viernes. 29.03.2024
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Feijóo tiene suerte porque en el escenario en el que ha de desarrollar su representación electoral, las demás fuerzas políticas aún no tienen escrito el libreto de su propia escenificación

Núñez Feijóo, hace no muchas semanas, llegaba en un acto público con presencia de Rajoy, al atrevimiento de incluso postularse para pasar a la empresa privada. En esa especie de striptease moral equiparaba sin darse cuenta –los lapsus son traicioneros- a Galicia con Inditex. Y esa inconsciente y desconsiderada equivalencia hace poco verosímiles las lágrimas emocionadas con las que, hace unos días, ha tratado de subrayar su devoción gallega para presentarse de nuevo como candidato a la presidencia de la Xunta.

No sabemos si le sale de natural o tiene un buen asesor de imagen, pero su vena populista le hace manejar con una cierta maestría esas grandilocuencias, que convierten a Feijóo una especie de actor de telenovelas. La verdad es que detrás de esas lágrimas, con las que trata de emular hasta la ancianidad de Fraga -en un discurso que llevaba bien estudiado desde su residencia de Montepío-, hay un regusto de frustración: siete años preparando el viaje a Madrid, para que cuando pasa el tren lo haga en el peor escenario para sus intereses.

Un PP de futuro desconcertado, transido de calladas luchas internas y de desfiles continuos ante los más variados jueces, en lo que menos piensa es en recibir a como a un triunfador que llega a salvar Génova. Tras haberse dejado la alcaldía de tres ciudades y la presidencia de dos diputaciones en las elecciones locales, pierde 250.000 votos (casi el 30%) y cinco diputados (la tercera parte de los que tenía) en las elecciones generales, ahora le va a tocar luchar contra viento y marea (nunca mejor dicho), y tendrá que resignarse a que le vuelvan a pasar las fotos con Marcial Dorado, a que le pregunten por las cifras adversas de su gestión de ocho años, o a que le echen en cara su apoyo al machismo y al plan sexual de empleo modalidad Baltar.

Y aún tiene suerte Feijóo, porque en el escenario en el que ha de desarrollar su representación electoral, las demás fuerzas políticas aún no tienen escrito el libreto de su propia escenificación.

El Partido Socialista, truncado su candidato y sin secretario general, camina al ritmo lento e ineficiente de una comisión gestora que exhibe su falta de arraigo entre las propias organizaciones partidarias. Y está a punto de perder la oportunidad de construir su propia regeneración a partir de una candidatura potente, capaz de compaginar sus propias experiencias de gobierno en Galicia –que no fueron en absoluto negativas- con el lanzamiento de valores nuevos capaces de preparar un auténtico relevo renovador. El aparato orgánico del PSdG se ha distinguido siempre por ser un mal jugador de ajedrez, al que habitualmente le sobran piezas –muy valiosas en muchos casos-, por lo que se presenta ante la sociedad sin el convencimiento de que es capaz de ganar la partida.

En los dos momentos en los que socialistas ostentaron la presidencia de la Xunta, fueron capaces de mantener su voto por encima del 30%. La última vez, con Pérez Touriño, incluso metidos ya en la deriva de la crisis, y con un gobierno socialista en Madrid cargando con la impopularidad de las medidas dictadas desde Europa. En el momento actual, si no logran recuperar el tono y no hacen un esfuerzo de abandonar su cainita minifundismo orgánico ya tradicional, abriéndose a la sociedad, cosecharán un fracaso histórico. Y no le faltan opciones para presentar un candidato eficiente, incontestable y reconocido en toda Galicia, respaldados por equipos con experiencia de gobierno y de trabajo social.

El BNG no está en su mejor momento. Tras la ruptura de Anova y su fracaso electoral del 20 de diciembre, se encuentra en pleno proceso de búsqueda de su identidad. Proceso que –aunque con sordinas- ha producido desgarros en su última asamblea organizativa y con la elección de sus dirigentes. Y no están con la fortaleza suficiente como para presentar una alternativa movilizadora.

La Anova de Beiras dio su do de pecho en las anteriores elecciones autonómicas con la coalición Alternativa Galega de Esquerda (AGE). Un do de pecho que, de todas formas, no pasó de un 14% de los votos. Bien es verdad que en las elecciones municipales y en las generales, ha sabido capitalizar mucho descontento social y mucho desencanto respecto a los partidos políticos tradicionales. Pero la preparación de las elecciones autonómicas puede ser su prueba de fuego. Por el momento, la única alternativa de candidatura vuelve a ser la de Beiras, lo cual no deja de ser una demostración de “falta de banquillo”.

Pero no es solo Anova. El éxito electoral del 20D fue de En Marea. Y en la actualidad, En Marea anda iniciando un proceso de identidad ante Galicia. No es lo mismo sumar esfuerzos para “ir a Madrid”, aunque después no quede clara la presencia gallega en el Congreso de los Diputados, que presentar un Proyecto unitario para Galicia. Ya hay tendencias internas en Podemos hacia la búsqueda de su identidad propia. Y la pretensión de que En Marea se plantee la constitución en partido político. Aunque, dada la heterogeneidad interna -no es lo mismo Marea Atlántica que Compostela Aberta, por ejemplo-, no sería incongruente que terminen reeditando un esquema de coalición del tipo de Alternativa Galega de Esquerda (AGE), con la incorporación de más actores.

En cualquier caso, a menos de medio año de las elecciones gallegas, y con el verano por medio, el panorama político gallego anda incierto. Una incertidumbre de la que Núñez Feijóo puede sacar tajada.

Galicia en el laberinto