jueves. 28.03.2024
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Se ha cumplido más de un año de este pacto que se resume la vergüenza de la política exterior mortal europea, y que convirtió a los migrantes y solicitantes de asilo en pura mercancía

C-Star es el nombre de la embarcación que ha fletado “Generación Identitaria”, un conglomerado de lo mejorcito de cada casa de la ultraderecha nacionalista europea, para vigilar el mare nostrum. Mucho más nostrum, aún si cabe, para éstos piratillas de tres al cuarto, que llevan por bandera en su imaginario colectivo los valores más castos de la identidad xenófoba: intolerancia, racismo y odio.

Apostados fuera de zona Schengen, están patrullando la ruta del mediterráneo central bajo pabellón de Mongolia. A día de hoy, este trayecto es la principal vía de desplazamiento y de flujos migratorios, toda vez que quedó bloqueado el flanco este con la firma del bochornoso acuerdo UE-Turquía. Ya se ha cumplido más de un año de este pacto que se resume la vergüenza de la política exterior mortal europea, y que convirtió a los migrantes y solicitantes de asilo en pura mercancía.

La ignominiosa iniciativa de este barco antinmigración, denominada “Defend Europe”, no es ni mucho menos pionera en el mundo de las fobias. Sin ir más lejos, aquí en España, el movimiento transfóbico de “Hazte Oír”, ya experimentó por tierra y aire. No es de extrañar que otros obstinados quieran completar proezas similares, esta vez por mar. Pensándolo bien, parece normal que los retoños de la ultraderecha elijan darse a la mar en período estival, todo sea para aliviar los sofocos de un caluroso mes de agosto.  

El mar Mediterráneo se ha convertido en una fosa común: han fallecido 14.000 personas desde el año 2014. Más de 1800 en lo que va de año. La crisis de refugiados ha despertado pulsiones supremacistas vinculadas a un auge de la ultra derecha en toda Europa. Partidos y movimientos que han centrado su acción social en la lucha antiinmigración. Los ejemplos están ahí, y no son residuales: UKIP (Reino Unido), Amanecer Dorado (Grecia), Liga Norte (Italia), Alternativa para Alemania, Partido por la Libertad (Holanda), el Frente Nacional de Le Pen…

Y es que, a 60 años de la rúbrica del Tratado de Roma, vivimos tiempos turbulentos en el seno de la UE, que se desenvuelve hoy en una auténtica encrucijada: concertinas, austeridad, deudas insolidarias, pérdida soberanía popular, vaciamiento democrático, crisis de legitimidad y de las élites políticas tradicionales, falta de consenso en torno a la integración… Un largo y convulso etcétera, del que se aprovechan pensamientos contemporáneos neofascistas para canalizar la desafección y el sufrimiento social por diferentes vías. Porque es cierto que tenemos problemas dentro de casa, la austeridad genera escasez y desigualdad, y la extrema derecha se hace eco y capitaliza esta angustia generando chivos expiatorios que reprimir, buscando reconstruir identidades nacionales sobre bases autoritarias, securitarias, patriarcales, opresoras y empecinadamente recelosas del diferente. La clásica estrategia binaria del “nosotros” frente a “ellos”.

El barco del odio pretende patrullar el mediterráneo central para impedir labores de rescate, interceptar barcos de oenegés que realizan acciones de salvamento y ayuda humanitaria, y devolver a los inmigrantes a las costas del norte de África (principalmente a Libia). Invasión, peligro, amenaza… son tres elementos capitales que constituyen su discurso. Un imaginario rancio y pánfilo, que recuerda peligrosamente a la necedad de los años 30: “aquí no cabemos todos”, “los españoles/alemanes/italianos primero…”.

¿Pero cómo legitimar y operar un discurso tan hostil? Fácil: retomando criterios conservadores expresados y reafirmados a través de los más bajos instintos discursivos contra la tolerancia. Se necesitan chivos expiatorios, y pagan los de siempre. La estigmatización de quienes migran constituye el leitmotiv de estos grupos. Criminalizar a quien ejerce su derecho fundamental a migrar, o a quien huye de la miseria o la guerra, culpabilizando de las penurias propias, o de los agujeros en nuestras cuentas. La infamia va más allá, y desde la franja de lo políticamente correcto pretenden demonizar no sólo al que se desplaza, sino también a las propias oenegés, “instrumentos útiles del sistema” que “incentivan el efecto llamada y cooperan con las mafias de trata de personas, respondiendo a un malvado complot del sistema que acabará con nuestros derechos socio-laborales, con nuestros trabajos, con nuestra cultura”.

Y es que, a pesar de todo, los ultras xenófobos de “Generación Identitaria” se dicen antisistema, afirmando que la multiculturalidad ha fracasado en nuestras sociedades. Tal sandez les vincula irremediablemente con el sistema capitalista, y con su ficción liberal de homogeneidad de las masas. Contradicciones sin resolver. Porque es difícil concebir sociedades monísticas y autoritarias, como las que añoran, en un sistema-mundo cuyas evidencias apuntan en único sentido: no cesarán los desplazamientos (hemos llegado a un máximo histórico sin precedentes). Si buscamos los culpables de esta revolución de éxodos encontraremos un viejo conocido: el capitalismo. La inequidad de recursos, la lucha hegemónica y el individualismo egoísta de su orden lógico propio empujan en esta globalización a que las masas circulen en búsqueda de prosperidad. Pero, además, hoy más que nunca hay que sumar una nueva dimensión casuística: el cambio climático y las catástrofes ambientales ya están forzando a poblaciones enteras a huir de desastres naturales y sequías. Retos nuevos, para un orden nuevo. El significante “cambio climático” está cobrando cada vez más relevancia en la geopolítica global.

Han sido mucho los expertos que no han tardado en perfilar conceptualmente la actual tesitura, y por ello ya se está hablando de la “Europa Fortaleza”. Los que obcecadamente se dedican a erigir muros, fronteras políticas e imaginarios de territorialidad soberana y hermética, ignoran que se puede ser patriota desde la integridad de valores como la hospitalidad y la solidaridad. Esto, por supuesto, va a depender siempre de cómo cada uno interprete el ideal de progreso de los pueblos. Estamos condenados a esta lucha ideológica y dialéctica, y la presencia de la administración Trump no ayuda mucho en este sentido. Pero seguiremos reivindicando una agenda política global que ponga en el centro los Derechos Humanos, la Paz, la Solidaridad global, la Justicia Social, el desarrollo sostenible del medio ambiente, y una relación de cooperación igualitaria e inapelable con el sur epistemológico, el sur perdedor.

Mientras tanto, hemos de exigir un cambio radical en la política exterior regional, para que la propaganda ultra de la desventura marítima de “Generación Identitaria” no encuentre respaldo desde las instituciones europeas. Es ya una obviedad que el acervo europeo y los valores democráticos han quedado a la altura del betún. La UE no representa hoy ningún atisbo de esperanza para los valores sociales y humanos. La idea de una “Europa Fortaleza” está encontrando consistencia en agencias como Frontex, o en la Agenda Europea para la migración. Ni más común, ni más abierta, ni solidaria. Primero fue Schengen y ahora la externalización de fronteras del “Plan África”. Europa (o más bien la política migratoria alemana) establece una hoja de ruta para erigir un muro colíndate en terceros países y generar un cinturón de contingencia que tiene al mediterráneo como antesala. Libia y otros países de la cornisa norteafricana están a día de hoy en el punto de mira para repetir la experiencia turca. Una experiencia que libera al club europeo del peso del asilo, y de paso incumple sistemáticamente con las obligaciones en materia de acogida del Derecho Internacional Humanitario.

El fascismo se ha echado a la mar. Marginados y rechazados en casi todos los puertos europeos, la embarcación no ha conseguido aún atracar en occidente. Probablemente, este esperpento del sectarismo no llegue demasiado lejos. Sobre ellos recae una querella criminal de la Red Española de Inmigración y Ayuda al Refugiado por contravenir diversos preceptos del derecho internacional y marítimo. De prosperar, serán detenidos e incoados como auténticos piratas. Detener embarcaciones con destino a Europa en busca de asilo es actuar en contra del artículo 33 del Estatuto del Refugiado de Naciones Unidas, que es taxativo en este punto: quedan prohibidas devoluciones o expulsiones.

Pese a todo, lo importante es no dar visibilidad a este tipo de movimientos. Los errores del pasado están ahí para no repetirse. Es por este motivo que el fascismo no puede volver a acaparar el descontento. Por este motivo necesitamos hacer frente de manera real a nuestros compromisos humanos, abrir vías seguras, salvoconductos y agilizar la tramitación de acogida en los países de destino. Y es por este motivo que hemos de poner freno a la islamofobia y la discriminación en cualquiera de sus dimensiones: política, económica o social. Al calor de esta escala de desprecio y odio, son muy acertadas las palabras del Grupo Confederal de la Izquierda Unitaria Europea/Izquierda Verde Nórdica: “Construyamos puentes, no muros”. 

El fascismo se echa a la mar