viernes. 19.04.2024
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David Cameron y el alcalde de Londres, Boris Johnson.

fuego amigo europeo, que es, a la vez causa y consecuencia de la debilidad del liderazgo, de la confusión de los proyectos político y del desconcierto ciudadano

No corren buenos tiempos para los principales líderes políticos europeos. La crisis financiera, económica y social no sólo ha consumido buena parte de la prosperidad europea. También ha erosionado los principales fundamentos políticos. El equilibrio entre el centro derecha y centro izquierda, sobre el que ha pivotado la estabilidad europea, en mayor o menor grado según cada caso y circunstancia, está seriamente en cuestión.

Uno de los síntomas más evidentes es la quiebra del liderazgo. Puede decirse, sin exageración, que ninguno de los líderes políticos de los principales países europeos (con alguna notable y aislada excepción) disfruta de una posición sólida. Y, curiosamente, esta debilidad compartida no se debe fundamentalmente a la fortaleza de sus adversarios. El cuestionamiento surge con especial crudeza desde sus propias filas, de sus partidarios y, naturalmente, de sus propias bases sociales. E igual da que estos dirigentes se estén desgastando en el gobierno o que velen armas en la oposición.

El caso más reciente de exposición pública de este fuego político amigo es el de premier británico, David Cameron. Poco importa que el líder tory forzara una bochornosa concesión de sus colegas europeos en la reciente cumbre de Bruselas para echarle una mano en el embrollo de la permanencia británica en la UE. Como era de esperar, las injustas decisiones políticas y sociales y las chapuzas jurídicas acordadas no han aplacado a la legión de políticos y activistas conservadores que defienden la salida del club. Las innecesarias concesiones de los 28 ha sido convertida en mofa despectiva por quienes atribuyen a Europa la causa de algunos de los males de las cuentas nacionales.

La hostilidad hacia el proyecto de unidad europea, y en particular sus manifestaciones políticas y sociales, constituyen un polo de atracción demagógica en Gran Bretaña. El partido conservador, en sus distintas etapas de gobierno, ha domeñado ese sentimiento con desigual pericia, pero con escasa lealtad europea. Al euroescepticismo más rancio se ha respondido con una europragmatismo muy interesado que, cuando no ha sido suficiente para aplacar la manía, se ha terminado convirtiendo en euroresignación

Cameron tiene que pastorear ahora unas huestes divididas. Algunos de sus amigos más cercanos, como el Secretario de Justicia, Michael Gowe, no le han comprado su gambito europeo y harán campaña por el NO. Los medios han destacado mucho el protagonismo contestatario del populista alcalde de Londres, Boris Johnson, perteneciente a esa constelación de políticos tan en boga últimamente por sus originales perfomances. El premier cuenta con el apoyo de los poderes económicos fácticos (industriales, financieros), que no comparten esa ficción del daño europeo. Pero no corren tiempos racionales en la política europea, y el tacticismo de Cameron puede tornarse en boomerang. El referéndum no está perdido, como proclaman los apocalípticos antieuropeos, pero tampoco ganado, como predicen sotto voce los optimistas o los cínicos.

De distinta naturaleza pero de similar intensidad son los apuros que padece el presidente francés. Hollande no se enfrenta sólo a una oposición dura (la derecha republicana) o irrespetuosa (los xenófobos ultranacionalistas del FN). También sufre fuego amigo, ganado a pulso, en todo caso. Un grupo de diputados de la bancada socialista, los denominados frondeurs, no terminan de aceptar los equívocos de la política socioeconómica del Eliseo y de Matignon. La afición francesa al juego de palabras (llamar rigor a lo que no deja de ser una política de austeridad) no ha funcionado en este caso.

Pero los problemas internos de la dupla Hollande-Valls se han agravado con la gestión de la amenaza terrorista. Las medidas excepcionales, las apelaciones a la guerra, el recorte de libertades en ciertas condiciones puede generar popularidad inmediata, por el miedo primario de la población, pero son políticamente peligrosas e inconvenientes. La dimisión de la ministra Taubira, hace unas semanas, es el síntoma más evidente pero no necesariamente el más preocupante de la desafección interna en el socialismo francés, un fenómeno por lo demás en absoluto novedoso. Es dudoso que la figura de un presidente en armas devuelva a Hollande una credibilidad perdida, entre sus propios seguidores o votantes, en primer lugar. Y Valls, que niega ser un candidato tapado o en reserva, despierta una antipatía creciente aún mayor.

Este desgaste desde dentro alcanza a quienes parecían más inmunes, como la Canciller Merkel. También en este caso, un error de cálculo populista ha terminado por erosionarle el apoyo de los suyos. La defensa de la acogida de inmigrantes o desplazados por los conflictos bélicos del Medio Oriente frente a la racanería, por no decir la hostilidad, de algunos de sus colegas centroeuropeos se ha convertido en una losa. Merkel no ha conseguido, pese a la intensidad de su empeño, que la UE adopte medidas prácticas de gestión y acogida, lo que ha favorecido la imagen, un tanto distorsionada, de Alemania como paraíso único de los desamparados. Oro puro para los sectores xenófobos, en alza en el panorama germano, como en el resto de Europa. Las movilizaciones contra los inmigrantes o aspirantes a refugiados se amplificaron en otoño y los incidentes de la plaza de estación de Colonia, tan poco esclarecidos como manipulados, hicieron el resto. Los bávaros del partido democristiano (CSU) fueron los primeros en hacer saber a la Canciller que ya no gozaba de su apoyo incondicional, y luego se empezaron a escuchar voces críticas en la CDU y, con sordina, en el propio gobierno. La base social de la Canciller le ha vuelto la espalda, al menos momentáneamente, y le ha obligado a enterrar bajo siete llaves aquella política de generosidad que exhibió en verano.

Estas mismas manifestaciones de desafecto las está experimentando Mariano Rajoy en España con los suyos, pese a ganar las elecciones, aunque no la capacidad de seguir gobernando, pero estas peripecias son más conocidas y este espacio no se ocupa de asuntos nacionales.

Una excepción en este firmamento de líderes europeos principales atosigados por la incomprensión, el rechazo o el malestar de sus propias filas: el italiano Mateo Renzi. Tras dos años en el Palacio Chiggi, el primer ministro parece afianzado, la situación socio-económica mejora, algunas iniciativas como los peculiares contratos de trabajo indefinidos merecen elogios (quizás infundados) y su liderazgo se consolida. No faltan críticas de sectores ilustrados, que le reprochan su oportunismo. Pero, de momento, Renzi parece libre de la epidemia de desafección que debilita a sus colegas europeos más destacados.

No es el gobierno lo que mata (políticamente). Según la máxima de Andreotti, la oposición es tan devastadora o más. A Sarkozy no le siguen los suyos fielmente en las operaciones de desgaste del maltrecho presidente francés. La contestación es fuerte y creciente. Y qué decir del líder laborista Corbyn, que soporta un grupo parlamentario hostil por demás, pese a contar con un respaldo entusiasta de la mayoría de la militancia y más medido de los sindicatos. O el propio Secretario General del PSOE, que no goza de la confianza de algunos de sus dirigentes regionales y tiene que acudir a las bases para consolidar su arriesgada operaciones de pactos postelectorales para llegar al Gobierno.

En fin, fuego amigo europeo, que es, a la vez causa y consecuencia de la debilidad del liderazgo, de la confusión de los proyectos político y del desconcierto ciudadano.

Fuego (político) amigo