jueves. 28.03.2024
burkina faso
Burkina Faso. (Imagen: ONU)

En el mundo más desarrollado se celebra la(s) vacuna(s) para protegerse contra la COVID-19. Es comprensible, aunque todavía existan dudas sobre la efectividad, los efectos secundarios, la distribución y los problemas logísticos de conservación y administración. Como se temía desde un principio, no se han podido evitar reflejos nacionalistas (egoístas). O no se ha querido. Por no hablar de la competencia entre Occidente y la dupla China-Rusia en ser los primeros o lo más seguros. La rivalidad vigente (que algunos denominan impropiamente “nueva guerra fría”) se ha impuesto sobre las protestas de cooperación y “humanismo”.

La rivalidad vigente (que algunos denominan impropiamente “nueva guerra fría”) se ha impuesto sobre las protestas de cooperación y “humanismo”

Pero lo que debe merecer nuestra atención es otro problema de mayor envergadura y más dramáticas consecuencias: el desigual alcance de la vacuna entre los distintos segmentos de población en el mundo. Los países más pobres, o mejor dicho, la inmensa mayoría de las personas más desfavorecidas en los países más pobres no tendrán acceso a ese instrumento de protección y seguridad sanitaria.

Antes de exponer las razones de esta pesimista predicción, conviene recordar que el coronavirus, contrariamente a muchos eslóganes políticos, no afecta a todo el mundo por igual. Obviamente, no en su condición de agente infeccioso, sino en los medios disponibles para su prevención, tratamiento y consecuencias económicas y socio-laborales.

Según un estudio de varios expertos en desarrollo sostenible (1), la COVID-19 ha revertido los modestos avances en la lucha contra la pobreza extrema en todo el mundo y, en especial, en los países más subdesarrollados. Basándose en datos del FMI y del Banco Mundial, se constata que, en 2019, antes de la pandemia se contabilizaban 650 millones de personas en situación de pobreza extrema y se estimaba que en 2020 esa cifra se reduciría a 622 millones. En términos porcentuales, eso suponía una reducción de cuatro décimas, del 8,4% al 8% de la población mundial.

Después del impacto de la enfermedad, la extrema pobreza crecerá este año hasta superar los 766 millones de personas, casi un 10% de la humanidad. Si tomamos como referencia 2030, objetivo de la iniciativas de la lucha contra esta condición de máxima vulnerabilidad, la pandemia no sólo impedirá que se consiga el objetivo de reducción a 537 millones (un 6,3%), sino que lo elevará hasta una cifra que rondaría los 598 millones (7%).

Como es fácil de suponer, los diez países más pobres soportarán este empeoramiento. De ellos, nueve se encuentran en África y el otro será Venezuela, debido al caos y a la inestabilidad política que se vive en el país.

Los países más ricos se han reservado las primeras 9.000 millones de dosis en acuerdos comerciales con las farmacéuticas

En este contexto tan desfavorable, sería ilusorio pensar que la vacuna llegará a todos los humanos con independencia de su condición material o de prosperidad. Dos investigadores en Salud pública global de la Kaiser Family Foundation han elaborado una reflexión sobre los peligros de la “desilusión de la vacuna” (2). Entre otros problemas sobre gestión, distribución y seguimiento del remedio, Josh Michaud y Jen Kates inciden en los obstáculos de acceso para las poblaciones más desfavorecidas. Los países más ricos se han reservado las primeras 9.000 millones de dosis en acuerdos comerciales con las farmacéuticas, lo que supone, en términos prácticos, acaparar la capacidad de producción de estas compañías durante al menos doce meses. En otras palabras, los países más pobres no podrían vacunar a su población, como pronto, antes de 2022. Pero como la vacuna, para ser eficaz, exige la administración de dosis sucesivas, y los países más ricos ya han atado el suministro de esas dosis suplementarias, se estima que los más pobres podrían no disponer de vacunas hasta 2023 o 2024.

Para intentar mitigar la catástrofe que este retraso supondría para miles de millones de seres humanos, la OMS, en colaboración con entidades privadas y humanitarias, ha creado un instrumento denominado COVAX, para ayudar a distribuir las vacunas en el centenar de países con más dificultades para obtenerlas. Para que esta iniciativa funcione, es necesario el apoyo financiero de los países ricos y donantes privados. Muchos ya se han comprometido. No sin sorpresa, la América de Trump y la Rusia de Putin no se han apuntado. China se ha unido tras pensárselo mucho. Por el momento, se está lejos de conseguir los fondos necesarios. Habría que obtener 5 mil millones de dólares más antes de finales de 2021 para poder afrontar una campaña de vacunación completa. No será fácil lograrlo (3).

Algunas compañías farmacéuticas han suscrito acuerdos con los países emergentes como Brasil o India, que soportan un enorme número de personas en situación de pobreza extrema, para suministrar sus vacunas a precio de coste. No es generosidad. Estas compañías esperan conseguir mejores condiciones para otros productos de su fabricación.

Las dificultades del mundo subdesarrollado para disponer de vacunas con las que proteger a sus poblaciones están motivadas también por cuestiones técnicas de conservación y distribución. El mayor obstáculo es la carencia de dispositivos de refrigeración. En el caso de la vacuna de Pfizer y BioNtech, es imperativo que se custodien a 70 grados bajo cero, debido a la tecnología mRNA en que está basada. La elaborada por Moderna exige una temperatura no superior a -20º. Ni siquiera en Occidente hay muchos establecimientos que dispongan de equipos para asegurar estas condiciones, más allá de los hospitales más modernos o dotados de la tecnología más avanzada. Los chinos han conseguido vacunas que pueden conservarse a temperaturas entre 2 y 8 grados bajo cero, cifras similares a las de AstraZeneca, que están elaboradas con un método diferente al de sus concurrentes occidentales. La refrigeración también plantea un problema con los viales de cristal que contienen las vacunas. No resulta fácil ni barato producirlos.

A estos problemas específicos se añaden otros de carácter estructural. El transporte de las vacunas resulta muy azaroso por las precarias condiciones de las carreteras y vías de comunicación, pero también por la inseguridad reinante en algunas zonas, con guerras o conflictos enquistados, escasa o nula presencia de las fuerzas estatales o corroídas por la ineficacia o la corrupción. Aún se recuerda la pesadilla que supuso la distribución de los remedios en el caso del Ébola. Por no hablar de la resistencia de poblaciones locales a las que se hizo creer que la enfermedad había sido transmitida por extranjeros y, por tanto, se negaba el acceso a quienes acudían precisamente para ayudar. El subdesarrollo no es sólo material.

Se estima que con una ayuda de 100.000 millones de dólares se podría erradicar la extrema pobreza

Volviendo otra vez al principio de este comentario, se hace preciso mejorar las condiciones generales de vida de las poblaciones mundiales más vulnerables si se quiere prevenir una catástrofe sanitaria aún mayor. De hecho, si en África las cifras de impacto de la COVID-19 parecen ser más bajas que en otras regiones es quizás debido a la falta de recursos para medirlo. Con tasas de mortalidad tan altas y una carencia tan pavorosa de infraestructuras sanitarias, es difícil saber las causas de fallecimientos y enfermedades.

Un instrumento que muchos expertos reclaman para paliar esta calamidad es la transferencia de efectivo a núcleos y comunidades más vulnerables. Ya hay ejemplos alentadores. Se estima que con una ayuda de 100.000 millones de dólares se podría erradicar la extrema pobreza. El sociólogo Richard Sennet plantea la extensión de nuevas redes de conectividad en las comunidades más necesitadas, como parte de una redefinición de los sistemas de protección social (4). En su cándida opinión, la pandemia sería una oportunidad.


NOTAS

(1) “The impact of COVID-19 on global extreme poverty”. HOMI KHARAS. BROOKINGS, 21 de octubre.
(2) “The dangers of the vaccine disillusionment”. JOSH MICAUD y JEN KATES. FOREIGN AFFAIRS, 2 de diciembre.
(3) “The unprecedented challenge of coronavirus vaccine distribution”. DER SPIEGEL, 24 de noviembre.
(4) “Can COVID-19 change the welfare state?”. RICHARD SENNETT. FOREIGN AFFAIRS, 30 de octubre.

La vacuna no llegará a los más pobres