jueves. 18.04.2024
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Por Carles Manera | Economistas Frente a la Crisis | Sin preámbulos, vean algunos de los factores que deberían ser tenidos en cuenta de cara a una nueva política económica en Europa, que supere las estrecheces y los bloqueos de la actual:

  • Urgen políticas más inflacionistas en el norte de la Unión, que abran diferenciales salariales entre la Europa más avanzada y la periférica, con el objetivo de evitar una competencia vía salarios. Esta idea infiere la necesidad elemental de que los sueldos suban hasta el punto de que la inflación duplique prácticamente la establecida en el Tratado de Maastricht. Será, a su vez, una garantía para estimular la demanda interior en esas naciones.
  • Mayor esfuerzo de inversión pública, con un incremento de la participación de los Estados en el presupuesto comunitario y el concurso del Banco Europeo de Inversiones. En unas coordenadas de atonía en la inversión privada, la pública debe ejercer de palanca de crecimiento, habida cuenta que los multiplicadores nuevamente calculados por el FMI –entre 0,9 e incluso 2,2– pueden hasta cuadriplicar los más austeros –0,5 según un erróneo trabajo del propio FMI, reconocido por su economista jefe–. Esta equivocación monumental ha santificado las políticas de austeridad, que siguen sin entender las correcciones ya advertidas. Es decir: más inversión pública supone más capacidad económica, más crédito, más actividad, más contratación y más empleo.
  • Debe repensarse la fiscalidad, para hacerla más progresiva. La caída de ingresos y no el despilfarro generalizado del gasto, ha sido la causa central que ha desequilibrado las cuentas públicas. A pesar de la insistencia de muchos economistas –con datos irrefutables en la mano–, el mainstream ha seguido, impertérrito, en su obstinación casi enfermiza: la culpa es de los malgastadores de los gobiernos, que han dilapidado recursos públicos en cosas tan poco edificantes como hospitales, escuelas, investigación y prestaciones sociales. Estos son los jirones arrancados a la economía pública. Y resarcirlos impone aplicar medidas tributarias a las rentas privilegiadas con la incorporación, además, de dos aspectos esenciales: la fiscalidad ecológica –en la línea de lo que se viene desarrollando en muchos países europeos, principalmente nórdicos–, con la adopción igualmente de figuras fiscales con finalidades estrictamente recaudatorias –más que disuasorias: por ejemplo, las tasas sobre pernoctaciones turísticas–; y la persecución implacable del fraude de altos vuelos, a partir de la eliminación del secreto bancario y de la mayor comunicación inter-bancaria en relación a operaciones y cuentas.

La Gran Recesión se enmarca en una crisis sistémica, toda vez que supone una clara tendencia en un cambio de liderazgo, el cuestionamiento de los espacios económicos existentes –como la propia Unión Europea–, la pérdida transitoria de capacidad del capitalismo para rehacerse de forma sostenida –con retrocesos en los beneficios– y la incertidumbre –financiera y de objetivos– en la estrategia inversora.

El capitalismo, como sistema, no está en fase terminal

 

Pero el capitalismo, como sistema, no está en fase terminal –como se asevera desde algunos postulados sociológicos, antaño ligados con las tesis de la dependencia– ni se aprecia que nadie vaya a refundarlo –como sugirió un alto mandatario europeo–. El sistema funcionará si aumenta su masa de ganancias, aunque la tasa de beneficios caiga. El final de la Guerra Fría y de la política de bloques ha dado alas al capitalismo en una dirección clara: su ideología lo impregna todo, su lenguaje ha contaminado buena parte de las fuerzas de izquierdas y sus esquemas han sido aprehendidos por muchos intelectuales progresistas. Pero, además, la Gran Recesión está demostrando que los planes del conservadurismo político son volver a una inercia histórica: la que consagraba la desigualdad. Bajar salarios, despedir trabajadores, recortar servicios, adelgazar prestaciones, tienen, a mi entender, un objetivo: instalar el temor y engrosar aquel “ejército de reserva” marxiano que permite, precisamente, mantener los costes laborales a raya y dominar las negociaciones laborales. Si se observan las investigaciones más recientes en Historia Económica, desde el siglo XVIII tan sólo en el período 1950-1980 hemos asistido a una fase de mayor igualdad en las rentas, de una equidad más visible. ¿Son, esos años, una anomalía histórica? Los rasgos distintivos del Estado del Bienestar tienen fechas próximas, en el tiempo histórico. La población las ha asumido como estables, imperecederas. La Gran Recesión está demostrando que eso no necesariamente va a ser así, y que las fuerzas de la regresión van a utilizar todos los instrumentos disponibles (entre los que la ideología vuelve a ser determinante) para justificar su derribo y volver a un pasado relativamente cercano.

De la respuesta ciudadana, política, social y electoral, dependerá que esto no se cumpla.


Carles Manera, Catedrático de Historia Económica de la UIB y miembro de Economistas Frente a la Crisis

Por una nueva política económica en Europa