jueves. 28.03.2024
renzi250

Los últimos acontecimientos que están sacudiendo la política italiana no parecen recibir la atención debida, a pesar de la importancia que tienen para el devenir del sur de Europa. Tras una complicada transición, la era post-Berlusconi nos trajo un nuevo príncipe de la izquierda, cuyas horas más difíciles comienzan ahora.

El ascenso al poder de Matteo Renzi en febrero de este año, había aportado el contrapunto necesario a un François Hollande atrapado por las contradicciones y el creciente descrédito popular. El líder italiano encandiló con sus primeras reformasen en el senado y las provincias, mostrando su predisposición a repartir las cargas de la austeridad. Pero como todo gobernante, llegó la hora de diseñar unos presupuestos acordes con una realidad dominada por la recesión. En efecto, la tercera economía más importante de la Eurozona acaba de registrar un retroceso del 0,1 % en su PIB en el tercer trimestre, acumulando una tasa interanual negativa del 0,4%. Si a ello añadimos el famélico crecimiento de europeo 0,2% registrado por Eurostat, el margen de maniobra se reduce drásticamente. El primer ministro italiano ha preferido recurrir al endeudamiento como medio para lograr más ingresos, antes que dejar caer todo el peso de los recortes en las clases medias. Además ha rebajado los impuestos, especialmente a las empresas, con el fin de animar el consumo interno y relanzar la economía. Como bien sabemos en España estas medidas no siempre alcanzan el objetivo deseado, provocando en el mercado interior un repunte del retraimiento.

Pero llegar hasta aquí no ha sido fácil. La primera batalla se libró el pasado mes de octubre con la Comisión Europea, quien pese a sus pretensiones validó un "tímido" incremento de los recortes del déficit italiano (del 0,1% al 0,3%). Roma no estuvo sola en esta pugna por ajustar lo menos posible, también París peleó por un acuerdo más indulgente con Bruselas. Sin embargo los ajustes al final son eso, ajustes, y aunque se ha logrado evitar el peor de los escenarios, la factura política es innegable. A comienzos de noviembre la polémica estalló con la nueva reforma laboral, incluyendo la modificación del artículo 18 del Estatuto de los Trabajadores que obliga a indemnizar y readmitir en caso de despido improcedente. Obviamente Italia no va a hundirse por un debate legal pero la flexibilidad que quiere imponer Renzi, o el despido libre según las voces más críticas, ha abierto una peligrosa puerta a la ruptura. Su propio partido está dividido y la central sindical mayoritaria CGIL le ha abandonado. En otras palabras, al primer ministro le ha salido una feroz oposición por la izquierda. Se le acusa fundamentalmente de no poder gobernar el país sin intermediarios, de no generar empleo y de aumentar las desigualdades. Mientras las protestas van en aumento, su agenda institucional está pasando desapercibida, y eso a pesar de enfrentarse a un tema tan importante como la reforma de la ley electoral. Haga lo que haga su liderazgo está malherido, como demuestra la convocatoria de huelga general de ocho horas para el próximo 5 de diciembre.

Este relato ya nos suena, ya lo hemos vivido. Desde que en 2012 se firmara el célebre Tratado de Estabilidad, Coordinación y Gobernanza, la cesión de soberanía se ha convertido en un incómodo compañero de viaje. Es evidente que el bipartidismo europeo está adoptando un perfil bajo mientras se impone una determinada versión de la tecnocracia en los países del sur. Después del pacto entre el SPD y CDU en Alemania o el giro conservador del PS en Francia, la izquierda europea necesita héroes, modelos que convenzan a ese votante atraído por el populismo grillista o lepenista. Así pues, la deriva de Renzi nos devuelve a la realidad de un mundo globalizado en el que la dinámica de bloques deja muy poco espacio a la innovación, atando las manos de quienes pretenden un cambio incompatible con las nuevas reglas de juego. Precisamente por ello no estamos prestando la atención debida, pues la lección de realidad que supone el caso italiano podría enfriar las perspectivas electorales que parecen abrirse en España por ejemplo. No perdamos de vista que las famosas reformas estructurales no han terminado en nuestro país, que las exigencias en materia fiscal y laboral continúan, y que hasta un Pablo Iglesias presidente podría verse obligado a tomar decisiones impopulares. ¿A caso nos hemos olvidado de la elevada deuda que hemos de pagar en los próximos diez años? Italia está atravesando una tormenta, pero no por ello Matteo Renzi se convierte en peor timonel. Por eso es tan importante centrar el foco en el Palacio del Quirinal, ahora más que nunca, ya que en 2015 podría ocurrir lo mismo en La Moncloa.

Italia en la tormenta