viernes. 29.03.2024
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Los líderes efectivos de la UE se han acostumbrado a abordar los síntomas de los problemas cuando la situación es crítica

La UE vive “una situación crítica”. Lo dijo Merkel al comenzar la cumbre europea del pasado viernes, 16 de septiembre. Los líderes europeos tienen que elegir entre “dislocación, dilución o, en sentido contrario, la voluntad común de darle un proyecto a Europa”, añadió Hollande. “Nos reunimos hoy en Bratislava en un momento crítico para nuestro proyecto europeo”, comienza la Declaración de Bratislava aprobada al finalizar la reunión informal del Consejo Europeo.

Y ante esa grave situación, ¿qué han hecho los líderes europeos? Nada. Algunos, como Rajoy, literalmente. Otros, los que realmente deciden, intentar salir del paso. Dar la impresión de que hay alguien que ejerce algún control y marca algo así como un rumbo o, al menos, algo que pueda pasar por una hoja de ruta para los próximos meses.

La cumbre de Bratislava ofrece un nuevo ejemplo de la impotencia y la ausencia de voluntad de Merkel y Hollande, máximos representantes políticos del bloque de poder que maneja los hilos de la UE, para afrontar las causas de los graves problemas 2016-09-15t144110z_478214681_d1beublocsab_rtrmadp_3_eu-summit-britain-eu_0de la UE y la eurozona e intentar ponerles algún remedio. Ante la acumulación de problemas que sufre la UE no tienen nada que ofrecer. Intentan aparentar que Europa sigue su marcha habitual, pero siguen anclados en políticas e instituciones comunes que ya han demostrado que funcionan mal o, sencillamente, no funcionan. No tienen ni una brizna de capacidad de revisar lo que han hecho mal ni voluntad de rectificar.

Los líderes efectivos de la UE se han acostumbrado a abordar los síntomas de los problemas cuando la situación es crítica. Y con la intención de que esos problemas no alcancen un punto de no retorno, transformándose en ingobernables, y puedan mantener lo esencial de las políticas económicas impuestas y las estructuras institucionales que hoy existen. No parecen conscientes de que no hay alternativa a los necesarios cambios de las medidas de austeridad y devaluación salarial ni a la tarea de completar la inacabada e inadecuada estructura institucional de la eurozona. Sin cambios significativos en las instituciones y políticas de la UE, la decadencia del proyecto y el deterioro económico, político y social de Europa están asegurados.

No hay proyecto de unidad europeo que no pase por la democratización en la toma de decisiones y un cambio sustancial de las políticas e instituciones comunitarias. Pero los mandamases europeos lo ven de otra manera. Tusk, el presidente del Consejo Europeo, dejaba bien claros el diagnóstico y las intenciones del bloque de poder hegemónico en la UE ante la cumbre de Bratislava. Los líderes europeos deben “aparcar sus diferencias”, “pasar la página de 2015 y la caótica crisis de los refugiados” y “retomar el control” de la situación. ¿Cómo? Haciendo de la seguridad, la prioridad absoluta de la agenda comunitaria.

Su razonamiento parece ser el siguiente: la ciudadanía europea muestra una preocupación extrema por los graves problemas del terrorismo y la inmigración. La extrema derecha xenófoba y antieuropeísta atiza esas preocupaciones y gana terreno electoral. ¿Solución de los líderes europeos? Compremos su discurso, alentemos la confusión entre terrorismo yihadista e inmigración irregular, ganemos la confianza de la ciudadanía demostrando que la UE es capaz de abordar y resolver esos problemas que tanto nos preocupan y nos unen. Prioridad absoluta para la seguridad interior y la defensa exterior. Seguridad y defensa: más gastos militares y policiales. Pongamos sordina a lo que nos separa: cómo generar empleo, cómo salvaguardar el bienestar de la gente, cómo reducir el empobrecimiento y la desigualdad, cómo democratizar las instituciones…

Se abordan los problemas de seguridad, que requerirían un amplio y coordinado conjunto de medidas, con una predisposición tan simplista como la que ofrece la nueva extrema derecha y con sus mismas herramientas de solución. Se apuesta por convertir Europa en una fortaleza frente al exterior y una suma de identidades nacionales cerradas sustentadas en un mercado único incompleto al servicio de los grandes grupos empresariales. Se dedicarán más recursos a levantar nuevos muros y alambradas para contener refugiados e inmigrantes, a multiplicar la policía y los gastos militares. Y cuando se vuelvan a producir atentados y flujos caóticos de personas en busca de refugio se volverá a decir que los recursos siguen siendo insuficientes y que hay dedicar más dinero a defensa y seguridad.

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¿Resultados de una cumbre que teóricamente se había convocado para definir algunos acuerdos mínimos sobre la negociación con el Reino Unido? Ninguno, nada. Aparentar un mínimo grado de unidad, en gran parte ficticio. Olvidar que muchos de los problemas existentes son fruto de decisiones erróneas que podrían rectificarse. Camuflar su inoperancia con medidas y prioridades que nada tienen que ver con el motivo de la reunión ni con la grave situación de la UE que todos reconocen. Y darle una patada a la pelota para que parezca que hay un plan o una voluntad de resolver los problemas. Ya se verá qué problemas y en qué consiste el plan.

La Declaración de Bratislava es una hoja de ruta hacia ninguna parte. Un paso en falso en la búsqueda de soluciones razonables a los problemas existentes. ¿No notan los líderes europeos el desasosiego de la ciudadanía?

Lo sucedido en la cumbre de Bratislava se puede resumir en unos pocos puntos:  

Primero. La defensa común frente a las amenazas externas y la coordinación de la  seguridad interior frente al terrorismo yihadista se colocan en el centro del debate europeo y son la nueva prioridad funcional de la UE. La idea básica es que la integración europea avance a través de una defensa europea más potente e integrada, un cuerpo europeo de guardias fronterizos capaz de desplegarse de forma rápida y masiva y más coordinación y recursos policiales en el control de todas las personas que entren y salgan de la UE y de los grupos étnicos o religiosos que viven en la UE y sean etiquetados como sospechosos.  

Segundo. ¿La negociación con el RU? Prácticamente nada. Ahora se escudan en que el Gobierno británico aún no ha activado el artículo 50 del Tratado de la Unión Europea (TUE), comunicando al Consejo Europeo su intención de abandonar la UE. Y esperan que lo active antes de la simbólica fecha del sexagésimo aniversario de la firma del Tratado de Roma el 25 de marzo de 1957. Parece evidente que los países comunitarios, al igual que las autoridades británicas, necesitan tiempo para delimitar los límites y contenidos de la negociación, pero antes de definirlos es necesario exponer las diferencias que existen en el seno de la UE, que no son menores, y comenzar a debatirlas con suficiente transparencia. No se ha dado ni el primer paso.

Tercero. ¿Cómo continuará ese proceso de reflexión sobre cómo conseguir una UE más atractiva en la que los ciudadanos puedan confiar? Por ahora, esa idea de la Europa fortaleza. Más adelante, ya se verá en una nueva cumbre informal, sin el Reino Unido, en Malta, a principios de 2017, en una fecha aún por concretar, cómo continúa una reflexión que no tiene todavía ningún contenido. Nada que esperar sobre la atención a los problemas de deterioro del bienestar de la ciudadanía europea y los graves problemas económicos que sufren especialmente los países del sur de la eurozona. Se seguirán mareando los graves problemas económicos, financieros e institucionales: la marcha nefasta de tercer rescate de Grecia y el riesgo moral que provocaría reestructurar su deuda pública; el incumplimiento de los objetivos del déficit público en España y Portugal y la conveniencia de multarlos para que hagan más recortes; los graves problemas del sistema bancario italiano; la insuficiencia del nuevo plan Juncker de inversión para relanzar la economía europea; el carácter contraproducente, por la inestabilidad financiera que generan, de las políticas monetarias expansivas del BCE… El eterno retorno de los mismos debates sobre los mismos problemas y las mismas causas de siempre, que ni se abordan ni se reconocen. Y poco más que esperar del próximo Consejo Europeo de diciembre, donde se comprobará el desarrollo de los proyectos de defensa y seguridad y se alabará cómo avanza en ese terreno la integración en una UE que seguirá el imparable proceso de fragmentación, divergencia y desigualdad  que sufre desde 2010. Y con cuentagotas alguna decisión para ampliar el Fondo Europeo para Inversiones Estratégicas y algunas medidas para disminuir el desempleo juvenil que permita, de paso, el desembolso de nuevas subvenciones a las empresas, flexibilizar su contratación y disminuir los costes laborales por contratación de jóvenes    

Cuarto. ¿Qué grado de unidad existe entre los líderes europeos sobre la hoja de ruta aprobada en Bratislava? Renzi, el primer ministro italiano agobiado por la celebración el próximo mes de noviembre de un referéndum sobre la reforma constitucional que, de ser rechazada, puede apartarlo del poder, dejó patente su insatisfacción con las conclusiones de la cumbre a propósito de la relocalización de los refugiados y el tratamiento dado a la petición de los países del sur de la eurozona reunidos la semana anterior en Atenas de impulsar el crecimiento y flexibilizar las reglas y ritmos de su ajuste presupuestario. Renzi no participó en la rueda de prensa conjunta de Hollande y Merkel que intentaba vender la Declaración de Bratislava y, de propina, recuperar la visibilidad del motor franco-alemán en la recuperación del proyecto europeo. Aunque hay muchos indicios de que una parte esencial de ese motor, Hollande, está amortizado. Los países del grupo de Visegrado (Eslovaquia, Hungría, Polonia y República Checa) pueden darse por satisfechos, porque mucho de su descontento por la gestión de la crisis de los refugiados o por la respuesta comunitaria a las amenazas bélicas que viven en su frontera oriental, por la situación de Ucrania, ha sido aplacado. No se habla ya de reparto de cuotas de refugiados, sino de una solidaridad flexible que no se puede imponer. Los países del sur de la eurozona, por su parte, siguen amenazados por las políticas y las reglas de austeridad.

En definitiva, la Declaración de Bratislava es una hoja de ruta hacia ninguna parte. Un paso en falso en la búsqueda de soluciones razonables a los problemas existentes. ¿No notan los líderes europeos el desasosiego de la ciudadanía? Pese a todo, los riesgos de implosión de la UE siguen siendo pequeños; pero las amenazas de estancamiento y putrefacción de la UE son, tras esta cumbre, más palpables.


PD.: Aunque en el tradicional lenguaje de madera con el que nos castigan políticos e instituciones, merece la pena dedicar quince minutos (lo mejor es su brevedad) a leer la insulsa “Declaración y hoja de ruta de Bratislava”.

La UE en Bratislava: a grandes males, ningún remedio