jueves. 25.04.2024
Alberto Fernández, presidente de Argentina, en la misa en Luján tras el ataque a Cristina Kirchner

Si hay algo que nos faltaba como argentinos es enterarnos al encender el televisor que Dios está caminando entre la muchedumbre vestido con remeras de un partido político, sea del color que fuera. Siempre supuse que el creador de los cielos y de la tierra llevaba en sus alforjas las lágrimas de todos sus hijos, independientemente del bando al que pertenezca.

El oficialismo convocó a una misa el último sábado en Luján para apoyar a Cristina Kirchner tras el atentado sufrido trece días atrás. Con la presencia de la totalidad del ejecutivo nacional y provincial, más los líderes municipales y los referentes de los sindicatos afines al gobierno, se planteó con la anuencia de la iglesia un nuevo capítulo de incongruencias que parece no encontrar techo.

Podemos entender que ciertas facciones del clero más cercanas al gobierno intenten maniobrar situaciones especiales omitiendo a la casi totalidad de sus feligreses. Lo que no podemos entender es como la basílica de Luján y el arzobispo Scheinig se prestaron a un acto que no hace más que ampliar la brecha social que nos separa. Ambos fueron invitados de honor a un evento que lejos está de aquellas enseñanzas cristianas que aprendimos de niños. De nada sirven las disculpas del clérigo al culminar el servicio: "Metí la pata".

Hay un país que sufre día a día la negligencia operativa tanto del oficialismo como de la oposición. Todo transcurre en una tierra signada por una debacle económica que se está llevando puesto, cual poderoso tornado, todo a su paso. Sumando a ello una inflación que ya está amenazando con superar los tres dígitos de un índice interanual y la lamentable cristalización de unos números más que preocupantes que acercan la pobreza a casi la mitad de la población.

Hay una visión distinta sobre los caminos que llevan los gobernantes con respecto a aquellos que transitan sus gobernados

La utilización política y el desenfoque generalizado con cuestiones que deberían formar parte de una agenda secundaria se han puesto en primera plana. Estas realidades pasaron a conformar el punto de inflexión de una clase dirigencial que parece rezar solo por sus intereses. Está claro que hay una visión distinta sobre los caminos que llevan los gobernantes con respecto a aquellos que transitan sus gobernados.

Con este espejo desvirtuado delante, no puedo hacer más que recordar una obra por excelencia de Jorge Luis BorgesEl jardín de los senderos que se bifurcan. Allí el eximio escritor intenta sumergirnos en el concepto de realidad, donde el tiempo no es uno y unívoco, sino que es una dimensión múltiple e infinita. La idea de la obra es atinada y adecuada a estos momentos que estamos transcurriendo como sociedad, cada sendero es una línea temporal que a su vez se ramifica en infinitos senderos más. Estas sendas que divergen funcionan como una metaforización de la existencia de misceláneas trincheras temporales que se abren en cada momento del presente. Allí podemos encontrarnos, junto a centenares de personas que van y vienen como fantasmas, intentando mantenerse en pie.

Hay una nueva Argentina que se está escribiendo desde las sombras del poder, una cruel fábula de personajes realmente nefastos y una democracia que parece cada vez más ficticia.

Perdona nuestros pecados, y no nos dejes caer.

Ktolicismo, perdona nuestros pecados