viernes. 29.03.2024
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Imagen de la manifestación convocada por la CES en Bruselas el 4 de abril de 2014.

La construcción de Europa ha quedado reducida al predominio del mercado, las finanzas y la moneda mientras se margina los derechos de ciudadanía

Sistema Digital | En este mes que se inicia con el día de reivindicación de los trabajadores, aunque un tanto descafeinados, que se celebra a escala mundial, van a tener lugar las elecciones al Parlamento Europeo. Unas elecciones bastante descafeinadas también, que no solamente no motivan ningún entusiasmo a los ciudadanos, lo que va a provocar seguramente una elevada abstención, sino que por el contrario lo que predomina es el escepticismo y la desafección a lo que representa la integración europea. Se ha perdido el espíritu europeísta que había años atrás, al tiempo que existe el convencimiento de que estas elecciones apenas sirven para resolver los problemas existentes, pues el poder de las decisiones no se encuentra en el Parlamento Europeo ni mucho menos. 

La crisis económica y la forma de afrontarla por las instituciones europeas contribuyen a esta desafección creciente, hasta el punto de que entre los ciudadanos de los países más golpeados por la situación se va generalizando la idea de que el problema es la Unión Europea y no la solución a las dificultades crecientes. La integración europea siempre ha tenido un déficit democrático, que ha sido reconocido por sus dirigentes, sobre todo en momentos de crisis políticas como fue el “no” danés en referéndum al Tratado de Maastricht, y el “no” francés al Tratado Constitucional, que desde entonces ha quedado paralizado.

El problema principal reside en que nunca se han intentado corregir estas deficiencias democráticas, lo que a su vez ha conducido a su agravamiento con el paso del tiempo y la evolución económica de las últimas décadas. La construcción de Europa ha quedado reducida al predominio del mercado, las finanzas y la moneda mientras se margina los derechos de ciudadanía. La brecha entre los ciudadanos y el poder político y tecnocrático de la Unión Europea es mayor que nunca. La Europa social se encuentra en peligro frente al avance del poder de los mercados financieros.

El avance de la integración europea ha sido asimétrica desde sus orígenes, pues se ha dado prioridad a la consecución de la libre circulación de mercancías y capitales y nunca ha habido suficiente voluntad en la toma de decisiones para llevar a cabo una integración política y social. De hecho, en el año 1967 leí el libro, que acababa de traducirse al castellano, La integración europea y el progreso social (Nova Terra), que era el resultado de un coloquio entre intelectuales de la izquierda europea, entre ellos André Gorz y Ernest Mandel, cuya edición con las ponencias y parte de las discusiones suscitadas vio la luz en 1963. Esta obra me abrió los ojos, pues supuso una forma de enfocar el proceso de integración, que estaba en sus comienzos, de una manera muy diferente a lo que se estudiaba en la facultad.

En los libros de texto se analizaban las ventajas de la integración para el desarrollo económico a partir de las teorías que explicaban esos efectos beneficiosos. En nuestro país se ponía el énfasis en los factores positivos, por parte de los profesores europeístas, que no eran todos ni mucho menos, pues a los planteamientos teóricos había que añadir que la integración se estaba haciendo entre países desarrollados, democráticos y con Estado del bienestar. Las tres cosas faltaban en España, por lo que la defensa de esa Europa que se estaba construyendo, y a la que no podíamos aspirar a entrar por tener un régimen dictatorial, era un signo del progresismo en aquellos años.

La obra que acabo de mencionar era, por el contrario, muy crítica con esta integración, pues hacía referencia a que ésta beneficiaba fundamentalmente a las empresas monopolistas y fomentaba la concentración y centralización del capital. De modo que André Gorz señalaba que: “Sin duda, el Mercado Común es una consecuencia de la expansión monopolística, no su causa principal. Pero es necesario darse cuenta de que la expansión monopolista exigía el Mercado Común para poder continuar, ya que la evolución tecnológica, los cambios que ha provocado la dimensión de las unidades productivas y el volumen de los capitales inmovilizados, pedían una ampliación del mercado”. Más adelante analiza, como consecuencia de este proceso, la desaparición de parte de las empresas pequeñas y medias. Otros ponentes ponen el énfasis en que mientras el capital se desplaza superando las fronteras nacionales, los partidos políticos de izquierda y los sindicatos se desenvuelven a escala nacional. Otro tanto se puede decir de la política social, que se ha desarrollado dentro de los países pero no a escala de la Europa que se estaba construyendo.

Este enfoque servía de contrapeso a las visiones que no tenían en cuenta la evolución del capital y sus intereses, pero a su vez permanecía incompleto, pues estos mecanismos de acumulación del capital tenían sus instrumentos compensatorios, como eran las políticas keynesianas, el Estado del bienestar y los Fondos estructurales. De esta forma ha avanzado la Unión Europea con las contradicciones típicas del capitalismo y que expresa muy acertadamente Bottomore: “Pero hay un conflicto que persiste, como ya vio Marshall, entre la tendencia de la economía capitalista de mercado a producir desigualdades y la del Estado del bienestar a fomentar la igualdad” (Ciudadanía y clase social, Alianza editorial, 1992).

El problema principal reside en los tiempos actuales en que el capitalismo ha cambiado desde los años ochenta del siglo pasado, y todo ello ha influido en los dirigentes de la Unión Europea por lo que ahora no se está ante el dominio de las grandes empresa solamente, sino también del capitalismo financiero que se convierte en hegemónico, a la vez que el paradigma keynesiano ha dado paso al fundamentalismos de mercado. Los contrapesos al poder del capital han disminuido sobre lo que sucedía en los años sesenta. Esta influencia del paradigma neoliberal se viene introduciendo en las prácticas europeas desde los años ochenta y sobre todo desde los noventa, pero se han fortalecido con la crisis, cuando tenía que haber sido lo contrario. Este fortalecimiento de las finanzas es a su vez resultado de la división de los sindicatos y partidos de izquierda europeos, que no tienen ni una práctica sindical unitaria ni un proyecto común europeo. El poder económico avanza destruyendo todo lo que se pone a su paso, como los derechos de ciudadanía, pero nadie le sale al paso con suficiente capacidad de resistencia.

Ante todo lo que está sucediendo, el panorama que ofrece la izquierda en nuestro país no puede ser más desolador. Los partidos y coaliciones que se sitúan a la izquierda del PSOE no han sido capaces de unirse para hacer frente a estas prácticas económicas tan negativas para la mayoría de la ciudadanía y tan beneficiosa para ese 1% que constituyen los ricos. El PSOE hasta ahora ha demostrado no tener un discurso europeo, sino que habla en clave interna y su preocupación principal parece ser es atacar al PP y su dirigente.  ¿Por qué no se habla de esta Europa que no nos gusta y cómo hacer para cambiar el rumbo?

Por lo menos podían leer reflexiones económicas que se están haciendo en Alemania y Francia. En el país vecino ha visto la luz un manifiesto que ha publicado la revista Alternativas Económicas en su número de abril que firman entre otros Daniel Cohen y el economista de moda, gracias a su magna obra Le capital au XXIe siècle (Seuil, 2013), Thomas Piketty. Si se quiere salir de este bloqueo institucional e implicar a los votantes es necesario cambiar el debate sin ideas por las ideas sustentadas en análisis serios.     

El retroceso social en la Unión Europea