jueves. 25.04.2024
kabul

Por Mario Regidor

Este mes de agosto pasado ha marcado el final de una larga lucha de 20 años en Afganistán. Dos décadas en donde ha imperado la idea de venganza por parte de Estados Unidos después de los atentados del 11-S y la persecución y muerte de Osama Bin Laden, finalmente conseguida en 2011.

Cuenta la leyenda que un preso talibán le dijo a un soldado estadounidense hace casi 20 años: “ustedes tienen los relojes, nosotros tenemos el tiempo”. Nunca una sentencia tuvo mayor vigencia que en este momento. Después de haber invadido el país y haberlo conquistado en un plazo relativamente corto de tiempo, únicamente la presencia continuada del ejército estadounidense permitió alumbrar gobiernos más o menos democráticos que permitían una frágil coexistencia entre las diferentes etnias y tribus.        

De todos modos, ¿hubo en algún momento verdaderos deseos e intenciones de formar un gobierno duradero en Afganistán que convirtiera en permanentes los avances en materia educativa, de empoderamiento de los derechos de la mujer, de construcción de un espacio de seguridad territorial que superara los muros de la capital, Kabul, con una clase dirigente que se hiciera merecedora de la consecución de un autogobierno que convirtiera su país en un actor político a tener en cuenta por motivos diferentes al terrorismo yihadista y al movimiento talibán? Parece ser que no…

Lamentablemente, la desidia de las potencias occidentales, con Estados Unidos a la cabeza, han permitido una especie de reedición del final de la guerra de Vietnam donde Estados Unidos también se retiró de forma desordenada y mostrando escenas de pánico entre la población civil y el propio ejército estadounidense. La única diferencia destacable es que el gobierno de Vietnam del Sur resistió casi dos años más, mientras que su homólogo afgano ha caído en pocas semanas debido a la impericia de su ejército, mentorizado por oficiales norteamericanos, por la corrupción de sus gobernantes y, posiblemente, por la escasa fidelidad a unos ideales que han sido importados y no “extraídos” de la propia idiosincrasia del pueblo afgano, un conglomerado variopinto de tribus, etnias y grupos donde la religión podría considerarse como el único y débil armazón que permitía una cierta cohesión entre ellos. Y de la que los talibanes se mostraron con su interpretación restrictiva y radical de la “Sharia” como la más adelantada y amalgamadora opción a seguir por parte de los desheredados y de aquellos que han “mamado” desde niños los desmanes de las potencias occidentales en dicho territorio.

Hay una pequeña provincia de Afganistán, Panshir, que parece resistir como la célebre aldea gala donde moraban Astérix y sus amigos. No obstante, los talibanes la están cercando y sus últimos momentos de libertad podrían estar cerca. Esta pequeña porción de territorio ha pasado por ser prácticamente inexpugnable debido a su escarpada orografía. Pero dicha resistencia a ultranza no será suficiente si la Organización de las Naciones Unidas no se implica en proveer de la ayuda necesaria para que resistan y puedan articular a todos los focos de resistencia dispersos por el país. Lamentablemente, no parece que esa sea la premisa ni de la ONU, ni de la UE, ni de EE.UU y su fin parece estar cercano.    

Los combatientes que allí se refugian necesitarán toda la ayuda que seamos capaces de proporcionarles, en especial, para poder llegar en un futuro a alumbrar un gobierno donde estos ideales lleguen a encarnar un período de prosperidad para el país y para su entorno. A fin de cuentas, los que más sufren aquellos vaivenes geopolíticos que, periódicamente, sacuden estos territorios son los que menos tienen y los que más padecen. Pero ya pasó el tiempo de ayuda humanitaria, ahora sólo cabe la presión internacional, el auxilio a los que no han depuesto las armas y han cedido a que un nuevo orden de oscuridad se cierna sobre sus familias.

Es posible que todavía no seamos conscientes de lo que nos jugamos aquí. Lo que empezó como una especie de venganza hacia un régimen que albergaba al más peligroso terrorista del momento, causante del mayor atentado en suelo estadounidense de la historia, con el ataque a las Torres Gemelas y el Pentágono, devino posteriormente en un intento improvisado de democratizar un país y darle una estructura política siguiendo los modelos occidentales, pero sin tener en cuenta la opinión de los conciudadanos.

No cabe duda que la ayuda de las potencias europeas y Estados Unidos, en cumplimiento del mandato de Naciones Unidas, después de la intervención militar, tuvo su razón de ser y bastante éxito, al menos a corto y medio plazo, pero como destruir siempre es más fácil que construir, debemos ser conscientes de la increíble necesidad de perseverar en el empeño, en especial para cambiar mentalidades y formas de entender la vida, ajenas si se desea a la religión o, por lo menos, a las interpretaciones más extremas de la misma.

Ahora me voy a permitir contarles una historia, basada en un triplete protagonista que no tiene desperdicio. A finales de la década de los 70 del siglo pasado, la URSS invadió Afganistán para ayudar a su presidente Jazibullah, que se había convertido en un ferviente comunista, a mantener el poder contra los “muyahidines”. Los primeros embates demostraron que el poder aéreo de los soviéticos era abrumador y diezmaba los focos de resistencia de estos guerreros.

Era la época álgida de la Guerra Fría y con la llegada de Reagan al poder en Estados Unidos se instauró una nueva ofensiva contra los rusos. Uno de los pilares de la misma lo constituyó un congresista demócrata de nombre Charlie Wilson. Este hombre se jactaba de que la mayor parte de colegas de la Cámara de Representantes estadounidense le debía favores que, en algún momento se cobraría, ya que los electores de su distrito no le pedían nunca nada.

Una de las personas que más fondos aportaba a las campañas de reelección de Charlie era una millonaria tejana, Joane Herring, fervorosa anticomunista, y que le convenció para que se uniera a su causa y apoyara a los muyahidines en su desigual lucha con los soviéticos.

El tercer pilar de este triángulo lo constituía un ultraderechista y caído en desgracia agente de la CIA llamado Gust Avrakotos, que conocía la región y sabía de armamento. Entre los tres fueron tejiendo una red que permitió empantanar al ejército soviético en una tela de araña de la que saldrían casi una década después derrotados e inmersos en su particular Vietnam.

Cada año, con la mediación del congresista, aumentaban los fondos destinados al apoyo a los muyahidines y les dotaba de armamento cada vez más sofisticado y eficiente para derribar a los helicópteros soviéticos.

Pero hete aquí que la guerra acabó y Charlie Wilson se preocupó de pedir una asignación económica para la reconstrucción del país, comenzando por la educación. Dicha ayuda inicial era de 5 millones de dólares de la época, cantidad que la comisión correspondiente rechazó, cuando un año antes se había aprobado una cantidad superior a los 100 millones de dólares en apoyo a los muyahidines…

Consecuencia directa de todo eso fue que los talibanes llegaron al poder en 1992 y ellos sí empezaron por la educación, por vetar el acceso de la mujer al mercado de trabajo y a la enseñanza, por cercenar derechos y eliminar cultura milenaria. Empezaron, en fin, creando las “madrasas” que se convertirían en cuna de la enseñanza más radical, más restrictiva de derechos y de libertades y que, llegado el momento, constituyeron la cuna de una cantidad cada vez más incipiente de terroristas que no dudaban en inmolarse en pos de su objetivo. En suma, lograron sumir en la oscuridad a todos los que en su día llegaron a vislumbrar la luz del conocimiento.

Siempre he dicho que hay dos formas de cambiar la situación que nos viene dada: la política y la educación. Los talibanes se aprovecharon de la dejación de los norteamericanos cuando, por medio de ésta, podían haber sembrado los mimbres de lo que hubiera podido ser un país que, con el paso de generaciones cada vez más formadas y preparadas podría haber erradicado por completo el terrorismo y constituir un espejo de libertades en el que podrían haberse mirado los países que lo rodeaban, pero en vez de eso, constituye la nación más atrasada de su entorno y una de las más maleadas geopolíticamente hablando.

Una vez desaprovechamos la oportunidad de la educación para otorgar un remanso de paz y libertad a unas personas que lo merecían por historia y por padecimientos. Nos conviene no desaprovechar la ocasión de emplear la última “arma” que nos queda, la política, para tratar de revertir dicha situación.

Afganistán: la historia no deja de repetirse