viernes. 29.03.2024
'Independência ou Morte' de Pedro Américo
'Independência ou Morte' de Pedro Américo

@jgonzalezok y @gab2301 | El 7 de septiembre Brasil cumple 200 años como nación independiente. En estos cuatro últimos años el presidente Jair Bolsonaro no hizo nada para preparar una celebración a la altura de lo que merecería un bicentenario. El año pasado usó la fecha, que debía representar a todos los brasileños, con fines políticos, atacando a las instituciones, lanzando mensajes golpìstas y poniendo en riesgo la democracia. Este año, el 7 de septiembre tiene lugar a solo 25 días de las elecciones y el bicentenario como tal pasará desapercibido, perdiéndose una oportunidad única -que sí han aprovechado otras antiguas colonias- para revisar la historia y celebrar la libertad

La única cosa que hizo el gobierno de Bolsonaro con motivo de estos 200 años fue traer por unos días el corazón del primer emperador de BrasilDon Pedro I. Una reliquia que poquísimas personas pudieron ver en casi dos siglos, que estaba guardada desde hace 187 años en un recipiente de vidrio con formol, en una urna bajo cinco llaves en un cofre de la Hermandad de Lapa, en la ciudad portuguesa de Porto. Su traslado implicó una arriesgada logística y muchas críticas desde los dos lados del océano. Al llegar a Brasilia, en un avión de la Fuerza Aérea Brasileña, fue recibido con honras de jefes de Estado y quedó expuesto al público en el Palacio de Itamaraty, sede del ministerio de Relaciones Exteriores. El 8 de septiembre volverá a Portugal, de donde, según los muchos criticos, nunca deberia haber salido.

Polemicas aparte, La celebración de la Independencia en torno al corazón de un monarca es por sí solo un raro simbolismo para una ex colonia y dice mucho sobre cómo el proceso de independencia de Brasil fue distinto al de los territorios vecinos de la América española.

En las antiguas colonias de España, la independencia ocurrió mediante guerras nacionalistas, prohibición de la élite colonial y adopción del régimen republicano. En Brasil, la ruptura con la metrópoli fue declarada por el príncipe regente y futuro rey de Portugal, Don Pedro I, cuyo corazón ahora está en el centro de las celebraciones del bicentenario. 

En contraste con los países vecinos, el 7 de septiembre de 1822 el Brasil independiente se convirtió en una monarquía, con la coronación de Don Pedro I. En los siguients años, hasta su abdicación en favor de su hijo y la vuelta a Portugal, el monarca gobernó de forma despótica. Convocó la primera asamblea constituyente, pero impuso una condición clave: tendría que ser “digna de Brasil y de mí”. Descontento con el rumbo de sus trabajos, disolvió la Constituyente y enseguida otorgó su propia Constitución. Resultado: la primera Carta Magna brasileña no fue republicana, sino redactada a imagen y semejando de un soberano. Brasil solo sería una república 67 años más tarde

“Nuestra independencia no fue revolucionaria, tampoco romántica. Fue un golpe de las élites en torno al emperador que garantizaría no solo el no desmembramiento del Estado, sino, sobre todo, el sistema esclavista”, analizó la historiadora y antropóloga Lilia Schwarcz, en reciente entrevista al programa Roda Viva, de TV Cultura. 

Brasil era el mayor territorio esclavista del hemisferio occidental, construyendo una economía totalmente dependiente del tráfico negrero

La esclavitud era la base de la economía brasileña y forjó la riqueza de Portugal y de una élite colonial, con el trabajo forzado en el campo y en la extracción de riquezas minerales. Brasil era el mayor territorio esclavista del hemisferio occidental, construyendo una economía totalmente dependiente del tráfico negrero. En 350 años recibió casi cinco millones de esclavizados, el 40 % del total que llegó a las Américas. Brasil se convirtió en país independiente, pero mantuvo la esclavitud por otros 66 años. Fue el último país del continente en decretar el fin del cautiverio, en 1888. 

“Experiencia más determinante de la historia brasileña, la esclavitud tuvo un impacto profundo en la sociedad, la cultura y el sistema político y económico que dio origen al país después de la independencia”, escribió el periodista Laurentino Gomes en su libro Escravidão (Esclavitud). 

Para entender el carácter singular de la independencia de Brasil es preciso tener en cuenta que en 1808 la colonia se había convertido, de un día para otro, en la sede del Imperio portugués. En aquel año, cuando las tropas napoleónicas estaban por invadir Portugal, la familia real huyó espectacularmente para Brasil, donde permaneció durante 13 años. João VIdesembarcó en la colonia con la familia y una corte de nobles, siervos, empleados y una biblioteca de más de 60.000 libros. 

En los años siguientes, la colonia se modernizó, principalmente Río de Janeiro, donde se instaló la sede del imperio. Pasó a tener teatro, y floreció un nuevo comercio. Por primera vez, la prensa local, antes prohibida, pasó a existir, permitiendo la difusión de las ideas que llegaban de Europa y los Estados Unidos. En 1815 João VI convirtió a Brasil en parte integrante del nuevo reino portugués: el Reino Unido de Portugal, Brasil y Algarve. Brasil dejaba oficialmente de ser colonia, aunque todavía no era un país independiente. 

Mientras tanto, las colonias vecinas ya se habían independizado de España o estaban luchando por ello. El Brasil monárquico se veía rodeado de repúblicas. En el antiguo virreinato del Río de la Plata, con el general San Martín como principal protagonista, Argentina se declaró independiente en 1816. Dos años más tarde fue el momento de Chile y después Perú, en 1821. Simón Bolívar, por el norte del subcontinente, también desalojaría a los españoles por esos años de lo que era el virreinato de Nueva Granada, que daría origen a tres países diferentes: Venezuela, Colombia y Ecuador. 

Las colonias vecinas ya se habían independizado de España o estaban luchando por ello. El Brasil monárquico se veía rodeado de repúblicas

En 1821, presionado por la Revolución Liberal de Oporto, João VI se vio obligado a volver a Portugal. El movimiento exigía el fin del absolutismo y la restauración de Lisboa como sede del imperio portugués. Tenía pautas modernizadoras para Portugal, pero preconizaba un retroceso para Brasil. O sea, el monarca debería volver y Brasil sería administrado por una junta designada por Lisboa, retrocediendo, en la práctica, a la condición de colonia. Temiendo ser depuesto, el rey de hecho volvió, pero dejó a su hijo, Pedro, de 22 años, como príncipe regente. 

Don João VI, al volver a Portugal, se llevó todo lo que pudo de los cofres reales, faltando dinero para soldados, armas y buques, imprescindibles para asegurar una eventual independencia de Brasil. Antes de partir, el rey portugués le dejó un consejo a su hijo: “Pedro, si Brasil tuviera que separarse, antes que sea para ti, que me has de respetar, de que para cualquiera de esos aventureros”, en referencia a los republicanos de la América española. Esto deja claro que la idea fue que el proceso de separación debía ser controlado por la monarquía portuguesa de la familia real de Bragança.

Pocos meses después, Lisboa ordenó también la vuelta del príncipe y el fin de lo que consideraba privilegios concedidos a la antigua colonia. Fue cuando las élites brasileñas, sobre todo de la capital, Río de Janeiro, se juntaron en torno a Don Pedro. Para ellas, la permanencia del regente era la única salida para evitar dos desgracias. La primera era la vuelta de Brasil al estatus colonial; la segunda era la pérdida de sus privilegios y el orden que los garantizaba. 

El temor por la repetición del proceso haitiano

Estos sectores temían una revolución independentista como la de los vecinos, con derramamiento de sangre y fragmentación territorial. Pesadilla todavía mayor era el fantasma de Haití. Para las élites brasileñas, lo peor que podía pasar era una independencia siguiendo el ejemplo haitiano: una revuelta violentísima de los esclavizados, con tres acciones simultáneas: el fin de la esclavitud, la independencia y la llegada de los negros al poder, como acurrió en la colonia francesa del Caribe en 1804. 

La esclavitud se mantuvo a pesar de que tanto el Emperador como su principal consejero, José Bonifacio, tenian ideas anticlavistas. Un documento del propio Don Pedro, que se conserva en el Museo Imperial de Petrópolis, afirma: “Nadie ignora que el cáncer que corroe al Brasil es la esclavitud y es fundamental extinguirla”. Pero el sistema económico era totalmente dependiente del trabajo esclavo y mantener la esclavidud fue la única manera de asegurar el apoyo a la Independencia por parte de los grandes propietarios.

El 28 de agosto de 1822, órdenes de Lisboa llegan a Brasil con el mensaje de que la vuelta de D. Pedro para Portugal debería ser inmediata. Además, se anunciaba el fin de una serie de medidas en vigor en Brasil desde su elevación a sede del Império. Cuando la orden llegó, el príncipe regente estaba de viaje en Sao Paulo y su mujer, la princesa María Leopoldina, había asumido interinamente la regencia. 

Fue ella la que reunió el Consejo de Estado que, el día 2 de septiembre, adoptó la decisión: debía ser proclamada la independencia de Brasil. El documento llegó a Don Pedro cinco días después. Con eso, el 7 de septiembre fue establecida como la fecha de la independencia, aunque muchos historiadores consideren que el proceso solo terminó algunos años más tarde. 

La independencia de Brasil entra en el imaginario nacional como un movimiento unificador y pacífico, centrado en Río de Janeiro y en Sao Paulo, en el sudeste del país. Pero esta narrativa viene siendo cuestionada por varios historiadores, porque no considera suficientemente las revueltas que acontecieron en otras partes del país -en el Sur y en el Norte y Nordeste-, contrarias al proyecto de poder imperial. 

Hubo enfrentamientos violentos, en especial en Pará, Maranhão, Bahía, Cisplatina (futuro Uruguay) y Pernambuco. Algunas provincias se oponían al dominio de Río de Janeiro, o sea, de Don Pedro, por considerar más ventajoso negociar directamente con Portugal, como siempre habían hecho. En Pernambuco, el movimiento era contrario al poder del monarca y pretendía, ya entonces, implantar el régimen republicano. 

Las guerras durarón 21 meses, entre febrero de 1822 y noviembre del año siguiente. No hay datos confiables sobre el costo humano del conflicto, pero hay cálculos razonables de que murieron entre 2.000 y 3.000 personas, una cifra que puede parecer baja, pero que se confronta con la idea de que la separación de Portugal fue un proceso pacífico. Fue fundamental para el éxito del proyecto independentista la defensa de los 8.000 kilómetros de litoral. 

El gobierno brasileño debería pagar uma indemnización de dos milones de libras esterlinas para que Portugal aceptase la independencia de su colônia

Sin una marina propia -frente a la potencia naval de siglos de Portugal- fue clave el papel que tuvo lord Cochrane, almirante escocés contratado por Don Pedro, con una vasta experiencia en mares de medio mundo, incluyendo brillantes combates navales contra la Francia de Napoleón. Antes de llegar a Brasil había combatido por las independencias de Chile y Perú. En medio año, Cochrane había expulsado a toda la escuadra portuguesa y asegurado la incorporación de las provincias del Norte y Nordeste al recien criado Imperio Brasileño. 

Portugal reconocerá la independencia de Brasil en agosto de 1825, con el Tratado de Paz y Alianza. Según dicho acuerdo, el gobierno brasileño debería pagar uma indemnización de dos milones de libras esterlinas para que Portugal aceptase la independencia de su colonia. Así, Brasil nace endeudado como país independiente. 

“Nuestra Independencia fue una anomalía dentro de las Américas, porque creó una monarquía rodeada de repúblicas por todos lados”, dice Lilia Schwarcz. “Pedro I no tiene nada de Bolívar o San Martín. No decretó la expulsión de los portugueses, incluso por motivos obvios”, añadió, refiriéndose a los héroes de la independencia de los países vecinos y la nacionalidad del monarca.

Laurentino Gomes, que es también autor del premiado libro 1822, pone un curioso subtítulo a su obra: “Cómo un hombre sabio, una princesa triste y un escocés loco por el dinero, ayudaron a don Pedro a crear el Brasil, un país que tenía todo para fracasar”. Don Pedro era el príncipe regente; el hombre sabio, José Bonifacio, principal consejero del futuro emperador; la princesa triste, la esposa austriaca de D. Pedro, Leopoldina, que era además sua consejera; y el escocés loco, lord Cochrane, el almirante mercenario que fue vital para derrotar la resistencia a la independencia.

La población era escasa, 4,5 millones de habitantes, y el territorio era inmenso, con más de ocho millones de kilómetros cuadrados y casi diez mil kilómetros de litoral

¿Por qué Brasil tenía todo para fracassar como país soberano e independiente, como lo plantea el subtitulo de 1822? Entre otras cosas, según el autor, por la situación social: “De cada tres brasileños, dos eran esclavos, negros libertos, mulatos, indios o mestizos. Era una población pobre y carente de todo, que vivía al margen de cualquier oportunidad en una economía agraria y rudimentaria, dominada por el latifundio y por el tráfico negrero”. El analfabetismo era general. De cada diez personas solo una sabía leer y escribir.

Señala Laurentino Gomes: “Los ricos eran pocos y, con raras excepciones, ignorantes. Y dependían totalmente de la mano de obra esclava. La producción de azúcar, oro y diamantes, que había tenido épocas de apogeo, estaba en decadencia. El aislamiento y las rivalidades entre las provincias preanunciaban una guerra civil, que podría resultar en la división del territorio, como ya ocurría en las vecinas colonias españolas”. 

La población era escasa, 4,5 millones de habitantes, y el territorio era inmenso, con más de ocho millones de kilómetros cuadrados y casi diez mil kilómetros de litoral. Era mayor que el territorio continental de Estados Unidos y el doble de Europa. Un territorio en el que estaba, por un lado, Río de Janeiro y la Corte; del otro, excepto algunas otras pocas ciudades, un inmenso territorio, aislado, que en gran parte seguía siendo salvaje, tal como era cuando llegó Pedro Alvares Cabral.

Entretanto, el proceso sui generis de independencia a manos de un legítimo heredero de la dinastía de Braganza aliado a las élites, garantizó que Brasil continuase unificado y se estableciera como una nación con todas sus contradicciones. En 1831, presionado por una creciente oposición liberal, Don Pedro abdicó y volvió a Portugal. Pasó el trono a su hijo, Don Pedro II, que asumió a los 14 años. Cincuenta y ocho años después, un golpe republicano derribó a la monarquía e instituyó la República en Brasil

“El hombre sabio”

José Bonifácio de Andrada e Silva
José Bonifácio de Andrada e Silva

José Bonifácio de Andrada e Silva fue la figura que más influyó en D. Pedro, primero como Príncipe Regente, después como Emperador de Brasil. Considerado como el Patriarca de la Independencia, fue quien redactó la proclamación de Independencia, en estrecha colaboración con la princesa Leopoldina, la esposa de D. Pedro. “Sin él, el Brasil de hoy probablemente no existiría”, considera Laurentino Gomes, ya que tenía en su cabeza un proyecto de país. Consideraba que la única manera de evitar la fragmentación del territorio brasileño pasaba por establecer la monarquía constitucional, bajo el liderazgo de D. Pedro. Y que el país no estaba preparado para una República, dada la enorme proporción de esclavos, analfabetos y miserables. Había pasado más de 30 años en Europa, donde se formo en disciplinas tan distintas como derecho, filosofía, matemáticas, química y mineralogía. Estuvo en París un año después de la Revolución Francesa y en Portugal luchó contra las tropas de Napoleón. En el citado libro 1822 se afirma que tenía una imagen de serio y austero, pero divertido, le encantaba contar chistes, era bohemio y mujeriego, igual que el monarca y solía terminar las madrugadas bailando lundu, una danza típica del Brasil colonial, encima de la mesa de cualquier garito. De alguna forma, almas gemelas con el emperador. Nunca tuvo esclavos y era un convencido abolicionista. Es más, consideraba que no bastaba liberar a los esclavos, había que incorporarlos a la sociedad como ciudadanos de pleno derecho. Estaba a favor de una reforma agraria y educación para todos. Y, sorprendentemente, adelantándose un siglo y medio a su tiempo, apoyaba que la capital del país se mudase de Río de Janeiro para facilitar la integridad nacional.

La Princesa austriaca y el Prícnipe portugués

María Leopoldina de Austria
María Leopoldina de Austria

La princesa Leopoldina era heredera de una de las más importantes dinastías europeas del siglo XIX, la de los Habsburgo. Culta, políglota, amante de la música y de la ciencia, apenas tenía 20 años cuando llegó a los trópicos, en 1817, para casarse con don Pedro I, un hombre al que jamás había visto. Desembarcó en Río de Janeiro aprensiva con la nueva vida, pero consciente de la importancia de su boda para la unión y la supervivencia de las dos dinastías. 

Sus nuevo años en Brasil no fueron fáciles desde el punto de vista personal. Leopoldina sufría por las constantes infidelidades de un marido que la despreciaba y por el cambio radical en su vida. Tuvo siete hijos, de los cuales tres murieron de niños. Leopoldina, sin embago, era mucho más que una princesa sufridora. A poco de llegar a Brasil, la joven princesa se convirtió en una emperatriz consorte decidida, con fuerte influencia sobre los temas políticos del país y tuvo un papel fundamental en la independencia de Brasil. Conquistó el respeto de los consejeros de la corte y la admitación de la población brasileña. Leopoldina estuvo embarazada a recuperándose de alguno de sus partos durante casi todo el tiempo en que vivió en Brasil. Murió joven, a los 30 años, por complicaciones de un aborto espontáneo. 

Pedro I de Brasil
Pedro I de Brasil

Don Pedro I era un rey contradictorio: tenía ideas liberales, pero gobernó Brasil como un déspota. Fruto de su tiempo, estuvo en una frontera entre los vientos políticos liberalizantes y la monarquía absolutista. Don Pedro llegó al Brasil a los 9 años, cuando la Corte portuguesa dejó Lisboa y pasó a vivir en Río de Janeiro. Al contrario de Leopoldina fue educado en Brasil y no en Europa. 

Mujeriego empedernido, tuvo ocho hijos legales, de dos matrimonios, pero dejó un número indeterminado de bastardos. Entre sus muchas amantes, una de ellas, Domitila de Castro, futura marquesa de Santos, llegó a afectar la vida familiar y política del monarca. Después de la muerte de Leopoldina Don Pedro se casó de nueva, con otra princesa europea, Amelia, y tuvo que apartarse de Domitila. 

El monarca volvió a Portugal en 1831. Luchó personalmente contra su hermano, el absolutista Don Miguel, que había usurpado la coronal de su hija, Doña María. Don Pedro murió poco después, a días de cumplir 36 años. Consiguiendo la proeza de dejar a su hija mayor reinando en Portugal y a su hijo, el emperador Pedro II, en Brasil.

Brasil cumple 200 años de independencia