miércoles. 24.04.2024
ejercito eeuu

Después de leer y escuchar cientos de artículos y comentarios sobre lo que acaece en Afganistán, casi había llegado a la conclusión de que Estados Unidos y sus aliados habían invadido ese país para promover la democracia e instaurar un régimen de libertades. Sin embargo, cuando más cerca estaba de descartar cualquier otro motivo, surge el Secretario General de la OTAN -no se olvide que esa organización nació para servir a la primera potencia mundial- y nos dice que habíamos -nosotros también- invadido aquel país sólo para proteger al amigo americano, para acompañarle en su aventura bélica, en su cruzada contra los talibanes a los que no dudó en armar cuando le fueron de utilidad en tiempos en que la URSS andaba por allí. Así que nada de misión civilizadora, nada de esfuerzo democratizador de la comunidad internacional, nada de empeño por garantizar los derechos y libertades de los afganos. Se trataba, ingenuo de mí, de otra ocupación militar sin más proyecto que el de la propia ocupación y, por supuesto, el control de ciertas materias primas valiosas como el coltán.

Conviene recordar que antes de las sucesivas invasiones del amigo americano -que jamás desplazó sus ejércitos unilateralmente para defender la democracia en un determinado país- en Irak, Siria y Afganistán las mujeres podían ir a la Universidad, vestir como les apeteciese y creer o no creer, pues el Corán no era ley ni obligatorio ser creyente. No, no eran democracias, ni estados respetuosos con los derechos humanos, ni mucho menos, eran dictaduras gobernadas al estilo Marruecos pero con menos santería. El Islam, como suele ocurrir siempre con las religiones, se impuso como régimen después de que yanquis y europeos destrozasen países como los mencionados excusando armas de destrucción masiva y concentración de terroristas que actuaban con el beneplácito de las autoridades. Cuando no te queda nada, ni siquiera un rincón donde proteger a tus hijos, un mendrugo de pan que llevarse a la boca o la posibilidad de dormir sin que te salte la metralla, Dios se convierte en un buen aliado y el paraíso por venir en un sueño apetecible. La vida no vale nada y cuando la vida propia deja de tener valor, la de los demás tampoco lo tiene.

Durante décadas EEUU ha invadido o desestabilizado decenas de países sin más motivo que cambiar un régimen político ingrato por otro más próximo a sus intereses

Durante décadas Estados Unidos ha invadido o desestabilizado decenas de países sin más motivo que cambiar un régimen político ingrato por otro más próximo a sus intereses. Jamás hubo en sus acciones bélicas intención de mejorar la vida de los nativos, imperaba sólo y exclusivamente la defensa de sus intereses económicos y, en otros tiempos, marcar el terreno al enemigo soviético. Por eso cuando oyes una y otra vez que “la comunidad internacional ha fracasado en sus intentos por democratizar Afganistán” sólo quedan dos opciones, o reírse a carcajadas -cosa no procedente dado el dramatismo de la situación- o dejarse arrastrar por la estupefacción. La decisión de invadir Afganistán la tomó Georges W. Bush tras los atentados contra las Torres Gemelas para vengarse de la organización de Osama Bin Laden, que encontraba refugio en aquellas tierras inhóspitas y pobres. La decisión fue tan absurda, irracional y bíblica como las que luego se tomaron contra Irak, Siria o Libia, países en los que las sucesivas invasiones sólo traerán la exacerbación del islamismo radical y del odio a Occidente. Nada se ha hecho bien en ninguno de esos países porque ninguno de los invasores tenía buenas intenciones.

El panorama, por tanto, es desolador. Se invaden países pobres pero muy ricos en materias primas y combustibles fósiles para después dejarlos en manos de los clérigos, de aquellos que dicen que todo está escrito en libros que se escribieron hace cientos de años. Pueblos destrozados en los que es raro encontrar una familia sin mutilados, heridos o muertos, no han recibido nada de los invasores más que dolor, ahora, confiados en su Dios, se disponen a volver a la antigüedad que abandonaron en los años sesenta y setenta del pasado siglo, a sumirse en la noche oscura del alma que les hemos regalado durante años de muerte y destrucción después de armar a Al Qaeda, el Isis o los Talibanes.

La decisión de retirarse de Afganistán fue tomada en solitario por Estados Unidos, país impulsor de la invasión. Ahora un día y otro nos asedian con las imágenes trágicas del aeropuerto de Kabul, con la llegada de aviones con refugiados a distintos aeropuertos occidentales: ¿Todo esto  ha sido necesario? ¿Qué se ha conseguido? ¿Dónde está la libertad y el progreso? ¿Dónde la defensa de los Derechos Humanos? Se ha torturado, se ha matado, se ha humillado a millones de personas contraviniendo todas las normas de la democracia para ahora entregar el país a fanáticos religiosos que de nuevo irán a rendir pleitesía -como todos los demás- al Señor de la Guerra. Europa debería entender, ahora que no cuenta en su interior con el Reino Unido, que no es bueno ir detrás del emperador con los ojos vendados. Si quiere tener un poco de peso en el mundo que viene ha de saber qué decisiones tomar y con quien compartirlas: Afganistán ha sido una tragedia que abre paso a otra ya conocida y terrible. Europa sólo ha estado de oyente y de espectadora en una guerra que jamás debió comenzar. No se derrota al terrorismo invadiendo países, sólo se le aplaza para que surja con más saña.

La civilización yanqui