viernes. 29.03.2024
ASSANGE

"La democracia necesita rehabilitación. No creer en una democracia significa que, con el tiempo, la gente que da la espalda a la democracia tendrá un dictador y la dictadura lleva a la guerra. Ese es el siguiente paso. Así que seamos directos: si rechazamos la democracia, aceptamos la guerra”, Dmitri Muratov.


El pasado 10 de diciembre Maria Ressa y Dmitri Muratov recibían el Premio Nobel de la Paz. "Por sus esfuerzos para salvaguardar la libertad de expresión, que es una condición previa para la democracia y la paz duradera”, destacaba el Comité noruego cuando anunció el nombre de las personas galardonadas. Se cumplía el 73 aniversario de la adopción por parte de la Asamblea General de las Naciones Unidas de la Declaración Universal de Derechos Humanos, y como cierre de la jornada; el Tribunal de Apelación de Londres fallaba en contra de Julian Assange, fundador de Wikileaks. El mensaje era claro: la justicia británica protege las patentes occidentales del derecho a la información, la libertad de expresión, y por supuesto de la defensa de los Derechos Humanos. Ya que occidente ha impuesto el relato de que en los países que forman parte de este lugar del mundo no existen los abusos. Tal vez algunas anomalías que la justicia y los parlamentos algún día corregirán, porque el sistema es implacable también en su eficacia.  

Siguiendo esta lógica, el Parlamento Europeo concedió Alexéi Navalni el Premio Sájarov de este año, “por su campaña contra la corrupción del régimen de Vladimir Putin, que ha ayudado a exponer abusos y a movilizar el apoyo de millones de personas en Rusia. Por eso fue envenenado y enviado a prisión”, destacó el presidente de la cámara David Sassoli. 

La preocupación por la libertad de prensa por parte de la UE llevó a instaurar el premio Daphne Caruana Galizia. Aunque en realidad nunca llegara a poner en cuestión a Malta por el asesinato de la periodista que investigaba la vinculación de los papeles de Panamá con el primer ministro Joseph Muscat, y la corrupción de su gobierno.

La lucha contra la extradición a Assange es una de las batallas de nuestro tiempo, aunque al fundador de Wikileaks nunca le concedan el Premio Nobel de la Paz

Desmontar las razones que proyectan a occidente como el faro de la civilización se paga caro. Las revelaciones de Wikileaks más que resultar incómodas para los ejecutivos de los países enriquecidos, son torpedos en la línea de flotación. Por eso EEUU, apoyándose en sus socios -la UE, el Reino Unido y los países de la OTAN- protege militarmente la patente de los Derechos Humanos, y por supuesto también lo hace a través de los tribunales. En su lógica Julian Assange debe recibir un escarmiento ejemplar que amedrente a quienes recorren la senda que Wikileaks abrió. Cabe recordar que el Gobierno británico llegó a amenazar con invadir la embajada de Ecuador en Londres si no se le entregaba al periodista australiano. Con este descaro, tras fracasar en su propósito, bajaron levemente sus niveles de arrogancia pero mantuvieron el asedio a Assange dentro y fuera de la embajada hasta que fue arrestado. A ello le sucedió el intento de deshumanización del periodista. Las imágenes de su detención hablan por sí solas. Los hechos desde entonces también. Su frágil estado de salud agravado por los siete años de refugio, el posterior encarcelamiento, y la posibilidad de extradición a los EEUU han sido también demostrados. Sin embargo el Reino Unido y la administración de Biden no muestran indulgencia. Pues esperan la siguiente fase: el ajusticiamiento. 

Assange debe pagar que su organización demostrara que en las intervenciones de EEUU se ametrallan a civiles de manera premeditada, y asesinan a profesionales de la información como Namir Noor-Eldeen para no dejar rastro. Sabemos que la administración norteamericana presionó al Gobierno de Zapatero para frustrar la investigación del homicidio de José Couso. Conocemos también gracias a Wikileaks las ejecuciones sumarias en Iraq, o los procedimientos para torturar a prisioneros en Abu Graib, Bucca y Guantánamo por parte del Ejército estadounidense. 

Aun así resultan solo la punta del iceberg de algunos de los cables y documentos difundidos por Wikileaks, y una parte diminuta de las actuaciones de los EEUU y sus aliados bajo el paraguas de la OTAN. Pero más que suficiente para revelar con letras mayúsculas que los guardianes de la patente de los Derechos Humanos son violadores de los mismos. Y ante esta verdad no hay leyes que protejan a quienes ejercen la labor de informar.

El cruel ensañamiento contra del fundador de Wikileaks de por sí resulta de enorme gravedad. Y sin embargo, lo que se halla en juego es la libertad de expresión, la libertad de información, y en definitiva la democracia. Defender lo contrario es aceptar la guerra, como ha alertado Muratov al referirse a otras latitudes a las que occidente exige un duro examen en Derechos Humanos. Por eso la lucha contra la extradición a Assange es una de las batallas de nuestro tiempo, aunque al fundador de Wikileaks nunca le concedan el Premio Nobel de la Paz.

La causa de nuestro tiempo