viernes. 19.04.2024
boris

Boris Johnson será desde hoy, miércoles, 24 de julio, primer ministro de Gran Bretaña, sin ganar unas elecciones, amparado en una mayoría exigua obtenida por su antecesora, consumida en la hoguera insaciable del Brexit. Es la culminación de un proceso que cada día adopta una deriva más clara de autodestrucción en su lucha suicida contra la Unión Europea.

Pero, ante todo, el triunfo de Boris es la consagración del nacional-populismo en un país que, tradicionalmente, ha sentido siempre aversión a la política como espectáculo, como terreno propicio al exhibicionismo. El Reino Unido, apegado casi enfermizamente a tradiciones y peculiaridades, algunas ficticias, muchas obsoletas, se apunta a la moda. A la más trivial, insustancial y peligrosa. Johnson, el gran bufón de la política británica, es una recreación de Falstaff, el emblemático personaje de Shakespeare. Vanidoso, oportunista y farsante.

No es Johnson un hombre del pueblo, precisamente. Su bisabuelo fue un alto funcionario en los años finales del Imperio Otomano y su padre un miembro de la élite eurócrata, de ahí que a veces presuma de conocer desde dentro las tripas del insaciable monstruo europeo

La política no es nueva para él, contrariamente a otros líderes nacional-populistas, que han hecho de la marginalidad el factor central de su éxito. Johnson fué alcalde de Londres, después de una prolongada etapa de escoramiento político a la izquierda en la metrópolis británica. Sus años de diputado en los Comunes no destacaron por su labor legislativa o su perfil ideológico, sino por sus muy personales puestas en escena, ambiciones indisimuladas o voluntarias meteduras de pata. En su última etapa de servicio público, estuvo al frente del Foreign Office, con un desempeño tan poco convencional como los anteriores (1).

DE LA ÉLITE A LA CONTESTACIÓN

No es Johnson un hombre del pueblo, precisamente. Su bisabuelo fue un alto funcionario en los años finales del Imperio Otomano y su padre un miembro de la élite eurócrata, de ahí que a veces presuma de conocer desde dentro las tripas del insaciable monstruo europeo. Fue alumno en Eton, vivero de la élite británica, y luego en Oxford, donde coincidió con muchos de los políticos conservadores de la actual generación. Destacó por su encanto, sus dotes para envolver y confundir y su habilidad camaleónica.

No siempre fue un euroescéptico y mucho menos un eurofóbico, aunque siempre se confesó admirador de Thatcher en aquellos ochenta de confrontación con los dirigentes europeos más convencidos de la necesidad de una Unión “cada vez más estrecha”. Se apuntó a última hora al movimiento febril del Brexit. Fue el codificador de la falsa promesa de que la salida de Europa engrasaría la financiación del sistema británico de salud, tan maltratado por los tories desde los tiempos de la “dama de hierro”.

De sus tiempos de periodista, como corresponsal del Telegraph y cronista europeo, ha manipulado con habilidad ese malestar autoinducido de los británicos hacia el continente. Sus colegas de partido no se fían de él y él nunca ha tenido verdaderos amigos en las bancadas conservadoras, ni siquiera entre los que han compartido esta última apuesta por la ruptura con Europa. Todo en Boris es personal. E intransferible

Si es así, ¿cómo explicar este éxito tan abrumador entre las bases? Pues sencillamente porque los 160.000 militantes electores tories tienen la percepción de que Boris es la mejor opción frente a la amenaza de un regreso de los laboristas. El resto de dirigentes de la generación post-Thatcher se han agotado y autodestruido en la agonía del Brexit. Sus rivales de la recta final de la disputa interna son respetables caballeros conservadores, quizás competentes para una gestión gris, previsible y confiable de los asuntos públicos, pero sin garra para desafiar al gran seductor. (2).

BREXIT DO OR DIE

El tránsito de May a Johnson puede asemejarse a la sensación que se experimenta al pasar de una tarde presentida de borrasca en Hyde Park a una tormenta de rayos y truenos en el Canal de la Mancha. El nuevo primer ministro asegura que se han acabado los tiempos de las dilaciones y las zarandajas, de negociaciones turbias, de enredos interminables en los pasillos de Bruselas. Brexit do or die. Salir o morir. El 31 de octubre es la fecha. 

Si Boris fuera un político serio, este ultimátum sería inquietante. Pero en su boca no deja de ser una frase gancho en un libreto sujeto siempre a modificación, a interpretación libérrima. En las bancadas conservadoras, Johnson no despierta tanto entusiasmo como en la base. Algunos diputados contemplan su llegada con alivio porque sienten que se ha puesto fin a un atasco insoportable. Pero todo el mundo ignora cómo va a hacer efectivo el Brexit, ya que despierta en Europa mucho más recelos que su antecesora (3). Una de sus escapadas favoritas cuando le preguntan consiste en mostrar desdén por los detalles. O en ofrecer respuestas pintorescas, como apelar al alunizaje para afrontar el backstopirlandés. Es el método de este Falstaff contemporáneo: improvisación y sobreactuación. Póker mejor que ajedrez.

En todo caso, la mayoría de los diputados tories permanecen contrarios al hard Brexit, al Brexit sin acuerdo. Por eso, ante lo que viene no pocos potenciales ministrables se han quitado de en medio (4). A Johnson no parece importarle: construye un equipo de fieles y admiradores, pero sin hacer sangre, colocando a figuras conciliadoras para no quedar aislado. 

BORIS Y DONALD

Para conjurar el vértigo del vacío europeo, Boris acude a la perspectiva transatlántica. Esta persuadido de que Trump es un ejemplo ganador en estos tiempos de desacreditación de la política convencional. La llamada “relación especial” entre Washington y Londres alcanzará cotas de espectáculo. Hace un par de semanas ya asistimos a un anticipo de lo que nos espera. 

La filtración de la valoración del entonces embajador británico en Estados Unidos, sir Kim Darroch, sobre la actual administración norteamericana (“incompetente y disfuncional”) provocó la ira de Trump, que cargó a modo contra el funcionario y colocó al socio preferente en una incomodísima posición. Theresa May venía soportandolas descalificaciones de la Casa Blanca acerca de su manera de conducir el Brexit, pero los comentarios presidenciales en esta ocasión pasaron de castaño oscuro. Como la premier ya estaba haciendo las maletas en el 10 de Downing St., todo el mundo buscó la reacción de su presumible sucesor. En un debate televisivo con su adversario durante el peculiar proceso de primarias conservadoras, Johnson evitó defender expresamente a Darroch. El embajador no tuvo más remedio que presentar elegantemente su dimisión, antes de que le dieran una patada política en el trasero.

El presidente hotelero se siente complacido. No disimula su satisfacción por el éxito de su émulo británico, después de todo nacido en Nueva York. Ha confesado estos días que le encanta que a Boris le denominen el “Trump británico”. Washington será, en efecto, el punto de referencia de nuevo líder. Un amplio tratado de libre comercio con EE.UU. es el ungüento mágico proclamado por Johnson para curar los achaques económicos del Brexit (5).

Pero Gran Bretaña no es EEUU. La monarquía parlamentaria se ajusta a un corsé más estricto que la república presidencialista. Por mucho que Johnson evoque el carisma de Churchill, no puede ignorar una máxima del legendario premier: el Parlamento es el corazón del sistema político británica desde Cromwell y ningún jefe de gobierno ha osado desafiarlo.


NOTAS

(1) “The Boris bubble that threatens Conservatives”. THE ECONOMIST, 20 de junio.
(2) “How Boris Johnson turned Britain against Europe”. JÖRG SCHINDLER. DER SPIEGEL, 20 de julio;  “Boris Johnson meets his destiny”. TOM MACTAGUE. THE ATLANTIC, 24 de julio
(3) “Brexit under Boris Johnson. The scenarios”. HEATHER STEWART. THE GUARDIAN, 24 de julio.
(4) “Boris Johnson’s Brexit plans under threat from minister’s resignations. THE GUARDIAN, 21 de julio. 
(5) “Boris Johnson, political escape artist land in hot waters. Again. THE NEW YORK TIMES, 256 de junio. 

Boris 'Falstaff' Johnson: el triunfo de la farsa