jueves. 28.03.2024
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En unas recientes declaraciones a la prensa, algunos de los más amortizados políticos del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) entre los que podríamos citar a Ramón Jauregui o Elena Valenciano, ponían el grito en el cielo ante la próxima renovación de la presidencia del Parlamento Europeo.

Recordemos que el Parlamento Europeo es, pese a sus limitaciones, una de las instituciones más importantes en ese artefacto político que se ha venido en llamar Unión Europea (UE) y que cuenta, conjuntamente con el Consejo de la Unión Europea, con capacidad de iniciativa legislativa. Su Presidente, elegido por mayoría absoluta de los europarlamentarios, tiene un mandato de dos años y medio, justo la mitad de la duración de una legislatura, ya que las elecciones al Europarlamento se celebran cada cinco años.

Con el paso del tiempo, se ha convertido en un lugar común reconocer al Parlamento Europeo como una especie de cementerio de elefantes o, si queremos utilizar una expresión más positiva, una reserva de dinosaurios políticos. Esto es así porque la mayoría de los Estados Miembros (EEMM) de la UE proponen como cabezas de cartel para las elecciones europeas a políticos y políticas que han desarrollado la mayoría de sus carreras -y han vivido sus momentos de gloria política- a nivel nacional, pero a los que se les quiere encontrar un último acomodo. Algo así como los famosos jarrones chinos de los que nos hablaba el inefable Felipe González. El Estado español es un buen ejemplo de ello, pues sus últimos cabezas de cartel fueron la ya mencionada Elena Valenciano o Juan Fernando López Aguilar, entre los miembros del PSOE, o Mayor Oreja y Arias Cañete entre los del Partido Popular (PP). Izquierda Unida, por su parte, suele ser algo más moderada en estos planteamientos, aunque ha enviado por dos veces a Bruselas como cabeza de lista a Willy Meyer. Para finalizar, otras opciones, como Podemos, han usado el Parlamento Europeo y su sistema de elección por lista única estatal para lanzar a sus futuros líderes.

Otra de las características del Parlamento Europeo es que, por así decirlo, es la plasmación político-institucional más evidente -y representativa- de aquello que se ha venido en denominar la gran coalición. Sí, porque pese a su fragmentación --es posible encontrar hasta 9 diferentes grupos políticos constituidos-, desde 1979, año en que se conformó por primera vez por sufragio universal -anteriormente era por designación- excepto en 3 ocasiones el Presidente de la institución ha sido o bien miembro del Partido Socialista Europeo o bien el Partido Popular Europeo. Y, ¿adivinen qué? Pues que en cada una de las legislaturas de cinco años desde entonces la norma ha sido que la máxima representación del Europarlamento haya estado dividida entre uno y otro a razón de dos años y medio cada uno. Ahora bien, este reparto no se ha conseguido por arte de magia o por azar, sino mediante acuerdos de legislatura entre las dos grandes formaciones, es decir, mediante el establecimiento de un turno por el cual se han venido sucediendo el uno al otro. España ha presidido el Parlamento Europeo en tres ocasiones, la última de las cuales, a través de la figura del candidato a candidato Josep Borrell, el cual cedió el asiento al alemán Hans-Gert Pöttering debido a dicho acuerdo.

Pues bien, justo ahora finaliza el primer periodo de la octava legislatura europea al frente de la cual ha estado el socialista alemán Martin Schulz y la prensa se ha hecho eco de ciertas tensiones que han aparecido en el seno del Europarlamento a la hora de producirse el relevo. Resulta que un grupo de eurodiputados socialistas, donde los españoles alzan la voz un poco más que el resto, por no decir que lideran la iniciativa, se plantea no facilitar la llegada al trono, es decir, no ceder el turno, al apalabrado próximo Presidente miembro del Partido Popular Europeo. Para ello proponen al italiano Gianni Pitella, miembro de la familia socialista, para suceder a Martin Schulz. Esta boutade la realiza el PSOE –como miembro de los Socialistas Europeos- a sabiendas del bien establecido pacto que lleva ya lustros funcionando. ¿Y por qué lleva a cabo precisamente ahora el PSOE esta propuesta y no en periodos legislativos anteriores cuando podría haberla realizado también? Pues la explicación se nos aparece como clara y sencilla: porque es de las pocas posibilidades que tiene el PSOE, enfrascado como está en su batalla interna y en no asomar como la muleta del PP en el Congreso español, de marcar cierto perfil aunque tenue, de partido de izquierdas. Claro, ellos aseguran que es para no concentrar todo el poder europeo –la Comisión está en manos de Juncker y la que manda realmente es Ángela Merkel- en manos conservadoras. De este modo, aparecer como el partido rebelde del Parlamento Europeo le sale gratis, aunque todos sabemos cómo acabará esta historia: con el candidato popular Antonio Tajani como Presidente de la institución durante los próximos dos años y medio.

Más le vendría al PSOE, si verdaderamente quiere aparecer como un partido de izquierdas, posicionarse de forma evidente y contundente en otro tipo de embates y dejar de jugar con pólvora de fogueo en el Parlamento Europeo.

Cuando ser de izquierdas sale gratis