viernes. 29.03.2024

@jgonzalezok / Estuvo diez años en el poder, entre 1989 y 1999. Antes había sido gobernador de su provincia, La Rioja, y desde 1995 era senador. Marcó una época en la política argentina, poniendo en duda la identidad peronista al abrazar el neoliberalismo. Había llegado al poder con algunas consignas simples, como “Síganme, no los voy a defraudar” y prometió un “salariazo” y una “revolución productiva”. En ese momento llevaba el pelo largo y unas enormes patillas, para parecerse a Facundo Quiroga, un caudillo federal del siglo XIX. Le gustaba provocar con su complicada vida privada y presumir de mujeriego.

En un primer momento asustó al establishment argentino y también a los observadores internacionales. Sobre todo cuando prometió recuperar las islas Malvinas “a sangre y fuego”. Pero nada más tomar posesión sorprendió a propios y extraños, dando un giro radical e inesperado. Dejó atrás el “salariazo” y otras promesas de campaña. Tiempo después confesó que, si decía lo que tenía previsto hacer, no lo votaba nadie. Se recortó las patillas, se declaró un amigo del mercado, se alineó incondicionalmente con los Estados Unidos -promovió “relaciones carnales” (sic) con Washington- e hizo las paces con connotados personajes del antiperonismo cerril, como el almirante Isaac Rojas o la familia Alsogaray.

Su primera medida fue entregar la dirección de la economía a la empresa Bunge&Born, una multinacional con una larga historia de enfrentamiento con el peronismo. La idea de Menem es que al frente de la economía del país debería estar un “empresario exitoso”. El ministro de Economía será el gerente de la multinacional argentina, Miguel Roig, que falleció unos días después de asumir, pero será reemplazado por Néstor Rapanelli, también alto directivo de la misma empresa.

Perón, en su libro Los Vendepatrias, había señalado a dicho grupo como uno de los responsables de la “sumisión nacional”. Una de las explicaciones para esta sorprendente elección de Menem la dio el sindicalista Jorge Triaca: “Una de las causas por las que nosotros caímos en el 55 fue habernos peleado con Bunge&Born. Hoy el presidente cerró este capítulo porque lo importante es que los empresarios estén sobre la mesa y no en las bambalinas del poder, empujando desde la trastienda”.

Menem fue el presidente de las privatizaciones de las empresas estatales. Ferrocarriles, teléfonos, Aerolíneas Argentinas, canales de televisión, etc., pasaron a manos privadas, a precios viles. Las privatizaciones tuvieron como principal característica que los acreedores externos lograron el canje de papeles depreciados -en el mercado secundario se cotizaban al 10 % de su valor nominal- por activos físicos, en alianza con grupos empresariales internos. Esta capitalización de la deuda venía siendo defendida desde años antes por Henry Kissinger.

Menem también fue el presidente que logró dominar durante unos años la inflación, verdadero azote de la economía argentina desde la década del 40 del siglo pasado. Entre 1810 y 1944, la inflación promedio había sido del 2 %, pero a partir de ese año, con el primer peronismo, se volverá endémica. Entre 1975 y 1990, todos los años -excepto en 1986- la inflación había superado el 100 % anual, con el agravamiento de un PBI estancado. En 1989 y 1990 el país vivió dos períodos de hiperinflación: el primer año, que coincide con el fin del gobierno de Alfonsín, se llegará al 3.079 %, mientras que 1990 acabará con el 2.314 %.

Pasada la etapa de ministros de Bunge&Born, en 1991 Menem entregó el ministerio de Economía a Domingo Cavallo, al que admiraba por su dominio del inglés. No le importó que éste hubiera sido funcionario durante la dictadura, ni que hubiese estatizado la deuda privada cuando estuvo al frente del Banco Central. Cavallo fue el autor de la Ley de Convertibilidad. Mediante dicha ley se ató el valor del peso al dólar, con lo que durante los casi once años que estuvo en vigencia -abril de 1991 a enero de 2002- un peso era equivalente a un dólar norteamericano. Anclar el tipo de cambio permitió detener el aumento de precios. Tuvo el mérito de impedir la emisión sin respaldo y el equilibro de la balanza de pagos. Pero la Convertibilidad era insostenible a largo plazo. El peso estaba sobrevaluado y ello tuvo como consecuencia la pérdida de competitividad de los productos argentinos. El final fue estrepitoso: cayeron las exportaciones, las importaciones masivas destruyeron la industria nacional y se reprimarizó el aparato productivo.

Su política neoliberal la aplicó sin miramientos, asegurando que se necesitaba aplicar “cirugía mayor sin anestesia”. Como consecuencia, tuvo una oposición sindical y de diversos sectores políticos, pero como todo gobierno peronista logró imponerse y doblegar o comprar a los principales sindicatos y a sus dirigentes. Mientras Alfonsín sufrió 13 huelgas generales, Menem solo tuvo una en su primer mandato, cuando se produjo la brutal reconversión de la economía, con las privatizaciones y sus consecuencias, en forma de despidos masivos.

Cuando llegó a la presidencia había sospechas de que era apoyado por los militares “carapintadas”, que se había levantado en tres ocasiones contra el gobierno de Alfonsín, al no admitir que siguiesen los juicios contra los militares acusados de graves violaciones a los Derechos Humanos durante la dictadura (1976-1983). Está confirmado que tuvo contactos fluidos con Mohamed Alí Seineldín, el principal líder “carapintada”. Su inicial retórica nacionalista tuvo las simpatías de estos militares, muchos de los cuales habían combatido en Malvinas. No obstante, en diciembre de 1990 enfrentó una nueva asonada, cuando los uniformados se desengañaron del presidente. La orden de Menem fue “aplastar la sedición” y “arrasar los forajidos”.

La derrota de la rebelión fue definitiva para el movimiento de los carapintadas. Pero Menem acabó indultando a los comandantes de la dictadura, que eran los únicos que continuaban presos, después de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final que había otorgado el presidente Alfonsín. Menem también indultó a los jefes guerrilleros, como Mario Eduardo Firmenich, líder del grupo Montoneros.

El primer mandato de Menem, de seis años, no tenía reelección, de acuerdo a la Constitución de entonces. Pero acordó con su antecesor, Raúl Alfonsín, una reforma, en el conocido como Pacto de Olivos: a cambio de una reelección consecutiva, de solo cuatro años, concedía atenuar el sistema presidencialista, instaurando la figura del Jefe de Gabinete, una especie de Primer Ministro. También se introdujeron en la Carta Magna los derechos de tercera y cuarta generación y nuevos órganos de control. La intención única y descarada de Menem era la reelección, que finalmente consiguió en 1995, a pesar de la escandalosa corrupción de la época, denunciada por los medios, y el paulatino deterioro de la situación económica y social.

Se fue del poder con un desgaste de imagen notorio. No obstante, en 2003 volvió a presentarse como candidato a presidente. Aunque ganó en primera vuelta a Néstor Kirchner por un escaso margen -24,45 % frente al 22, 24 %-, no quiso disputar el segundo turno, convencido de que perdería en esta segunda instancia. Al dejar el poder estuvo detenido durante cinco meses y medio -en realidad sufrió prisión domiciliaria-  por la venta ilegal de armas a Croacia y Ecuador, caso en el que finalmente sería absuelto. Enfrentó otros casos de corrupción, pero como senador tuvo la protección del peronismo y del kirchnerismo, a pesar de que tanto Néstor como Cristina Kirchner siempre lo acusaron de los peores males de la nación. El Senado nunca trató su desafuero y Menem siempre correspondió a esta protección aportando su voto cuando lo necesitaron o aportando su presencia para lograr el quorum si era preciso.

Carlos Menem, el peronista neoliberal