La emancipación del socialista que nunca lo fue

Miguel de Sancho | Emmanuel Macron, tras su dimisión como ministro de Economía francés, se convierte en un candidato sólido para el Elíseo de cara a 2017.  

El ya exministro pasará a la historia del Hexágono por una controvertida ley en la que ampliaba el trabajo dominical con el objetivo de estimular el crecimiento económico

Decía Jean Jaurès que no hay que lamentar el pasado, que es necesario no tener ningún remordimiento por el presente y que es imprescindible gozar de una confianza inquebrantable en el futuro. Emmanuel Macron, que formuló hace unos días un «yo no soy socialista» que era más un programa político que una salida de tono, ha respetado al pie de la letra el discurso un tanto amnésico del fundador histórico del Partido Socialista francés.

Cuando el 26 de agosto de 2014 resonó su nombre en el Elíseo como sucesor del polémico Arnaud Montebourg al frente del ministerio de Economía, pocos conocían su nombre y todavía menos su rostro. Había sido asesor de confianza del presidente François Hollande en sus primeros años de mandato tras haber pasado por la banca de inversión y por un organismo interministerial de inspección de las finanzas públicas, pero nunca había ejercido como cargo electo, ni como ministro con cartera discreta y ni tan siquiera como parlamentario o senador.

Después de un Montebourg proteccionista y anclado a los preceptos de la izquierda tradicional, llegando a defender la nacionalización de algunas empresas estratégicas en regiones siniestradas, Macron había alcanzado el ministerio clave del quinquenio Hollande sin ninguna experiencia política pero decidido a imponer su tempo y su visión liberal de la economía.

El ya ex ministro pasará a la historia del Hexágono por una controvertida ley en la que ampliaba el trabajo dominical con el objetivo de estimular el crecimiento económico, y por la creación de líneas de autobús a nivel nacional para que « los pobres puedan viajar más fácilmente» frente al costoso precio del tren. En la sombra, ha contribuido al lanzamiento del llamado Pacto de Responsabilidad, eufemismo que tenía como objetivo reducir el coste laboral para el empleador en aras de aumentar la competitividad del país, principalmente frente al poderoso vecino alemán. Y fundamentalmente, las ideas de Macron han contaminado el espíritu de la reforma laboral de 2016, ampliamente contestada en las calles y que facilita el despido y desregula la remuneración de las horas extra, entre otras medidas polémicas. Pese a esta “revolución socio-liberal” que pretendía relanzar la economía desde la oferta y no desde la demanda, el número de desempleados permanece estable - sin ningún atisbo de mejora a medio plazo - y el país vive con un estancamiento en el crecimiento que persiste desde el comienzo de la crisis.

Macron, sin embargo, fue el primer ministro de Economía de un gobierno “socialista” aclamado en la universidad de verano de la patronal francesa - es de bien nacido ser agradecido, dice el proverbio popular -. Su discurso agrada a la derecha liberal, así como su aspecto de banquero en excedencia, de presidente frustrado de una start-up tecnológica. De hecho, un sondeo del mes de julio indicaba que el 47 por ciento de los franceses tenía una buena opinión de él (porcentaje que haría soñar a Hollande o Sarkozy), y el 36 por ciento de los ciudadanos deseaban una candidatura del por aquel entonces todavía ministro de Economía a las elecciones presidenciales de 2017. Este deseo se manifestaba principalmente... entre el electorado conservador. De este modo, Emmanuel Macron, fino estratega u oportunista ingrato, ha considerado que la debilidad del decadente Partido Socialista del que nunca fue militante y la posible derechización del partido Les Républicains de Nicolas Sarkozy - si el ex-presidente consigue vencer en las primarias de noviembre - permitirían dejar un espacio amplio en el tablero político para su intrusión como firme candidato - sin etiqueta - para la gran final de la segunda vuelta electoral.

En abril de este año, Macron había anticipado su dimisión de esta semana con el lanzamiento de un “proyecto político” conocido como En Marche, que reivindicaba la necesidad de sobrepasar la división entre izquierda y derecha, poniendo en el epicentro de su discurso la “libertad económica, social y política”.

Durante su mandato, Macron descubrió una a veces imprudente inclinación a nadar a contracorriente. Defendió la remuneración millonaria de los altos cargos en las empresas, se convirtió en un ferviente detractor de las 35 horas semanales, despreció a dos sindicalistas y opositores a la reforma laboral en camiseta a los que les indicó que “la mejor manera de pagarse un traje es trabajar” y criticó repetidamente un sistema inmovilista en el que se veía atrapado por la estructura intrínsecamente clientelista de los partidos políticos.

Las palabras de Macron siempre hacen ruido. En sus declaraciones tras la dimisión de este martes criticó el sistema político francés por su pasión por “hacer abstracción de la simple realidad”. Con esta declaración de intenciones, en su programa y en su tortuoso camino hacia 2017, la reflexión profunda sobre el modelo de sociedad quedará seguramente al margen. Sin embargo, su combinación de neoliberalismo progre y de comunicación directa y a contracorriente le atraerán al votante socialista más liberal y al electorado conservador más lejano a las tesis del Frente Nacional. Un vivero de papeletas para un futuro candidato que dividió más que nadie al partido en el gobierno y que no consiguió reactivar una economía francesa moribunda.