sábado. 20.04.2024
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A pocos días de que el presidente chileno, Sebastián Piñera, decretara el Toque de Queda en las ciudades de Santiago, Valparaíso y Concepción, salió a la luz la conversación telefónica entre Cecilia Morel, esposa del primer mandatario, y una amiga: "Estamos absolutamente sobrepasados, es como una invasión extranjera, alienígena, no sé cómo se dice. Por favor, mantengamos nosotros la calma, llamemos a la gente de buena voluntad, aprovechen de racionar las comidas y vamos a tener que disminuir nuestros privilegios y compartir con los demás". El incremento en el precio del metro de la capital chilena había marcado el inicio de una oleada de protestas que, en realidad, se trataba de una catarsis, del hartazgo de esa facción de la ciudadanía que ya no tenía nada por perder.

“No son 30 pesos. Son 30 años”, fue el grito de una batalla que logró trastocar los cimientos de una tradición neoliberal instalada a fuerza de represión. El estallido del descontento movilizó al pueblo. Las plazas se colmaron de dignidad. Bastaron 30 pesos (4 céntimos de Euro) para que el “modelo chileno” sucumbiera y dejara al descubierto su cara más espantosa. El experimento económico de corte neoliberal extremo impuesto por la fuerza durante el período de Augusto Pinochet, terminó explotando en las calles, cobrándose vidas en una democracia mal parida que ahora Chile deberá revisar.

Los alienígenas, a los que temía la esposa de Piñera, reclamaban por los estragos del modelo. Un modelo basado en la liberalización total de los mercados y en el monetarismo financiero; en la privatizaron de casi todas las empresas públicas, de las pensiones, los servicios de salud, de la educación, de la vivienda protegida. Un modelo que dejaba a millones de chilenos viviendo en la pobreza más extrema, sin derechos e invisibilizados por los medios de comunicación del poder que relativizaban las estadísticas, refutaban el hambre y criminalizaban la protesta social.

No sirvió el toque de queda para silenciar el grito ahogado durante treinta años; el grito de una Chile que, como cantaba Violeta Parra “limita al centro de la injusticia”

Desde el restablecimiento de la democracia en 1990 en Chile continuó rigiendo la Constitución pinochetista, aquella que legalizó el desastre económico y agudizó las desigualdades. Ningún partido ni gobierno se atrevió a modificarla, lo cual provocó que la agresividad económica del modelo se perpetuara, dejando sin oportunidades a millones de personas.

Pero los “alienígenas”, a pesar de la represión, las torturas y los encarcelamientos, continuaron en las calles, resistiendo balas e infamias, desmintiendo la “realidad oficial” y dejando al desnudo una verdad dolorosa: Chile es uno de los países con mayores desigualdad económica del mundo. No sirvió el toque de queda para silenciar el grito ahogado durante treinta años; el grito de una Chile que, como cantaba Violeta Parra “limita al centro de la injusticia”.   

Ahora resuenan los ecos de la victoria, del desafío histórico hacia una nueva Constitución. Más justa, más equitativa, más humana. Chile vive una hora crucial. La hora de los alienígenas.

Chile: la hora de los alienígenas