martes. 19.03.2024
Boris Johnson.

Nadie podrá decir esta vez que no estaba sobre aviso o que no tenía suficiente información sobre los costes y riesgos que implica abandonar la Unión Europea (UE). En las elecciones generales del próximo 12 de diciembre en el Reino Unido (RU) la ciudadanía británica parece decidida a mantener el apoyo que concedió en las anteriores elecciones de 2017 al Partido Conservador (42,4%), mientras el Partido Laborista se desfonda y perdería una parte importante de sus votantes de entonces (del 40% de 2017 a entre 5 y 9 puntos porcentuales menos). Con esa gran diferencia de votos y un sistema electoral en el que el candidato ganador se lleva el único escaño en juego en cada una de las 650 circunscripciones lo más probable es que los conservadores superen con holgura la mayoría absoluta de escaños, lo que permitirá a su líder, Boris Johnson, cumplir su último compromiso: el RU abandonará la UE el próximo 31 de enero.

Aunque resulta muy difícil extrapolar el número de escaños a partir del porcentaje de votos obtenido, todas las estimaciones de los últimos días reflejan la alta probabilidad de una mayoría parlamentaria del Partido Conservador, aunque en caso de necesidad podría volver a contar con el apoyo del Partido Unionista Democrático (DUP) de Irlanda del Norte que en 2017 ya dio a los conservadores la mayoría absoluta.


cuadro elecciones RU

* El Partido del Brexit es una escisión del Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP) que hereda gran parte de su electorado y de su ideología ultranacionalista, xenófoba y antieuropeísta. En 2017, además de los partidos mencionados en el cuadro, también obtuvieron representación parlamentaria el Partido Unionista Democrático (10 escaños y un 0,9% de los votos), el Sin Féinn (7 escaños y un 0,8% de los votos) y el Partido de Gales (4 escaños y un 0,5% de los votos).


La última estimación de 10 de diciembre que publica el Finantial Times (poll of polls), basada en una media ponderada de las encuestas más recientes, señala el siguiente reparto de votos: 43% los conservadores, 33% los laboristas, 13% los liberaldemócratas, 4% los nacionalistas escoceses del SNP, 3% el Partido del Brexit y 2% los verdes. La última encuesta de seguimiento (political trackers) de 6 de diciembre que elabora la empresa encuestadora YouGov señala unos porcentajes muy parecidos.  

Una holgada victoria conservadora favorecería la extensión de las ideas euroescépticas y neosoberanistas en Europa

La holgada victoria parlamentaria conservadora favorecería, en un primer momento, la extensión de las ideas euroescépticas y neosoberanistas en Europa y, no se olvide, el fortalecimiento de los partidos de la derecha extrema europea pastoreada por Trump. Los impactos posteriores dependerán en gran parte del curso de las negociaciones y de la gestión económica que hagan las autoridades británicas durante el periodo transitorio.  

En el otro lado, los malos resultados del Partido Laborista, tras reafirmar su giro a la izquierda durante la campaña electoral, impulsarían una nueva etapa, otra más, de inquietud y desorientación de la socialdemocracia. El líder laborista, Jeremy Corbyn, no lograría el respaldo electoral esperado para un programa nítidamente de izquierdas que defiende la nacionalización de empresas y sectores privatizados, el incremento de impuestos a los beneficios empresariales y las rentas más altas, el aumento de la inversión pública, la democratización de las empresas, la subida del salario mínimo o la implantación progresiva de la jornada de 32 horas. El fracaso de Corbyn tendría una notable influencia sobre el futuro de la socialdemocracia europea y, no menos importante, sobre los imprescindibles cambios institucionales y de política económica que son necesarios para que la Unión Europea funcione mejor y sea considerada útil por la mayoría de la ciudadanía europea.

Algunos analistas achacan las malas previsiones de voto a los laboristas a la falta de definición de Corbyn en torno al Brexit, tema central en estas elecciones. El Partido Laborista plantea abrir un nuevo proceso de negociación para mejorar el acuerdo negociado por Johnson y lograr que el nuevo acuerdo comercial con la UE y la normativa imperante en el RU no suponga grandes diferencias respecto a la situación actual. Y, tras lograr ese acuerdo, realizar un nuevo referéndum que permita a la ciudadanía optar por esa nueva opción de Brexit blando o por la permanencia en la UE. Una propuesta que no parece haber convencido a una ciudadanía muy fatigada con un proceso tan largo y borrascoso ni a la parte del electorado laborista que preferiría una posición más clara a favor de la permanencia o que, en sentido contrario, considera que el referéndum ya se hizo y que lo que hace falta ahora es cumplir la voluntad de la ciudadanía, minimizando los costes. Me inclino a pensar que esas razones son insuficientes para explicar el probable fracaso de Corbyn y que el Partido Laborista va a necesitar un análisis más sosegado, multilateral y profundo de sus malos resultados para rehacerse y afrontar su futuro y las tareas de oposición.

corbyn  portadaLas implicaciones del fracaso laborista podrían tener especial incidencia a corto plazo en España, dada la compleja negociación que está en marcha para hacer viable un Gobierno de coalición progresista entre PSOE y UP que debe superar la muy intensa presión que están ejerciendo sus múltiples y poderosos enemigos, que esgrimirán la derrota laborista como un argumento para reforzar sus críticas al deslizamiento a la izquierda de Sánchez. Una razón más para llegar a un rápido acuerdo con ERC, ya que si la negociación se prolonga en demasía y no culmina en los próximos días comprobaremos el recorrido de una nueva ofensiva contra Sánchez y el Gobierno de coalición entre PSOE y UP. Los malos resultados del laborismo servirán de aliento a viejos barones y dirigentes socialistas partidarios de un pacto del PSOE con PP y Cs que volverán a redoblar sus críticas a Sánchez por el abandono de la centralidad política, por su alianza con Iglesias, y supuestas concesiones al nacionalismo catalán y vasco.

De confirmarse la mayoría absoluta conservadora en el Parlamento de Westminster, el Brexit se producirá antes del 31 de enero de 2020, momento en el que comenzaría un periodo de transición hasta el 31 de diciembre de 2020

De confirmarse la mayoría absoluta conservadora en el Parlamento de Westminster, el Brexit se producirá antes del 31 de enero de 2020, momento en el que comenzaría un periodo de transición hasta el 31 de diciembre de 2020, con posibilidades de ser prorrogado, para negociar la letra pequeña de las nuevas relaciones comerciales y económicas entre las dos partes, que tendría como base el último acuerdo negociado por Johnson y la UE en octubre pasado. Estaríamos en presencia de un Brexit ordenado y pactado que no conllevaría, de entrada, los riesgos e incertidumbres asociados a un divorcio sin acuerdo ni los desastrosos impactos económicos que conllevaría para las dos partes un Brexit caótico.

Las lecciones sociopolíticas del referéndum de 2016

La posibilidad de un Brexit desordenado y sin acuerdo justificó en los últimos años que analistas, opinión pública, gobiernos e instituciones comunitarias centraran su atención en los posibles impactos económicos negativos del Brexit y en las medidas a poner en marcha para paliarlos. Los limitados costes económicos de las incertidumbres generadas por el referéndum de 2016 y los que cabe esperar de un Brexit ordenado son perfectamente asumibles y digeribles, tanto por parte del RU como de la UE. Así lo indican los datos económicos de los últimos tres años y todas las previsiones para las dos partes implicadas en el divorcio si, finalmente, se realiza una separación pactada.

Tanto el RU como la UE acreditaron parecido bajo crecimiento económico efectivo entre 2016 y 2019, similar desaceleración en 2018 y 2019 y muy parecidas previsiones de precario crecimiento en 2020 y 2021. Lo que no ha impedido ni impedirá que algunos sectores y empresas con unas relaciones con los mercados británicos o comunitarios más intensas y estrechas puedan sufrir pérdidas particularmente graves de clientes, proveedores, actividad o empleos.

Sólo después del 12 de diciembre será posible adentrarse en lo que puede ocurrir en el terreno económico en un futuro a corto plazo previsible

En todo caso, queda mucho por dilucidar y los errores, las incertidumbres y las tensiones seguirán sobrevolando las negociaciones pendientes entre ambas partes y definirán la evolución de la economía y de algunos problemas políticos que precisarán de la búsqueda de soluciones que no sumen más división y crispación a la división ya creada. La lógica y los muchos intereses y riesgos compartidos deberían conducir a un divorcio que no sólo intente limitar los daños mutuos y, en el caso de la UE, impedir que se produzcan más fugas o se refuercen las tendencias a favor de una mayor fragmentación del mercado único o divergencias productivas y de renta crecientes. Difícilmente podrá establecerse una cooperación virtuosa o mutuamente beneficiosa entre el RU y la UE si el primero opta por una desregulación agresiva que pretenda aumentar su competitividad a costa de la UE o ésta no hace nada por recuperar los principios de cohesión y solidaridad entre los Estados miembros o no los plasma en una acción política que busque la convergencia en los niveles de renta por habitante y bienestar o una mayor cooperación fiscal, financiera e inversora en el seno de la UE.      

Me detendré a continuación en señalar algunos de los grandes impactos políticos o lecciones que nos brinda la rocambolesca historia del Brexit desde el referéndum de 23 de junio de 2016 hasta ahora. Costes políticos y sociales que ya se han producido y que son de mucha mayor entidad que los costes económicos ya sufridos o previsibles. Sólo después del 12 de diciembre, cuando sean conocidos los resultados de las próximas elecciones generales y los primeros pasos y declaraciones de las autoridades británicas y comunitarias, será posible adentrarse en lo que puede ocurrir en el terreno económico en un futuro a corto plazo previsible.

El referéndum de 2016 dio la victoria a los partidarios del Brexit (51,9%) frente a los de seguir en la UE (48,1%) y dividió profundamente al RU por naciones (mientras Escocia, con un 62%, e Irlanda del Norte, con el 55,8%, optaban por la permanencia, Inglaterra, con un 53,4%, y Gales, con un 52,5%, apoyaron el Brexit), regiones (Londres, con el 59,3%, o Gibraltar, con el 95,9% apoyaron seguir en la UE), generaciones (jóvenes partidarios de la UE frente a mayores partidarios del Brexit) y a los simpatizantes de los dos grandes partidos, porque tanto entre los conservadores como entre los laboristas se abrieron numerosas grietas sobre la decisión a adoptar y, más aún, sobre las formas simplistas con las que se habían planteado el referéndum y las posteriores negociaciones con la UE.

El primer impacto sociopolítico está relacionado con la puesta en cuestión de una historia de éxito, la del proyecto de unidad europea que comienza como Comunidad Económica Europea en 1957 entre 6 países y que fue asociando paulatinamente a nuevos Estados miembros, llegando a jugar un papel crucial en la transición de los regímenes de tipo soviético a partir de 1989, hasta llegar a los 28 países actuales y a los 19, que comparten el euro. Por primera vez, por decisión democrática de la ciudadanía británica, con la consiguiente incertidumbre y los interrogantes que produce la reducción de la UE a 27 miembros, se producirá una baja y el cuestionamiento práctico de la ciudadanía al proyecto de unidad europea.   

Pase lo que pase con el Brexit, pasarán años, sino décadas, hasta que el Reino Unido pueda reconstruir un nuevo consenso social y político 

El segundo, se refiere a la nueva configuración del mapa de representación política en Europa y a la consolidación de partidos neosoberanistas de extrema derecha unidos en el rechazo a la inmigración, el fortalecimiento de las fronteras nacionales y la recuperación de las competencias cedidas a instituciones comunitarias, que comprendieron rápidamente las dificultades que acarreaba la salida de la UE y cambiaron de estrategia. De reivindicar referéndums para salir de la UE pasaron a plantearse el vaciamiento de competencias de las instituciones europeas, manteniendo su cáscara institucional, tratando de cambiar sus objetivos y estableciendo otras prioridades: control estricto de la inmigración, reivindicación de las raíces y cultura cristianas frente al laicismo, defensa de la familia tradicional frente a la ideología de género o desregulación de los mercados compatible con un mayor papel de los Estados en defensa de un concepto estrecho y excluyente de los intereses nacionales que comprende ventajas normativas para los grupos empresariales nacionales. La renuncia a defender una aventura tan arriesgada como la salida de la UE y su sustitución por esa nueva estrategia que combina la permanencia en la UE con una ideología ultraconservadora neosoberanista ha permitido a la extrema derecha ampliar su campo de influencia y velar sus aristas más antisociales y sus vínculos con los intereses de los grandes grupos empresariales y las elites conservadoras.

La tercera lección se manifiesta en la confusión reinante entre independencia política y soberanía o, dicho de otra forma, entre soberanía formal (qué instituciones políticas tienen las competencias) y real (qué capacidad tienen los Estados para aplicar sus decisiones o defender sus intereses nacionales en un mundo globalizado). En una Europa en la que el mercado único y el euro han multiplicado la interrelaciones entre países, ciudadanía y empresas, vía lazos comerciales, financieros, productivos (con largas cadenas de valor), sociales, culturales o lingüísticos, una Europa más soberana y democrática hace más soberanos y democráticos a los Estados miembros, compartir soberanía con las instituciones comunitarias permite mayor capacidad de decisión y ganar soberanía para defender tanto los intereses compartidos por los Estados miembros como los particulares de cada Estado.

Y la cuarta, nos remite a las consecuencias negativas que tiene trasladar las responsabilidades políticas de deliberación y negociación entre partidos y en los parlamentos al electorado y a unos referéndums que simplifican las preguntas y los problemas que se dirimen y en lugar de promover el diálogo, la negociación y su plasmación en acuerdos posibles, intensifican y extienden la crispación y la confrontación social y política. Pase lo que pase con el Brexit, pasarán años, sino décadas, hasta que el RU pueda reconstruir un nuevo consenso social y político que exprese la voluntad del pueblo y las naciones que conforman el RU en torno a las relaciones a mantener con la UE.

La larga marcha hacia el Brexit llega a su última etapa, cuando parece haberse disipado la posibilidad de un Brexit caótico muy perjudicial para todas las partes implicadas, con un balance muy negativo: una sociedad más dividida, partidos políticos más frágiles, posibilidades más lejanas de consenso, una sociedad crispada y un Estado debilitado, menos soberano y con menos capacidad para defender sus intereses que también debilita y pone en cuestión el proyecto de unidad europea.

Brexit a la vista