamistas, los comunistas, los políticos, los funcionarios que viven de sus impuestos…o la China.

Gran parte de esta gente percibe que el Estado de Bienestar que los acogía ahora los fríe a impuestos con los que financiar a las clases no productivas: funcionarios, parados, vagos subvencionados, jubilados…La democracia representativa es cada vez más inútil para resolver sus problemas: añoran un hombre fuerte que sepa lo que conviene a su pueblo y no necesite de los políticos ni instituciones como intermediarios inútiles.

Ahora, su refugio ya no es la Iglesia, sino la nación o, como mucho, Occidente. Un territorio exclusivo y excluyente, con fronteras donde pobres y ricos nativos conviven en una unidad de destino en lo universal. Vuelve Horacio con su “es bello y honroso morir por la patria” y las guerras nacionales aplazan los conflictos de clase.

En fin, la búsqueda de analogías siempre da mucho juego…

Mas llamativas son las discordancias. Una de ellas inquietante. En las grandes crisis, los cambios materiales producen cambios en lo simbólico. Es en campo de lo simbólico donde se dinamizan las acciones que cambian la realidad, Sin embargo, en esta ocasión la revolución tecnológica no va acompañada de un cambio de paradigmas. Los nuevos sujetos históricos (¿clase media?) no parecen moverse por valores diferentes a los neoliberales que todo el mundo culto da por muertos…

En ese contexto de crisis, las izquierdas institucionales o transformadoras, apocalípticas o integradas, sistémicas o antisistema se han convertido en una izquierda silente. Callan porque, en lo económico, no tienen nada propio que decir. Sus intelectuales están en fase de regodeo racionalizando su fracaso político y social mientras los cambios se aceleran y no hay masas que los echen de menos. Sus votantes tradicionales se retiran en lo individual y la abstención.

Por supuesto no son las cruzadas ni los beatos los instrumentos simbólicos que vayan a dinamizar la actual sociedad. Pero ¿como se explica que esta revolución tecnológica que está produciendo cambios acelerados en la sociedad carezca de relato de izquierdas que la cuente? ¿acaso la izquierda es tan racional que no necesita de lo simbólico para transformar la sociedad? ¿también la esperanza ha devenido reaccionaria? ¿la izquierda espera que la revolución tecnológica, por sí sola, llevará a la Humanidad por la senda del progreso...? ¿se considera a sí misma ya innecesaria?

En fin, mientras nuestros políticos y cabezas de huevo elaboran un metarelato exquisitamente racional yo me refugiaré este Primero de Mayo en los efluvios simbólicos de la mani y posterior chateo con compis raros entre los que me encuentro como Dios.

Antonio Sánchez Nieto. Colectivo Hormigas Rojas.

Comentarios al apocalipsis. (Allegro ma non troppo)