viernes. 29.03.2024
La familia dictatorial Marcos en Filipinas

Las dinastías políticas familiares (aparte de las monarquías) en Asia son un constante de las últimas décadas. Su naturaleza, origen y fortuna son variados y en ocasiones muy diferentes. En unos casos aparecen asociadas a los procesos de independencia, caso de los Nehru-Gandhi en la India, o de los Rahman en Bangla Desh (la primera ministra, Sheikh Hasina, es la hija de Mujibur Rahman, padre del país). En otros, se forjan como iconos de la resistencia contra la  dictadura o de secuestro del poder por los aparatos de fuerza (los Bhutto, en Pakistán o los Aung San, en Birmania), aunque su práctica política no haya sido ejemplar. 

Pero también el autoritarismo se convierte en el factor decisivo para la consolidación de clanes familiares que han adoptado formas abusivas o corruptas del poder (en Corea del Sur, el gobierno ferozmente anticomunista del presidente Park Chun-hee en las décadas de los sesenta y setenta tuvieron continuidad ya en el segundo decenio de este siglo en su hija, Park Geun-hye (2013-2017), finalmente destituida por cargos de corrupción. 

Ahora mismo, otras dos dinastías asiáticas están de actualidad por motivos opuestos. En Sri Lanka (antigua Ceylan), los Rajapaksas se aferran desesperadamente al poder en un clima de crisis económica pavorosa y de sublevación popular y ciudadana. Las protestas han pasado ya a la fase de violencia y el clan se ha fracturado. El primer ministro, Mahinda, hermano menor, se ha visto obligado a dimitir. El primogénito, Gotabaya, continua siendo presidente, pero es difícil garantizar por cuánto tiempo. La inflación y la deuda acogotan al país, destinado a someterse a las reglas del Fondo Monetario Internacional (1).

FILIPINAS: EL APARENTE “REGRESO” DE LOS MARCOS

El caso más cercano para los españoles es el de Filipinas, antigua colonia en la que el castellano ha dejado importantes rastros en el idioma oficial que no único del país. En las recientes elecciones presidenciales, la familia Marcos ha recuperado el poder político supremo, con la victoria de Fernando, el hijo mayor del dictador depuesto en 1986 por una revolución popular y muerto en el exilio estadounidense (Hawai) tres años después (2).

No puede decir que vuelven los Marcos, porque nunca se fueron del todo. Primero regresaron escalonadamente al país desde comienzo de los noventa y fueron adquiriendo posiciones en la jerarquía política (gobernaciones regionales, escaños en el legislativos, ayuntamientos, etc). Su influencia nunca desapareció, porque si bien perdieron poder político conservaron siempre el botín económico saqueado a la nación: unos diez mil millones de dólares. En estos años, el Estado apenas ha podido recuperar una tercera parte aproximadamente. Pero en términos reales, la familia ha compensado esta “pérdida” con evasiones fiscales similares. Imelda, la viuda del dictador, ya ha sido condenada por ello, pero su caso está pendiente de revisión en el Supremo. Fernando, el presidente electo, se encuentra aún en plena batalla legal. Se teme que su ascenso a la cúspide del Estado le permite blindar esta acaparación fraudulenta. 

El triunfo de Fernando Bong Bong (apelativo popular y populista) es una afrenta para muchos millones de filipinos cuyas familiares sufrieron una salvaje represión durante el mandato de su padre, que ganó las elecciones en 1965 e impuso la ley marcial en 1972 para perpetuarse en el poder sin contemplaciones constitucionales, argumentando el peligro comunista. En ese momento, Vietnam se encontraba en la fase final de la guerra de liberación, Estados Unidos minaba los puertos de Hanoi y Haiphong, sostenía ya sin convicción al gobierno títere de Saigón, bombardeaba desesperadamente ciudades y posiciones militares del norte y rumiaba su derrota. El anticomunismo era una divisa legitimadora de cualquier deriva dictatorial.

Tras la retirada norteamericana de Indochina, Filipinas conservó su condición de vigía de la expansión comunista en la zona. Lo que sirvió a Marcos para consolidar su dictadura, pero sobre todo para enriquecerse sin límites. La autocracia se reforzó con la cleptocracia (3).

EL FRACASO DEMOCRÁTICO

A muchos analistas liberales les sorprende ahora que este expolio masivo y el rastro de sangre y liberticidio no le haya pasado factura a los Marcos. En realidad, la democracia filipina nunca desmontó la base social y económica que permitió la perversidad política de esos años. De hecho, los gobiernos democráticos se vieron continuamente amenazados por los militares, fuerza de reserva de las élites económicas del país.

Los Marcos mantuvieron su red de contactos y alianzas forjados durante la era del patriarca de la dinastía y prepararon pacientemente su regreso desde su feudo en la región de Ilocos Norte. La vida de la gran mayoría de la población no ha mejorado sustancialmente en estas tres últimas décadas. La democracia formal no les ha dado de comer ni les ha sacado de la miseria ni les ha dado un horizonte de dignidad (4). Este el principal factor del triunfo de Bong bong y de una restauración. Pero no el único.

Los Marcos han utilizado otros actores favorables a su intereses. El más evidente ha sido el de los Duterte, otra dinastía familiar que aspira a consolidarse. El presidente saliente ganó las elecciones de 2016 con un proyecto descaradamente autoritario y populista basado en la lucha sin complejos contra la delincuencia y el tráfico de drogas. Obtuvo un éxito arrollador, en parte por su sintonía expresa y ruidosa con el emergente Trump, en Estados Unidos. Duterte, sin embargo, no se enfeudó por completo al vasallaje norteamericano tradicional en Filipinas. No ha dudado en cultivar relaciones oportunistas con esta China neonacionalista que observa pocos escrúpulos ideológicos para afianzar su base estratégica de poder en Asia oriental. Que Manila y Pekin mantengan un diferendo territorial en el archipiélago de las Spratley no ha sido un obstáculo en el acercamiento de estos años.

Rodrigo Duterte no podía optar a la reelección por la norma constitucional que limita el ejercicio del poder a un mandato de seis años. Pero ha tomado el relevo su hija Sara, que ha ganado las elecciones a la vicepresidencia (en Filipinas, las candidaturas de los dos principales cargos ejecutivos se eligen separadamente). En apariencia, padre e hija no están en buenos términos. Rodrigo incluso se ha permitido ironías machistas sobre la idoneidad de una mujer para conducir el timón del país. Sara se ha confesado lesbiana, pero de forma tan confusa y contradictoria que el colectivo LGTBI se ha mostrado escéptico. La futura vicepresidente dice no compartir el estilo y los métodos de su progenitor, pero su experiencia como alcaldesa de Davao, la segunda metrópolis del país, acredita lo contrario (5). En todo caso, los Marcos y los Duterte han fraguado una alianza electoral exitosa que cuenta con el apoyo implícito de las grandes fortunas filipinas y sus servidores estatales. 

MENDACIDAD Y MANIPULACIÓN

El otro factor que explica esta victoria dual es el de la grosera manipulación de la historia y la memoria, favorecida por el uso fraudulento de las redes sociales. Los Marcos han reclutado un ejército de intoxicadores profesionales que se han dedicado a convertir la cleptocracia familiar en un relato de dorada prosperidad, en los setenta y primeros ochenta, y de recuperación de esa falsa prosperidad en el futuro inmediato. Los crímenes se han obviado o convertido en una limpieza de extremistas y comunistas. 

El monumental engaño ha cuajado, sobre todo en las clases populares, cuya desafección por la democracia liberal es similar a la de otros países de la zona o de Occidente, como en bien sabido. Fernando Bong bong ni siquiera ha necesitado una hoja notable de servicios políticos. Su paso por el Senado ha sido mediocre, por ser benigno. Se ha inventado o falseado acreditaciones universitarias. Tanto da: su “mérito” reside en el apellido. Y en una memoria familiar adulterada y amparada por una impunidad “democrática”.

Lo que pueda deparar esta restauración en la cúspide de la dinastía Marcos es una incógnita. El ejemplo de Sri Lanka, a pesar de las enormes diferencias económicas, políticas y estratégicas entre ambos países, no augura un porvenir tranquilo. En cuanto se evidencie la verdadera naturaleza de las engañosas promesas de la dupla Marcos-Duterte, puede generarse una contestación social. 

Es de esperar, sin embargo, China y Estados Unidos traten de preservar la estabilidad para garantizar sus intereses. Aunque Sri Lanka tiene su papel en ese nuevo eje de seguridad que se quiere construir en la zona del Indo-Pacífico para contener a China, Filipinas es una plataforma mucho más importante. Duterte ha sabido jugar la carta del equilibrio entre los dos grandes. Es previsible que Marcos se conduzca bajo el mismo patrón.


NOTAS

(1) “Sri Lanka on the brink” DUSHI WEERAKOON. FOREIGN AFFAIRS, 14 de abril. “How one powerful family wrecked a country”, ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON POST, 11 de mayo; “How the Rajapaksas destroyed Sri Lanka’s economy”. AMITA ARUNDPRAGRASAM. FOREIGN POLICY, 28 de abril; “Sri Lanka’s economic crisis has created a political one”. THE ECONOMIST, 9 de abril.
(2) “After 36 years, a Marcos is again on the road to power”. THE NEW YORK TIMES, 10 de mayo.
(3) “Aux Philippines, le fils Marcos aux portes du pouvoir. BRICE PEDROLETTI. LE MONDE, 6 de mayo.
(4) “The Philippines’ strongman problem. How political dinasties are dominating the presidential election”. SHEYLA S. CORONEL. FOREIGN AFFAIRS, 5 de mayo.
(5) “Is the Philippines ready for another Duterte”. REGINE CABATO. THE WASHINGTON POST, 27 de abril.

El autoritarismo familiar en Asia