sábado. 20.04.2024
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¿Pueden las actuales elites políticas europeas, el entramado institucional de la UE y el viejo sistema de partidos que gestiona la (in)acción política comunitaria afrontar ese desafío migratorio respetando los principios democráticos y los derechos humanos?

En un pasado que ahora parece remoto el proceso de unidad europea avanzaba afrontando crisis y superándolas. Las cosas han cambiado. Europa se ha habituado a convivir con las crisis y a flotar entre problemas para los que no encuentra solución o no quiere encontrarla. Las instituciones europeas se han acostumbrado a tomar decisiones que agravan los problemas y generan nuevos riesgos y dificultades. En lugar de examinar los porqués de lo que acontece y reflexionar sobre su responsabilidad en lo que está sucediendo, el bloque de poder conservador que rige los destinos de la UE hace oídos sordos al sufrimiento y las injusticias causadas por su actuación y con su inacción. Y, por el camino, Europa va perdiendo sustancia democrática, cohesión, solidaridad y buena parte de los principios que animaron, sustentaron y dieron atractivo al proyecto de unidad europea. En palabras del presidente de la Comisión Europea, Juncker, en su discurso ante el Parlamento Europeo del pasado 9 de septiembre sobre el estado de la Unión en 2015: “… nuestra Unión Europea no va bien. No hay bastante Europa en esta Unión. Y no hay bastante Unión en esta Unión”. 

La crisis griega ha dejado de ser, tras la aceptación del memorándum asociado al tercer rescate, el centro de todos los focos y su lugar ha sido ocupado en las últimas dos semanas por la crisis de los refugiados.  Ni a la una ni a la otra, como en gran parte de las crisis y situaciones de riesgo padecidas en los últimos años, pondrán remedio. Irán perdiendo visibilidad, arrinconadas por nuevos episodios susceptibles de convertirse en espectáculo mediático y suscitar indignación social por lo que hacen las instituciones políticas europeas y por lo que dejan de hacer. Por lo que dicen partidos y gobiernos xenófobos y por lo que no dicen los partidos y autoridades comprometidos, al menos en su ideario y programas, con los derechos humanos. Por cómo somos.

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Crisis migratoria que se traduce en un flujo masivo de personas que ponen en peligro sus vidas para huir del terror, la miseria y la muerte. Huyen de las guerras de Siria, Irak o Afganistán, pero también de otros muchos territorios y países en los que imperan los maltratos y las violencias de todo tipo

Todo apunta a que la crisis griega seguirá viva, al menos durante el próximo lustro. Y la crisis migratoria se prolongará durante décadas o, si no cambian las cosas, por los siglos de los siglos. Crisis migratoria y de refugiados que es una parte y un adelanto del imponente desafío demográfico que afrontará el mundo (y especialmente Europa) en los próximos años y durante lo que resta de centuria.

Crisis migratoria que se traduce en un flujo masivo de personas que ponen en peligro sus vidas para huir del terror, la miseria y la muerte. Huyen de las guerras de Siria, Irak o Afganistán, pero también de otros muchos territorios y países en los que imperan los maltratos y las violencias de todo tipo. No son propiamente refugiados políticos, porque muchas de esas personas no pueden demostrar que están amenazadas por lo que son o lo que piensan. Ni emigran por razones exclusivamente económicas, porque huyen de las consecuencias de la miseria y del terror, del miedo a quedarse sin futuro, perder sus vidas y patrimonios  o los de sus seres queridos. ¿Cómo distinguir a demandantes de asilo de familias enteras que buscan trabajos dignos y condiciones de vida propias de seres humanos?

Crisis migratoria que en la UE está poniendo en cuestión sus obligaciones de acogida y hospitalidad a semejantes que huyen de conflictos armados y situaciones trágicas. No se respeta el derecho internacional humanitario ni las leyes en vigor que en cada Estado miembro de la UE obligan a acoger y proteger a los refugiados políticos. Crisis humanitaria de proporciones desconocidas en la UE que evidencia las enormes dificultades de las instituciones comunitarias para tomar decisiones en común y actuar de forma colectiva y solidaria. Ni siquiera el espacio sin pasaportes ni controles fronterizos de Schengen ha salido indemne del desafío. Los controles en las fronteras internas se están restableciendo.

Los ministros de Justicia e Interior de la UE fueron incapaces el pasado martes, 15 de septiembre, de ponerse de acuerdo en el reparto de 120.000 refugiados. Y algunos ya han comenzado a hablar de sanciones, de  reducir los fondos comunitarios estructurales destinados a los países de Europa central y oriental que rechazan (Eslovaquia, Hungría, República Checa y Rumanía, abiertamente; Letonia y Polonia con algo más de cuidado o más abiertos a recibir compensaciones) a las personas que buscan refugio. Hasta el 8 de octubre no está prevista la celebración de un nuevo Consejo de ministros. Tres semanas más de descoordinación, dolor y trato inhumano en países de la UE. Tres semanas más de muerte en el Mediterráneo.

Si no son capaces de abordar un problema que, según cuantifica Frontex (la Agencia Europea para la gestión de la cooperación operativa en las fronteras exteriores de los Estados miembros de la UE), afectó al medio millón de personas que en lo que va de año entraron irregularmente en la UE y que, interesadamente, han reducido a 120.000 personas con derecho a asilo, ¿cómo van a ser capaces de afrontar los enormes problemas demográficos que se están incubando en la frontera sur de Europa? No todo es ni tiene su origen en el terrorismo de Al Qaeda, Daesh o grupos afines.

A finales de la pasada década, las previsiones de crecimiento de la población mundial realizadas por Naciones Unidas apuntaban a unas cifras de 9.100 millones de personas en 2050  y 10.000 millones en 2100. Previsiones recientes (World Population Prospects. The 2015 Revision, United Nations) aumentan esas cifras a 9.725  y 11.213 millones. La mayor parte de ese crecimiento corresponde a los países de África, que de los 1.186 millones de habitantes actuales pasarían a 2.478 millones en 2050 y a 4.387 millones en 2100. En una zona de tanto valor e interés geoestratégico para España como es el norte de África, la población actual de 220 millones de personas llegaría a duplicarse en 2050. En total, la población africana crecería durante este siglo en 3.200 millones de personas. ¿Habrá muros suficientemente altos para contenerlos? ¿Habrá concertinas suficientemente afiladas para detener a millones de personas en busca de oportunidades? Si la acogida de 120.000 refugiados políticos está suponiendo un problema de tan difícil solución, qué impactos tendrá la presión de millones de personas en busca de paz, trabajo y respeto.

¿Pueden las actuales elites políticas europeas, el entramado institucional de la UE y el viejo sistema de partidos que gestiona la (in)acción política comunitaria afrontar ese desafío migratorio respetando los principios democráticos y los derechos humanos? Parece lógico responder que no. Han dado muestras suficientes de su ineptitud, insensibilidad e incapacidad de actuar. Han dado numerosos ejemplos de cómo subordinan las necesidades de la gente a la búsqueda de beneficios por parte de unas elites ofuscadas en sacar provecho de la crisis económica a costa de los intereses y derechos de la mayoría social. Otra razón más para defender un cambio de políticas, partidos e instituciones en Europa.

Para revertir la cansina y antisocial marcha de la UE no hay planes A o B que no pasen por convencer a la mayoría social y encarrilar el proceso de unidad europea sobre los principios de cohesión, expansión de bienes públicos y bienestar, solidaridad y protección efectiva de las personas y sectores empobrecidos o en riesgo de exclusión. No hay atajos. 

Una Unión Europea menguante que incumple sus deberes de acogida y hospitalidad