martes. 16.04.2024
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La industria militar estadounidense tendría mucho que ganar con un incremento del gasto militar en Europa de más de 50.000 millones de euros

El presidente Trump inició el pasado mes de marzo un conflicto arancelario generalizado. Al final, China es el único país afectado por las amenazas. Europa, que en un primer momento se vio afectada por los derechos de aduana que anunció la Administración Trump, quedó excluida temporalmente y enfrenta el dilema de decidir qué papel va a jugar, si tiene algo propio que decir o se suma a la alianza contra China que quiere forjar EEUU.

Resulta difícil valorar si nos encontramos en los momentos iniciales de un grave conflicto que acabará en guerra comercial abierta, perjudicial para todos los participantes, o ante una crisis aislada, aparentemente controlada, en un contexto que irremediablemente dará lugar, antes o después, a una confrontación de más calado e intensidad en la que acabará jugándose la hegemonía mundial de cara a la segunda mitad del siglo XXI y la configuración de un nuevo modelo de mundialización.

Respecto a sus aliados europeos, Trump pretende que la UE adopte también límites voluntarios a sus exportaciones de acero y aluminio a EEUU, se sume a la presión contra China para conseguir una mayor apertura de su mercado, especialmente para facilitar la penetración de los grandes grupos financieros estadounidenses y europeos, y conjuguen esfuerzos para acabar con las imposiciones que obligan a las empresas occidentales que se localizan en China a transferir tecnología y conocimientos a sus socios chinos.  

Hay además un objetivo político-militar muy querido por Trump: los países europeos miembros de la OTAN deben ser más diligentes en la tarea de cumplir su compromiso de aumentar los gastos militares hasta alcanzar en 2024 el 2% de su PIB. Trump pretende impedir que la UE avance en la construcción de una Europa de la defensa que pueda entrar en competencia con la OTAN. La industria militar estadounidense, que va a ser favorecida por el fuerte incremento del gasto militar aprobado en los presupuestos de EEUU de 2018 (con un crecimiento de algo más del 9% sobre unos gigantescos gastos militares de cerca de 600 mil millones de dólares), tendría mucho que ganar con un incremento del gasto militar en Europa de más de 50.000 millones de euros. En el caso de España, cumplir ese compromiso del 2% de PIB, implicaría aumentar más del doble los gastos militares actuales.

Trump espera que tanto los efectos del anuncio del aumento de las barreras arancelarias a los productos chinos como los de la exención temporal y condicionada a Europa de los nuevos aranceles sobre el acero y el aluminio puedan servir a corto plazo para obtener concesiones comerciales y políticas que le permitan presentarse como un presidente fuerte que cumple sus promesas electorales y es capaz de ganar las batallas y guerras que se plantea. Si lo consigue, saldrá reforzado ante la opinión pública de su país y consolidará el apoyo de los sectores sociales y poderes económicos que han sido claves en su elección y lo seguirán siendo en la siguiente campaña presidencial.

Aunque a largo plazo hay sobradas razones económicas para considerar que el plan proteccionista de Trump, además de incrementar la tensión y los riesgos de una guerra comercial a gran escala, es ineficaz en su objetivo de reducir el descomunal déficit comercial de EEUU y contiene muchos elementos contraproducentes para los intereses de la economía estadounidense, conviene no menospreciar a Trump, porque puede conseguir en el corto plazo buena parte de los objetivos que persigue y asegurarse los apoyos que necesita para su reelección como presidente.

Tras la espuma del conflicto arancelario existe un mar de fondo de lucha por la hegemonía mundial que contribuirá a configurar las relaciones internacionales de las próximas décadas y el tipo de globalización imperante. El curso y el resultado de ese conflicto van a afectar directa y decisivamente al proyecto de unidad europea que encarnan la UE y la eurozona y a los intereses de sus Estados miembros. Si la UE actual, sin el Reino Unido, se mantiene unida y es capaz de llevar a cabo las reformas institucionales y de política económica que son imprescindibles para mejorar su funcionamiento y asegurar su continuidad podría llegar a jugar un importante papel en decantar la pugna por la hegemonía de gran potencia que protagonizarán, en breve plazo y durante un largo periodo, EEUU y China. Europa podría, con su peso específico, inclinar la balanza a favor de una propuesta de mundialización inclusiva en la que predomine la cooperación en base a reglas e instituciones multilaterales que sean compatibles con la recuperación de los principios de solidaridad, cohesión económica, social y territorial, democracia y respeto por los derechos humanos que representan lo mejor de las señas de identidad del proyecto de unidad europea.    

Europa y la ciudadanía europea tienen mucho que decir y hacer para que la alternativa no se reduzca a elegir entre los modelos de globalización que ofrecen EEUU o China

Siga como siga la pugna entre China y EEUU y sin menospreciar los graves riesgos de escalada del conflicto y estancamiento económico, lo más probable es que el comercio mundial y, sobre todo, la globalización productiva y financiera mantengan el curso ascendente que, ininterrumpidamente, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, se ha afirmado a pesar de fases de grandes tensiones comerciales y de dos breves paréntesis (en la segunda mitad de los años setenta de pasado siglo y en los primeros años de la crisis financiera global que estalla en 2008) en los que prevaleció un retroceso del producto y el comercio mundiales.

Las relaciones internacionales y la mundialización económica necesitan reformas, regulación y cooperación, pero la alternativa a la actual globalización desregulada no puede ser una antigualla ideológica como el nacionalismo proteccionista, que en la actualidad supone poco más que un artilugio mental inaplicable y contraproducente que utilizan poderes económicos en decadencia que intentan proteger posiciones e intereses particulares indefendibles. A esas fuerzas económicas decadentes se suman fuerzas políticas nacionalistas y populistas de derechas y extrema derecha que consideran que la globalización ultraliberal y desregulada hoy existente es la única posible y que aspiran a defender el bienestar del que aún gozan sus países levantando murallas que impidan el paso a inmigrantes, importaciones e inversiones extranjeras directas que desean apropiarse de los principales recursos y grandes empresas nacionales.

La actual globalización ultraliberal es perecedera y reformable. Lo que no está escrito es cómo, de qué forma, a qué ritmo y por qué modelo será sustituida. Europa y la ciudadanía europea tienen mucho que decir y hacer para que la alternativa no se reduzca a elegir entre los modelos de globalización que ofrecen EEUU o China.

Cronología y términos del conflicto arancelario 

El 1 de marzo, Trump inició las escaramuzas con la presentación de un Memorándum en el que anunció su decisión de imponer aranceles del 10% a las importaciones de aluminio y del 25%, a las de acero, con objeto de defender a una industria siderúrgica estadounidense que ha sido diezmada por décadas de comercio que considera injusto. La decisión presidencial se sustenta en razones de seguridad nacional, de acuerdo a la sección 232 de la Ley de Comercio de EEUU de 1962, lo que permite sortear las normas del comercio mundial y el control de la Organización Mundial de Comercio.

Nada resultaba convincente en esa amenazadora decisión de EEUU: ni los argumentos que le servían de justificación ni la norma jurídica elegida para revestirla de legalidad ni la utilidad de los aranceles (más allá de la ventaja proteccionista que, de entrada, proporcionaría a las empresas siderúrgicas) para la economía estadounidense.

De inmediato, Canadá y México (primero y tercero, entre los suministradores de acero a EEUU; y primero y séptimo, entre los proveedores de aluminio) quedaron excluidos temporalmente de la aplicación de las medidas con el fin de no perturbar la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA, por sus siglas en inglés) que Trump considera dañino para EEUU y pretende renegociar.

Trump ha concedido un periodo de 60 días, que finalizará el 22 de mayo, para que el Departamento del Tesoro concrete el plan de restricción de inversiones directas chinas en la economía estadounidense

El 22 de marzo, las medidas arancelarias de Trump sobre el acero y el aluminio se limitaron exclusivamente a China (mientras se eximía temporalmente a los demás países aún concernidos) y se amplió la amenaza a 1.300 productos que se definirían dos semanas después, estimándose que afectarían a importaciones procedentes de China valoradas aproximadamente en 60.000 millones de dólares (sobre un total importado desde China que alcanzó en 2017 los 505.600 millones de dólares). Además, Trump concedió un periodo de 60 días, que finalizará el 22 de mayo, para que el Departamento del Tesoro concrete el plan de restricción de inversiones directas chinas en la economía estadounidense. Y, con el desparpajo del abusón, invitó a China a demostrar una posición amigable tomando medidas para reducir voluntariamente su superávit comercial con EEUU en 100.000 millones de dólares (sobre un total que en 2017 superó los 375.000 millones). Las amenazas de Trump sacudieron momentáneamente los mercados financieros, especialmente a unas bolsas temerosas de las consecuencias de una crisis descontrolada que podría acabar en guerra comercial.

El 26 de marzo, las autoridades chinas responden con firmeza (declaran su decisión de no someterse a los dictados estadounidenses) y medidas proporcionadas (para mostrar su ánimo negociador y evitar la escalada del conflicto). Anuncian que, en el caso de que Trump cumpla sus amenazas de imposición unilateral de derechos de aduana, 128 productos estadounidenses serán sometidos a aranceles del 25% que afectarán a un total de 3.000 millones de dólares importados desde EEUU. Productos cuidadosamente elegidos (soja, carne de cerdo, petróleo, aviones Boeing…) para que, pese a su pequeño peso relativo en las exportaciones estadounidenses, ejemplifiquen las nefastas consecuencias de una guerra comercial entre ambas potencias y hagan evidentes los graves daños que pueden causar a los intereses de determinados estados federados y sectores económicos y sociales en los que predominan los apoyos a Trump, con objeto de persuadir al presidente y su equipo de un cambio de estrategia en sus relaciones con China.

La escalada en el conflicto comercial continúa por ahora y amenaza con transformarse en una guerra económica abierta y generalizada.

Lo más curioso del caso es que la gran potencia consolidada, EEUU, en la que impera un modelo capitalista ultraliberal y que ha jugado un papel esencial en la tarea de conformar el actual modelo de globalización neoliberal, opta por legitimar el proteccionismo y pretende resolver unilateralmente sus desequilibrios comerciales debilitando a la Organización Mundial de Comercio (OMC). Mientras que la gran potencia emergente, China, donde impera un régimen económico peculiar, en el que las empresas y las relaciones económicas están estrechamente controladas por el Estado y por un régimen centralizado de partido único que ejerce una férrea dirección sobre el conjunto de las relaciones económicas y sociales, adopta el papel de defensor del libre cambio, reivindica el papel del libre comercio como impulsor del crecimiento y el bienestar en todo el mundo y pretende salvaguardar el papel de la OMC como organismo multilateral de negociación de las reglas que favorecen el comercio mundial y resolución negociada de los conflictos.

¡El árbol verde de la vida que no deja de dar sorpresas!

Europa entre dos fuegos