viernes. 29.03.2024

Hace unos días hemos asistido a uno de esos momentos que cabe catalogar de histórico sin que nadie nos acuse de abusar del término. Así lo ha interpretado la práctica totalidad de los medios de comunicación y del pensamiento progresista del mundo.

Me refiero, claro está, al discurso de Joe Biden ante el Congreso de los Estados Unidos de Norteamérica, en el edificio del Capitolio que fue asaltado por las ridículas y aterradoras hordas de choque del siniestro payaso de la tortilla en la cabeza, con el intento confeso de interrumpir el recuento de resultados de las elecciones presidenciales de primeros del pasado Noviembre.

En un estrado que nos es tan familiar de verlo en el cine y en la televisión, Biden se dirigió a la nación y al mundo. Tras él, a mayor altura, a modo de ángeles custodios sobrevolándolo, las dos mujeres con más poder político en los USA y, tal vez, en el mundo: Kamala Harris, su vicepresidenta, y Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes. A esta última tuve ocasión de conocerla e intercambiar unas palabras -en italiano, dada mi tonta obstinación desde joven en no aprender la lengua del imperio- en Noviembre de 2007, con ocasión de un gran evento internacional de solidaridad con los sindicatos norteamericanos acosados y amenazados por Bush hijo -sí, el que llamaba “ansar” a Aznar- contra los que quería vengarse por su inquebrantable apoyo al Partido Demócrata. El acto fue en una enorme sala del Senado y estuvo presidido por el último de los Kennedy. Un auténtico león aunque ya medio inválido. Lo más suave que le llamó a Bush hijo fue “alcohólico” y “faldero”. Estaba muy cerca aún el desastre que provocaron Bush y sus acólitos con la guerra de Irak.

A lo que íbamos. Biden se mandó un discurso que muchos comentaristas de prestigio sostienen que lo sitúa a la altura de los grandes presidentes como Roosevelt o Kennedy. El objeto del discurso era rendir cuentas de los primeros 100 días de su presidencia, por una parte, y presentar y pedir refrendo al Congreso para la fabulosa batería de medidas y recursos para erradicar la pandemia, relanzar la economía y el empleo, apoyar la actividad de empresas y familias, establecer un salario mínimo universal de 15 dólares a la hora (casi 4000 dólares mensuales),  el combate contra el cambio climático, el restablecimiento  de las políticas y las alianzas exteriores de los USA con Europa, el recosido de la Democracia y la cohesión social y nacional,  gravemente fracturadas por Trump y s.us secuaces.

En su discurso, sin citarlo, Biden no perdió ocasión de demoler moral y políticamente las barbaridades suicidas, nacionales e internacionales, de Trump y los suyos, para proclamar que “América ha vuelto” por la senda de la racionalidad y el reencuentro con lo mejor de sí misma y con el mundo. Y no defraudó. Sólo algunos datos. Frente al negacionismo imbécil de la pandemia que practicó Trump, y con ello situó a los EEUU en el liderazgo mundial de muertes y contagios, Biden ha conseguido que se vacunen más de 100 millones de ciudadanos, con preferencia a los de mayor edad y profesiones esenciales. Además, el monto de las inversiones públicas para erradicar la pandemia y relanzar la nación y a sus gentes puede alcanzar los 7 billones, con b de Biden… no me pidan que lo ponga en números porque me hago un lío.

Vaya con Biden. El viejito torpe, medio sordo, y sin reflejos, al que ridiculizaban al unísono derechistas e izquierdistas comúnmente estériles en  la campaña electoral y la toma de posesión, ha hecho suyo corregido y aumentado, y ha emplazado al Congreso a aprobarlo, el programa máximo del ala izquierda del Partido Demócrata, que lideran el viejo Bernie Sanders y la joven Kamala Harris. Nuestro cada vez más añorado John Maynard Keynes debe estar aplaudiendo en su tumba la audacia del Presidente Biden y su equipo.

La parte más carnosa y decisiva del discurso,  como no podía ser de otro modo, fue cuando Biden planteó de dónde saldrán los recursos públicos para financiar ese fabuloso plan de reconstrucción y relanzamiento. Y fue rotundo: Deben salir de una política de Justicia Fiscal que subirá los impuestos solo a las rentas superiores a los 400.000 dólares anuales, y con especial intensidad a las grandes empresas transnacionales , que están en todas partes pero no pagan como es debido en ninguna, y al 1% de hipermillonarios, “que deben pagar lo que es justo”, les dijo. Y les envió un razonamiento inapelable a ellos y, a su vez, a este capitalismo de casino: “América no la levantaron los especuladores de Wall Street. La levantaron las clases trabajadoras y las capas medias … y para ello ha sido clave la contribución del movimiento sindical …”

Llegados a este punto,, yo vinculo el histórico discurso de Biden, bajo la supervisión de Harris y Pelosi, con el significado y alcance del 1ª de Mayo, Fiesta Internacional del Trabajo que proclama la centralidad humana del mismo respecto a los capitales y a la tecnología. Razono brevemente mi opinión sobre ese vínculo:

… Aunque en gran medida sea casualidad me parece muy oportuno que este histórico discurso de Biden se dé a unos días del 1º de Mayo, pues recoge muy bien el significado profundo y la aspiración universal de trabajo, liberación, progreso y justicia social de las clases trabajadoras y las más amplias mayorías sociales del mundo entero.

… Pese a ser los EEUU, junto al Reino Unido, la patria originaria del capitalismo más duro y agresivo, o a causa de ello, tal vez, la Historia del Movimiento Obrero y del Sindicalismo en ese inmenso país de aluvión humano es de las más heroicas y sacrificadas. Conviene no olvidar  que allí nació el 1º de Mayo, regado generosamente con la sangre de los Mártires de Chicago. Que allí fueron asesinados por ahorcamiento Sacco y Vanzetti, militantes de la causa obrera, como tantos otros anónimos, bajo acusación probadamente falsa de terrorismo, bien iniciado  ya el siglo XX. Que allí nació también el Día Internacional de la Mujer Trabajadora (por razones que nunca alcancé a entender y compartir, hoy de la “ mujer” a secas), 20 años después del 1º de Mayo a raíz de a muerte de 123 obreras y 23 obreros en una fábrica de camisas de Nueva York, represalia a una huelga en curso. abrasados por la negativa criminal del patrón a desbloquear las puertas en pleno incendio como

… En la época de la “guerra fría”, la propaganda comunista buscaba descalificar el sindicalismo norteamericano por presuntas prácticas corruptas e infiltración mafiosa generalizadas. Con arreglo al “calumnia que algo queda” de Lenin y Goebbels, estas descalificaciones hacían su mella en los ambientes sindicales de entonces. Lo cierto es que ellas provenían de regímenes comunistas, o del llamado “socialismo real”, en los que los “sindicatos” eran meras estructuras subsidiarias del Estado , como les dijo el mítico comunista y partisano Luciano Lama a los burócratas sindicales del Este de Europa en su último Congreso al frente de la CGIL italiana. Era a finales de los 80 y yo estaba allí.

… Lo cierto es que el sindicalismo norteamericano , como dije, tiene orígenes y trayectoria heroica. Hunde sus raíces en el 1º de Mayo y las grandes luchas por la jornada de 8 horas a finales del XIX, y va tomando forma en el primer cuarto del siglo XX en la Federación Americana del Trabajo, una plataforma creada e impulsada, sobre todo, por los primeros núcleos del incipiente Partido Comunista norteamericano (Warren Beatty refleja todo esto en “Rojos”, su mejor película, estrenada en 1981). Varias décadas después de aquellos orígenes hiperideológicos, el sindicalismo norteamericano se reequilibra y ensancha con el aporte de enfoques y sectores más profesionales y corporativos. De ahí el nombre y la sigla mixta de esa gran central: AFIL-CIO, Federación Americana del Trabajo-Congreso de Organizaciones Industriales. Pese al innegable impacto contra el sindicalismo, y las sociedades y las democracias, de las nefastas políticas neoliberales del último medio siglo, la AFL-CIO es la mayor afiliada de la CSA de las Américas y de la CSI mundial, ambas unitarias, genera importantes políticas y recursos de solidaridad internacionalista y, lo que a mí me parece especialmente importante,  la AFL-CIO es una pieza fundamental e imprescindible en este empeño estratégico de superar el neoliberalismo y construir políticas solidarias, redistributivas de la riqueza e impulsoras del progreso social, en las que está empeñado el tándem Biden-Harris y los sectores más progresistas del Partido Demócrata, a los que la AFL-CIO brindó siempre su apoyo, si bien no lo hizo gratis como corresponde a un sindicalismo potente y maduro.

…Joe Biden, nacido en el seno de una familia católica practicante de clase media venida a menos, fue siempre el resultado de su propia capacidad de esfuerzo y superación y de un sistema que lo facilitaba en forma de igualdad de oportunidades y capacidad de acceso al sueño americano. Biden, como Stiglitz y tantos otros referentes lúcidos del sistema, sabe que el capitalismo actual es una máquina infernal de producir el 1% de superricos en todas partes y un porcentaje sin límites de pobres y precarios, en todas partes también. Saben que ese camino conduce indefectiblemente al colapso del sistema, a la barbarie y, en último extremo, a la extinción de la Democracia en un planeta inhabitable. No es tan de extrañar, por lo tanto, que Biden y lo que representa se empeñe en asegurar la gobernación política y fiscal de este capitalismo financierista y especulativo y basar esa gobernabilidad en nuevos supuestos humanistas antitéticos con la doctrina clamorosamente fracasada del neo-liberalismo. Doctrina que implantó, por cierto, otro presidente norteamericano, Ronald Reagan, tan mediocre y prescindible como ideólogo que como  actor de medio pelo.

Para terminar, y a modo de moraleja que se decía antes, recomiendo a la izquierda democrática y al pensamiento progresista de este ancho mundo, que agarre el discurso de Biden de marras e intente aplicarlo en cuantos más sitios mejor, y aún sabiendo que cada país o área de integración no es idéntica a los EEUU, que no dejen de luchar por ello e intentarlo en todas partes. Porque, para salir del irresoluble dilema teresiano del “vivo sin vivir en mí y tan grande dicha espero que muero porque no muero”, los izquierdistas y progresistas debemos ser más orteguianos y prácticos y proclamar y practicar el: A la defensa universal de la Democracia Liberal, con ella, a las cosas que constituyen la vida y la felicidad de la gente, y a enfrentar y superar progresivamente este muro de un capitalismo siglo XXI que funda su razón de ser en costes sociales, humanos y medioambientales insoportables a medio plazo.

Biden, Harris, Pelosi… y el 1º de Mayo