jueves. 28.03.2024
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Cameron explotó las contradicciones laboristas sin desfallecer. Prefirió recuperar los ecos del "capitalismo popular" de Margaret Thatcher y el repudio al gasto social excesivo como generador de presión fiscal, y apeló a una falsa irresponsabilidad de los laboristas en este terreno

El primer ministro británico, David Cameron, disfruta estos días de su inesperado éxito por mayoría absoluta, propiciado por el sistema electoral menos equilibrado de Europa. Más que la obtención de un margen amplio para gobernar, el gran mérito de Cameron ha sido mejorar los resultados de los anteriores comicios, contrariamente a lo que es tendencia en Europa desde el comienzo de la crisis. La canciller Merkel repitió triunfo pero se debilitó y tuvo que pactar con los socialdemócratas.

UNA AFORTUNADA ESTRATEGIA

Cameron sale fortalecido de una gestión discutida, en absoluto brillante, privada de un discurso convincente, pero eficaz en el momento oportuno. El líder conservador parece haber acertado en confundir a la mayoría del electorado inglés mixtificando la estrategia laborista de conquista del poder. Cameron insistió una y otra vez durante la campaña en que Miliban pactaría con los nacionalistas escoceses para ocupar el 10 de Downing Street, poniendo así precio a la unidad nacional frente al separatismo del norte.      

Cameron explotó las contradicciones laboristas sin desfallecer. Prefirió recuperar los ecos del "capitalismo popular" de Margaret Thatcher y el repudio al gasto social excesivo como generador de presión fiscal, y apeló a una falsa irresponsabilidad de los laboristas en este terreno. En realidad, el laborismo asumía en su programa la necesidad de seguir recortando el déficit público, pero de forma más suave y escalonada.

En política, importa tanto lo que es como lo que parece. Cameron aprovechó la coincidencia de laboristas y nacionalistas escoceses en las críticas a la austeridad para explotar una discordia latente entre ambos partidos, sabiendo que uno u otro, o los dos, saldrían dañados. Y como la emergencia del SNP era palpable, la derrota del laborismo en Escocia, aún a costa de reforzar el independentismo, estaría garantizada. El patriotismo retórico de Cameron no dudó en reforzar al independentismo por motivos partidistas.

El líder tory no sólo ha neutralizado una victoria laborista, como pretendía, sino que ha logrado lo que ni los más optimistas en su entorno podían esperar. La mayoría absoluta le permite ordenar el juego sin molestos acomodos con los lib-dem, reducidos de nuevo a la insignificancia parlamentaria y al limbo político, en castigo a una coalición equivocada.

DESCONFIANZA EUROPEA

Algunos analistas destacan, sin embargo, que la euforia tory por el triunfo del 7 de mayo puede pronto revelarse efímera. David Cameron dispone de un margen de siete escaños en el Parlamento. La dureza de la tarea que tiene por delante no le permite afrontar con garantías una posible rebelión de partidarios. Los motines conservadores no son extraños cuando la situación política o económica se torna complicada. Le ocurrió a la todopoderosa Thatcher y a su débil heredero Major, como antes le había sucedido al malhadado Heath.

El temido motín contra Cameron tiene plazo fijo: 2017, año del prometido y ahora ineludible referéndum sobre la permanencia en la Unión Europa. El primer ministro propuso esa iniciativa precisamente para sofocar una presentida erupción en el alma de los tories y limitar el crecimiento de los escépticos ya desgajados del Partido Conservador. Con esa maniobra consiguió tranquilizar las aguas en la bancada azul pero se comprometió a una apuesta arriesgada para la siguiente legislatura, en caso de renovar mandato. ¿Por cuánto tiempo? Los analistas políticos cifran en unos sesenta los diputados tories euroescépticos, más que en la legislatura anterior. La amenaza de revuelta se mantiene.

Quizás por esta razón, Camerón se está planteando adelantar el referéndum, para aprovechar el rebufo de su triunfo electoral. Pero no se ve muy bien cómo el primer ministro –cuya victoria no ha sido acogida de forma calurosa precisamente en Europa- puede conseguir arrastrar a sus socios continentales hacia esa visión insular que muy pocos comparten. La fricción registrada estos días por la nueva política migratoria es buena prueba de ello.

DOS PINZAS Y MEDIA

El otro referéndum, el de la independencia de Escocia, pudo ser neutralizado a comienzos del otoño pasado, pero también a un precio no menor: el de prometer la ampliación de las atribuciones autonómicas. Sin esa oferta de última hora, cuando las encuestas no descartaban el triunfo separatista, no puede saberse qué resultado hubiera arrojado la consulta.

La emergente dirigente nacionalista escocesa, Nicola Sturgeon, ya le ha recordado estos días a Cameron que no se conforma con la “devolución” (en nuestro lenguaje, el paquete de competencias) que los conservadores tienen preparado para aplacar las reivindicaciones de aquella parte de la debilitada Unión Jack.

De esta forma, Cameron se mueve entre Brexit y Scotxit, es decir, entre dos impulsos separatistas, interno y externo, que puede anegar su flamante éxito en un drama político. El líder conservador intentará explotar su brillante victoria electoral para conseguir concesiones de sus socios europeos, pero no tiene garantizado el éxito.

Cameron tiene que hacer muchas cuentas para reducir el déficit en 40 mil millones de euros. Sus colaboradores manejan varias propuestas para minimizar el impacto. Pero será difícil cuadrar el círculo. No podrán salvarse del todo la atención sanitaria, las pensiones, el subsidio por desempleo y otras prestaciones sociales. El tijeretazo va a hacer sangre.

A pesar de su derrota y de la presión del ala centrista a favor de un regreso a las tesis de Blair, no es previsible que los laboristas se inhiban o se muestren tibios ante los recortes conservadores. A esa pinza, que al menos sería de mediana presión, habrá que añadir las dos más contundentes que  aplicarán los nacionalistas escoceses: la social y la nacional o territorial. En Downing Street se acabó el tiempo del champagne

Gran Bretaña: El engañoso triunfo de Cameron