miércoles. 24.04.2024
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Joe Biden junto a una joven negra en un acto electoral.

Cuando pensábamos que ya habíamos visto de todo o casi, el asalto al Capitolio por algunos de los peores herederos de Búfalo Bill nos ha dejado de piedra. Y no, no era una película o una serie de Netflix. Todo con personajes reales y en directo. Y sí tremendas eran las imágenes, aún más escalofriantes resultaban las declaraciones a los medios de comunicación y a cara descubierta de los y las asaltantes, que avisaban que a la próxima vendrían bien armados.

Si no fuera de un terrible dramatismo, algunos podríamos recordar al enloquecido comandante de un B-52, que en los últimos minutos de la película “Teléfono rojo, volamos hacia Moscú” de Stanley Kubrick, se lanza sobre la Unión Soviética sentado sobre una bomba atómica y saludando como si estuviera montado en un toro en un espectáculo de “rodeo”, o a tantos otros fanáticos personajes que el cine norteamericano nos ha ido mostrando en los últimos 50 años.

Aunque el asalto ha terminado “bien” y ha servido para mostrar sin filtros, ante todo el mundo, la calaña de Trump y de muchos de sus seguidores, así como para reforzar al Presidente Biden, los analistas mas rigurosos no dejan de subrayar los gravísimos problemas que subyacen en un país con un historial de violencia permanente y extendido, armado hasta los dientes, con profundos odios hacia las diversas minorías, con un machismo muy arraigado, con gran influencia de sectas religiosas extremistas, con amplios sectores de población marginados socialmente, con ostentación de símbolos no solo del peor pasado de Norteamérica como las banderas sudistas o del Ku Klux Klan, sino incluso del nazismo que fue el terrible enemigo de los Estados Unidos durante una sangrienta guerra mundial, con un nacionalismo que desprecia al resto del mundo, etc. Y todo ello con las facilidades que las redes sociales y una parte de los medios de comunicación otorgan a la manipulación y falsificación de la realidad.

El grave problema es que esas actitudes no se limitan a una minoría. Es evidente que ni todos los votantes de Trump ni, por supuesto, todos los miembros y dirigentes del Partido Republicano se identifican con Trump y con el extremismo fanático. Pero son decenas de millones de personas quienes están de acuerdo con esas posiciones y no van a renunciar a ellas ni fácilmente ni a corto plazo, como bien refleja que 150 años después de la terminación de la Guerra Civil norteamericana, todavía hay muchísima gente que sigue sin asumir esa derrota y sus consecuencias.    

La ventaja de Biden es que, a diferencia de Obama, tendrá un Congreso y un Senado sin mayoría republicana y podrá sacar adelante con mas facilidad sus iniciativas y reformas

Es cierto que el presidente golpista ha tenido que agachar las orejas, desdecirse relativamente y terminar su mandato en medio del oprobio. Pero aun es pronto para saber con rigor cuáles van a ser las consecuencias en el seno del Partido Republicano, de los millones de seguidores del trumpismo e incluso para el propio Trump.

Los extremistas y quienes les estimulan tienen demasiados motivos para continuar en la misma senda. La ampliación del número de  trabajadores blancos pobres, consecuencia de las reconversiones industriales y agrarias por la globalización, sin redes de protección social ni posibilidades de promoción social para sus hijas e hijos; la cada día mayor presencia de una inmigración asiática y sobre todo latina que alimentan los sentimientos xenófobos, a la vez que presionan a la baja los salarios; la cada vez mayor resistencia de la minoría negra a seguir siendo avasallada y que poco a poco van superando su históricamente débil participación en los procesos electorales; el potente movimiento feminista que no esta dispuesto a ceder en el reconocimiento de la igualdad de derechos; la paulatina normalización de la población LGTB….

Es de suponer que para muchos de esos fanáticos encontrarse con que la segunda autoridad del país, la vicepresidenta, será mujer y además afroamericana, como también serán afroamericanos el Secretario de Estado de Defensa o la importante embajadora en las Naciones Unidas, o que un latino será Secretario de Salud (en plena y brutal pandemia), y también latino e inmigrante es el  nuevo responsable de Seguridad Nacional, o la primera mujer responsable de los poderosos Servicios de Inteligencia, como también serán de color la Directora de la Oficina de Administración y Presupuesto o la Presidenta del Consejo de Asesores Económicos y la Secretaria del Tesoro será igualmente una mujer…. Y para colmo la tercera autoridad de Estados Unidos, la presidenta del Congreso, volverá a ser Nancy Pelosi o que la puertorriqueña Alexandria Ocasio-Cortez, congresista miembro de la organización “Socialistas Democráticos de América”, sea una gran figura emergente en el Partido Demócrata.

Demasiadas mujeres, demasiados afroamericanos, latinos y de otras minorías étnicas…Es algo difícil de digerir a quienes durante generaciones han vivido escuchando prejuicios racistas, machistas, xenófobos, homófobos, que han tildado de comunistas o socialistas a quienes han defendido un estado de bienestar social equiparable al que existe en la mayoría de los estados desarrollados del mundo, que desde niños han convivido en sus casas con las armas de fuego de sus padres o empapados del nacionalismo trasnochado de “First América”.

Biden y su equipo no lo van a tener fácil. Tendrán que hacer gestos apaciguadores a los sectores más moderados del Partido Republicano, deberán buscar acuerdos y alianzas con los movimientos sociales (feminismo, el “Black lives matter”, las organizaciones LGTBI, ecologistas, pacifistas), ganarse a la creciente minoría latina (una parte de la cual ha sido influida por Trump), negociar con los sindicatos y las organizaciones patronales la mejora de las condiciones laborales, buscar el apoyo a los pequeños agricultores sin caer en el proteccionismo imposible e ineficaz, el respeto a los sectores de la cultura tan agredidos y tan distanciados de Trump, promover el arrinconamiento de las tendencias violentas, racistas o machistas colaborando con la Iglesia Católica y aquellas confesiones religiosas no impregnadas del fanatismo, y desde luego con los medios de comunicación, muchos de los cuales tan importante e irresponsable papel jugaron en el ascenso de Trump. Y por supuesto continuar y dar un mayor impulso a las políticas de bienestar social que inició Obama.   

Ya se ha visto de que son capaces la extrema derecha norteamericana. Biden y su gobierno, que podríamos calificar de centro izquierda moderado, no deben perder tiempo, ni defraudar esperanzas, como las de esos millones de nuevos votantes que se han movilizado por primera vez. La ventaja de Biden es que, a diferencia de Obama, tendrá un Congreso y un Senado sin mayoría republicana y podrá sacar adelante con mas facilidad sus iniciativas y reformas.

Y un aspecto positivo de la derrota de Trump y sus seguidores, es que sus simpatizantes en otros lugares del mundo, desde los actuales gobiernos de Brasil, Polonia o Hungría a la extrema derecha española, francesa, italiana o griega, han perdido un valedor y una referencia. 

Biden y la gestión de la derrota social del trumpismo