viernes. 19.04.2024
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Dentro de unos meses finaliza la era Merkel. Habrán pasado 16 años desde aquel 22 de noviembre de 2005, cuando Angela Dorothea Merkel se convertía, con 51 años, en la primera mujer al frente del gobierno federal de Alemania. Partía de una triple anomalía entre los líderes alemanes: mujer divorciada y sin hijos; científica, doctora en química cuántica, y procedente de la RDA.

Los medios de comunicación, no solo alemanes, van llenos de opiniones sobre el balance de su gestión. Con una general coincidencia: Alemania y el resto de Europa echará de menos su liderazgo. Un liderazgo que ha representado un muro de contención frente al populismo y al nacionalismo. Lo que cobra aún más sentido con la afirmación de quien fue ministra de cultura en su gobierno, Annette Schanvan, cuando afirma en The Daily Gazette que la razón principal que llevó a Merkel a presentarse a un cuarto mandato fue la elección de Donald Trump y la incertidumbre en aquellas fechas del resultado de las elecciones francesas en las que Marine Le Pen estaba fuerte en las encuestas.

En los más de 16 años de mandato de Angela Merkel se han vivido varias crisis. En la financiera defendió a ultranza imponer medidas estrictas a economías como la griega o la española, una política de nefasto recuerdo y graves consecuencias para los del Sur de Europa. Años más tarde ha reconocido sin embargo que fue excesivo y por ello ahora, con la crisis del Coronavirus, su apuesta ha sido esencial para la mutualización de la deuda, por primera vez, en la Unión Europea.

Quienes entienden, afirman que la sociedad alemana durante su mandato se ha vuelto mucho más abierta en cuestiones raciales o de género, en el matrimonio homosexual. Ciertamente Merkel ha empujado a su partido, muy conservador, hacia el centro. Provocó el giro en la política energética y medioambiental de Alemania como consecuencia del desastre nuclear de Fukushima en 2011.

Destaca el esfuerzo por librar a su partido de ideas intolerantes, defendiendo la necesidad de ser más acogedores con los inmigrantes. Asumió, con un coste electoral altísimo, acoger a centenares de miles de refugiados sirios con el mensaje wir schaffen das", algo así como "nosotros lo hacemos ". Merkel afrontó con valentía aquella discusión frente a los que pedían cerrar las fronteras, como hicieron la mayoría de los países europeos, y a lo que contestó: “no construiremos nuevos muros en Alemania contra personas que son refugiados de guerras civiles y que sólo quieren salvar sus vidas y las de sus hijos”. Una decisión que a muchos ciudadanos y ciudadanas europeos nos hizo exclamar: ¡que envida! a ese país, que fue calificada por Trump como “un error catastrófico" y por la gran mayoría de editoriales conservadores del mundo entero como: "La peor decisión que haya tomado un líder europeo en tiempos modernos".

Merkel deja el poder con una aprobación récord en Alemania, reforzada por la gestión de la pandemia. Su intervención de 12 minutos, retransmitida el 18 de marzo, en la que explicó en forma docente lo que estaba pasando y lo que había que hacer, ha sido calificado por muchos expertos como una obra maestra de la comunicación por la efectividad y credibilidad del mensaje. Un ejemplo de lo que se ha bautizado como el “método Merkel” y que los medios de comunicación alemanes consideran la clave de su éxito. Todo ello va más allá del retrato que están haciendo en estos últimos meses tantas figuras públicas que definen a Merkel como una persona sólida, honesta, intelectualmente rigurosa, amable por instinto y con una combinación de férrea determinación, pragmatismo y capacidad analítica. Y que dicen que Merkel, como científica, es consciente que solo por medio del conocimiento de todos los detalles se puede lograr el control de la situación. Que se aproxima a los problemas como si los observara en un microscopio y los diseccionara. “Con un temperamento conservador y que conoce bien a sus electores” ha escrito Obama en su libro de memorias.

Debo confesar que si alguien me asegura, hace diez años, que firmaría estas líneas elogiosas sobre Angela Merkel, cuando el calificativo más cariñoso que le dediqué en aquellos años fue el de “bruja”, no me lo hubiera creído. La pregunta que me hago es si yo habré cambiado tanto, aunque sinceramente creo que no. La explicación la encuentro en el positivo papel que ha jugado en las múltiples crisis vividas en la UE y el contraste que representa Angela Merkel ante el nefasto ejemplo de la derecha de nuestro país y la de otros países europeos, unas derechas, que de avanzar, pueden acabar derribando con su ofensiva populista y nacionalista los consensos y valores democráticos labrados durante décadas.

Más allá de la valoración que cada cual haga de la era Merkel, es indiscutible que su marcha abre una nueva estampa en Europa.

Fin de la era Merkel