miércoles. 24.04.2024
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Las imágenes que ilustras este artículo tienen como finalidad herir la susceptibilidad del lector | Imágenes: Red de Refugiados

“La indignación moral es la estrategia tipo para dotar al idiota de dignidad”.
(Herbert Marshall McLuhan)


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El idiota narcotizado por la sarta de falsedades que los medios exponen como verdades, es ese mismo que se manifiesta a viva voz contra las injusticias, únicamente cuando éstas irrumpen en forma de titular. De lo contrario, de no verlas proyectadas en el plasma, considera que no existen.

Millones de idiotas narcotizados de los cuatro puntos cardinales se indignaron cuando su canal predilecto reprodujo la imagen del Aylán Kurdi ahogado a orillas del Mediterráneo. Una verdadera tragedia, un absoluto espanto que dejó sin adjetivos aún al más brillante de los redactores, y que promovió intensos debates entre quienes jamás en su vida habían pronunciado el término “inmigrante”. Las redes sociales colapsaron. La fotografía del niño muerto ilustró los muros de quienes hasta el día anterior ignoraban que aquel mar calmo albergaba algo más que el yate de sus majestades.

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Idiotas funcionales a los poderes, incluyendo al cuarto, advirtieron que era momento de publicar su indignación porque así lo sugería la masa idiotizada de la que formaban parte. Una o dos semanas de enfado -materializado en banderitas, lutos y algún “Todos somos Aylán”- fueron suficientes. Los últimos estertores de repudio se extinguieron entre los gestos de pesar expresados por los líderes europeos, el compromiso de solidaridad de la Unión Europea, un minuto de silencio, y las declaraciones de una Ángela Merkel que, contrario a lo que se creía, dio indicios de sensibilidad para con el drama de los refugiados sirios.   

Pero la realidad de los inmigrantes sirios no es más horrorosa que la que desde hace décadas experimentan los seres invisibles que a cada instante intentan llegar a esa Europa de cuyos principios no quedan ya ni tan siquiera las intenciones. Las imágenes que las televisiones europeas proyectaban de tanto en tanto a su narcotizada audiencia, no calaron lo necesariamente hondo como para provocar la verdadera nausea que hubiesen debido provocar. Quizás se deba a la frialdad clínica de los medios masivos de desinformación, que establecían como condición el gélido número de víctimas a los que se les arrebataba la humanidad mediante la infamia de un número y una macabra denominación: “Una embarcación con cien ilegales naufraga en el Mar Mediterráneo”.

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La complicidad de los medios para inmunizar a ese idiota funcional al que ya traía a medio narcotizar, se hizo evidente desde que la EU profundizó sus esfuerzos en pos de dificultar el acceso a la dignidad de cientos de seres humanos que se lanzaban al mar. “Salvando a quienes se van a ahogar, se anima a otros a que intenten una idéntica travesía. Es un efecto llamada que no deseamos”, declaraba la Ministra del Interior inglesa, Theresa May, en alusión al cese de las misiones Mare Nostrum, programa de búsqueda y rescate de inmigrantes en el Mediterráneo. “Son ilegales”, repetían los idiotas funcionales, emulando titulares; e inmediatamente arremetían con que la crisis económica era una de las consecuencias de no haber tomado medidas contra la inmigración”.

Nacía entonces una raza de idiotas potencialmente dañinos que pregonaban nacionalismos en defensa de unos intereses mezquinos y aborrecibles. Se disparaba el número de descerebrados que conseguían de esta manera el permiso para el uso indiscriminado de la xenofobia, se advenían humanoides cloacales que expresaban su orgullo nacional, su defensa de lo propio, su europeísmo tan patético y barato como siniestro y brutal. Hijos y nietos de inmigrantes se consideraban ahora con derecho a “defender” lo que consideraban de patrimonio exclusivo. Olvidados ya de su pasado de miserias, de sus pateras que los arrastraron hacia países remotos en los que fueron acogidos. Los europeístas más acérrimos clamaban una solución a esa especie de “invasión” que denunciaban en los mismos medios que les infundían el odio al “ilegal” en cómodas cuotas. Y mientras las muertes continuaban sin que la opinión pública se manifestase al respecto, los Estados miembros de la UE ponían todo su empeño en proteger sus fronteras, recurriendo a prácticas que sólo al peor de los hijos de puta puede llegar a ocurrírsele. España, a través de su Ministro del Interior, José Fernández Díaz, ordenaba la colocación de cuchillas afiladas y la ampliación de alambres de espino en las vallas que separan a Ceuta y Melilla del resto del Continente Africano; aberración que se amalgamaba con la negación de asistencia sanitaria a inmigrantes, decreto que ya había puesto en vigencia Mariano Rajoy, y que incluía multas a aquellos profesionales de la medicina que decidieran respetar su juramento hipocrático; es decir, criminalizando no sólo a los inmigrantes, sino también a las acciones solidarias hacia este colectivo.

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Con el acuerdo de la Unión Europea, por el que se devuelve a Turquía a todos los migrantes y refugiados que llegan a Grecia, la criminalidad crece y se transforma en un nuevo atentado contra la humanidad. Es una piedra más que Europa coloca en el camino de estos seres humanos que, lejos de desistir en su huida de la guerra, seguirán buscando alternativas para continuar con vida "Buscarán otras vías de paso hacia Europa. Se cierran estas, se abrirán otras, cada vez más inseguras", asegura Amaia Esparza, directora de comunicación de Médicos Sin Fronteras.

Europa no solo les da la espalda, sino que los envía a una muerte lenta y dolorosa. "Resulta irónico que Europa, que se había comprometido a reubicar a 160.000 personas y a reasentar a otras 20.000, haya dado la espalda al problema, mientras que sólo en Jordania hay 650.000 refugiados, Turquía tiene más de dos millones y el Líbano un millón. No ponen los pies en la tierra, se les olvida fácilmente de dónde venimos nosotros y los valores que fueron la base de la Unión", aseguran desde MSF.

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La premeditación y alevosía con que la Comunidad Europea continúa actuando en perjuicio del inmigrante, obstaculizándole el acceso al mínimo derecho, dificultándole un mínimo de dignidad, es algo que la historia deberá revisar. Cada una de las leyes que han atentado contra la libertad y el derecho a la vida de cientos de miles de personas, tienen detrás un responsable. Los ahogados en el Mediterráneo, los desangrados en la valla fronteriza y los olvidados sirios en sus campos de horror, no son sólo el producto de lo inevitable o la consecuencia de la imperfección de este sistema repugnante y vergonzoso. La negación del derecho de existencia a grupos humanos enteros es un crimen de lesa humanidad. Y paradójicamente su autora material es esta Europa que sufrió el éxodo de su gente tras los horrores de su propias miserias.

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La Europa idiota