viernes. 29.03.2024
macron

Hay en Francia y en Europa una densa nube de aduladores del personaje que consideran que, hecha la proeza de su encumbramiento institucional, podrá realizar sin grandes problemas otras muchas hazañas

No fue tan aplastante como predecían las encuestas, pero la victoria de Macron en la segunda vuelta de las elecciones legislativas celebradas ayer, 18 de junio, en Francia, ha sido arrolladora: con 350 escaños (un 60,7% de un total de 577 asientos) sobrepasa con mucho el umbral de la mayoría absoluta. Macron completa así su incontestable poder institucional. Y eso sin contar a los elegidos en las listas de Los Republicanos (LR) y algunos del Partido Socialistas (PS) que ya han anunciado su intención de colaborar o formar parte de la mayoría presidencial.

En poco más de un año, Macron consigue culminar la inusitada aventura de poner patas arriba el frágil y desgastado régimen político de la Vª República que surgió en 1958. Su éxito es doble. Por una parte, reduce significativamente el espacio político de sus competidores más próximos, el PS y sus aliados pierden seis de cada siete escaños alcanzados en 2012, mientras LR y afines pierden dos de cada cinco asientos obtenidos en 2012. Además, inocula en el seno de ambos partidos el germen de la división a propósito de su actitud sobre los planes del Presidente. ¿Oposición o colaboración? Ese es el dilema en el que difícilmente se pondrán de acuerdo las diferentes corrientes que continúan existiendo y peleándose, tanto en el interior del PS como en el de LR. La aplastante victoria de Macron deja malherido al PS (corren demasiado los que confunden estas elecciones con su funeral) y desarticula una parte significativa de la derecha republicana.

Las cifras oficiales de las elecciones legislativas celebradas ayer que proporciona el Ministerio del Interior son contundentes: 350 diputados (60,7% del total) para la República en Marcha (LREM) y sus aliados centristas del MoDem, de los que 308 corresponden a LRM; 137 escaños (el 23,7%) para LR y afines, de los que 113 pertenecen a LR; 45 escaños (el 7,8%) para el PS y aliados, de los que tan solo 29 corresponden al PS; 27 escaños (4,7%) consiguen Francia Insumisa (FI) y el PCF, de los que 17 corresponden a FI y 10 a los comunistas; y 8 escaños (1,4%) del Frente Nacional (FN), entre los que se encuentra Le Pen.

En porcentaje de votos sobre el total de votantes (sobre el número de inscritos los porcentajes son ridículos, habría que dividirlos por 2,6) los resultados serían los siguientes: LREM, 43,06%; LR, 22,23%; FN, 8,75%; MoDem, 6,06; PS, 5,68%; FI, 4,86%; UDI, 3,04%; PCF, 1,20%…

La oposición radical multiplica sus escaños, pero sigue situada en porcentajes mínimos de votos y de poder legislativo. El FN obtiene 6 escaños más que en 2012, pero no logra formar grupo parlamentario propio, y sigue arrinconado, como un cuerpo extraño a la institución en la que reside la soberanía nacional, a la espera de resolver un debate interno, que en su caso también es familiar, de gran calado: continuar con su proceso de conversión en un partido que pueda ser considerado normal por la mayoría de la sociedad francesa y obtener el plácet de los poderes que temen los rasgos más desestabilizadores de su programa o acentuar sus perfiles más duros relacionados con sus propuestas xenófobas y antieuropeístas. FI y el PCF consiguen 16 diputados más que en 2012 (cuando se presentaron unidos en el Frente de Izquierdas) y un grupo parlamentario, con todas las ventajas que conlleva en la ordenación y el uso de los tiempos parlamentarios y los recursos, también financieros, de los que dispondrá. También consigue un escaño para Mélenchon, que así podrá convertirse, por lo menos mientras el PS continúe su dinámica autodestructiva y hasta que demuestre su capacidad para refundarse, en el líder y la voz nítida de la oposición de izquierdas. 

La abstención, que ya en la primera vuelta arrojó un record histórico del 51,3%, ha sobrepasado esa cifra y se sitúa en el 57,36%. Porcentaje que no elimina ni desdice el carácter extraordinario de la victoria de Macron. Aunque su impacto mayor sobre la juventud y las personas que sufren los empleos más precarios denote desafección de importantes grupos sociales hacia las instituciones y escepticismo ante lo que puedan hacer los partidos políticos. Y podrían indicar también la frustración o un prematuro desencanto de la sociedad francesa sobre lo que esperan de Macron y su nuevo partido; más aún si a los algo más de 27 millones de personas que se han abstenido se suman los casi 2 millones de votos en blanco o nulos.

En total, de los 47.292.967 inscritos, solo han votado 18.176.777 personas. Puede que la victoria por una aplastante mayoría absoluta de LREM que pronosticaban todas las encuestas haya favorecido el retraimiento de algunos sectores que ven con buenos ojos las propuestas, el rejuvenecimiento de la Asamblea y el liderazgo renovador que supone Macron, pero no desean una cámara legislativa tan desequilibrada a su favor. Puede que una parte significativa de los partidarios de las candidaturas eliminadas en la primera vuelta no hayan querido votar por el mal menor en la segunda. En todo caso, esa abstención masiva implica cierto desdibujamiento de la representatividad de la nueva Asamblea Nacional y una inevitable merma de la legitimidad democrática de sus decisiones.

Macron culmina su ascenso al poder y consigue aplastar las posiciones de las fuerzas que pedían el voto para frenar desde el poder legislativo los planes de reforma del Presidente y para alentar la resistencia sindical y social al avance de unas reformas que ya aprobó y aplicó en parte durante su etapa de dos años como ministro de Economía del primer ministro Valls, hasta su dimisión en agosto de 2016 para emprender la nueva aventura política.

Se plantean ahora dos tipos de interrogantes que solo el curso de de los acontecimientos permitirán contestar. Primero, ¿supone un cambio mayor, llamado a perdurar, del mapa político y social en Francia o es un cambio coyuntural orientado a deshacer los obstáculos que habían frenado hasta ahora las reformas estructurales de la economía francesa que no fueron capaces de aplicar los gobiernos socialistas ni, antes, los republicanos? Segundo, ¿implicará una nueva versión de la subordinación a Alemania, con cesión de terreno en la definición de las políticas europeas a cambio de una mayor autonomía en los ritmos y contenidos de la política económica nacional francesa, o supondrá una nueva alianza o equilibrio de fuerzas con Alemania destinados a redefinir la estrategia de salida de la crisis que ha prevalecido hasta ahora e impulsar las reformas institucionales de la eurozona que Alemania lleva años bloqueando? 

Comienza un nuevo capítulo en la fulgurante trayectoria política que ha permitido a Macron concentrar en sus manos todo el poder institucional posible y afrontar la tarea extremadamente difícil y compleja de llevar a cabo el programa electoral con el que se presentó a las elecciones presidenciales y del que no quiso cambiar ni una coma para congraciarse y lograr el apoyo de los votantes de izquierdas del Partido Socialista y la Francia Insumisa. Ya ha conseguido todo el poder institucional. Ahora ya está en disposición de aplicar su programa. Y empezará la tarea de forma inmediata.

Hay en Francia y en Europa una densa nube de aduladores del personaje que consideran que, hecha la proeza de su encumbramiento institucional, podrá realizar sin grandes problemas otras muchas hazañas. En primer lugar, llevar a buen puerto las reformas estructurales de la economía francesa que le reclaman los mercados. Y en segundo lugar, aunque no menos importante, impulsar las reformas institucionales de la eurozona y de política económica comunitaria que son claves para garantizar su éxito en dos sentidos diferentes, pero complementarios: por un lado, compensar los inevitables costes, en término de empleos y crecimiento, que producirá, sin dudas, la aplicación de la nueva reforma del mercado laboral; por otro,  conseguir que la aceptación social mayoritaria de la que ahora dispone continúe dándole apoyo cuando comience a comprobar y a sufrir los impactos negativos de esas reformas estructurales en forma de precariedad laboral y pérdida salarial.

Hay demasiado apresuramiento en los análisis. Muchos deseos convertidos, mediante el artificio de la palabra, en realidades de próxima y fácil realización. Hecha la presentación de la trama cuyo desarrollo comienza ahora, quedan muchos nudos por deshacer y un largo recorrido lleno de conflictos. El desenlace requerirá tiempo y es todavía imprevisible. Faltan por aclararse muchas cosas. ¿Basta con todo el poder institucional acumulado por Macron para llevar a cabo un programa que persigue cambios sustanciales en los terrenos económico, europeo y de correlación de fuerzas entre los agentes económicos franceses? ¿Qué desgaste va a experimentar el presidente Macron y su proyecto de cambio o, lo que es lo mismo, qué resistencias sindicales y sociales despertará el nuevo intento de reforma? ¿Hasta qué punto Merkel va a facilitar los planes de Macron, que chocan con la visión alemana de los ritmos con los que hay que afrontar los problemas institucionales de la eurozona y con las ventajas que la actual situación ofrece a la economía alemana? ¿El diagnóstico y las soluciones que propone Macron para reactivar la economía francesa responden a problemas reales o sufren un exceso de contaminación de la ideología liberal que defiende el nuevo Presidente?

No resulta vano en el contexto de esos interrogantes subrayar que Macron siempre ha defendido con extraordinaria coherencia una ideología y unos presupuestos liberales, que no socialdemócratas. Tanto en su etapa en la Banca Rotshchild (un banco de negocios que forma parte del corazón del poder económico y de la patronal francesa) entre 2008 y 2012, en la que llegó a ser socio-gerente y, como tal, a formar parte de la cúspide del poder financiero, como en sus tareas políticas en la secretaría general técnica de la Presidencia de la República, con Hollande, entre 2012 y 2014, y en su posterior etapa como ministro de Economía. Y conviene también resaltar un dato de su carrera como banquero de cierta relevancia: su incorporación a Rostchild se produjo en septiembre de 2008, diez días antes de la caída de Lehman Brothers que inició la gran crisis financiera cuyos impactos aún sufrimos, y durante esos turbulentos años Macron demostró una enorme brillantez, tanto para escalar hasta la cúspide de ese banco de negocios como para convertir la crisis financiera en una oportunidad para hacerse millonario.

Ocupado el espacio político reformista de centro izquierda y centro derecha, Macron puede pensar que solo quedan una izquierda socialdemócrata y una derecha conservadora empequeñecidas, divididas, inoperantes y fácilmente manejables. Y en los márgenes del nuevo escenario político, radicalismos arrinconados, tanto de extrema derecha como de extrema izquierda, que no pueden constituir una alternativa a su propuesta europeísta y liberal de regeneración política y reactivación económica. Aparentemente así son las cosas. Y así pueden terminar resultando.

Ese es el hombre, que no a su partido, al que Francia ha entregado todo el poder institucional para que lleve a cabo reformas muy sustanciales, tanto en el ámbito nacional como en el comunitario. Macron tiene casi todas las papeletas para chocar contra Merkel y contra una parte muy amplia de la sociedad francesa.

El desenlace es imprevisible. El FN y la propia Le Pen son una posibilidad de recambio en las próximas legislativas, siempre que continúe el proceso de normalización de su partido y Macron no tenga éxito en sus afanes reformistas. También las izquierdas, si son capaces de colaborar en una actuación que para acertar requiere más trabajo paciente que requiebros tácticos efectistas y acompañar a la mayoría social en el descubrimiento y el rechazo de los impactos negativos que van a producir las reformas. No se puede descartar un proceso prolongado de decadencia, tanto porque las reformas encuentran más resistencias sociales de las esperadas, sin capacidad para armar una alternativa viable, como porque los impactos positivos sobre el empleo y el crecimiento que sus promotores prometen no llegan a producirse. Malos tiempos para las respuestas fáciles, los caminos trillados y las victorias relámpago.

¡Todo el poder para Macron!