jueves. 28.03.2024
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El personaje del vizconde Charles Lévy-Vendôme de El lugar de la estrella de Modiano decía que tenía por costumbre entrar por la fuerza en la vida de la gente con la que se cruzaba ("par effraction", decía). Algo parecido ocurre con el discurso del Frente Nacional (FN). Su eficacia y su simplicidad son tales que penetran en el espacio público sin que la sociedad misma lo perciba, contaminando incluso la acción política de sus adversarios. Seguridad, terrorismo e inmigración : tres términos que, entremezclados y agitados, presentan una visión de la realidad francesa tan errónea como creíble para aquellos que ya no creen ni confían en el discurso de los dos partidos mayoritarios.

Es difícil no sentir un cierto alivio tras la derrota de la extrema derecha el pasado domingo en la segunda vuelta de las elecciones regionales tras un primer sufragio exitoso que volvió a situarlo como primer partido de Francia en número de votos. Sin embargo, la derrota analgésica en aras de una derecha conservadora cada vez más xenófoba e identitaria no puede ser en ningún caso motivo de entusiasmo para el resto del abanico político. El recurso el frente republicano -únicamente proclamado desde el lado socialista- ha permitido bloquear el paso al partido de Marine Le Pen y evitar la presencia del Frente Nacional al mando de un gobierno regional. El objetivo se ha cumplido a corto plazo con una alianza contra natura deplorable para un electorado socialista cada día más desmovilizado; sin embargo, las elecciones presidenciales llegan en menos de 18 meses. ¿Qué proyecto alternativo pueden construir el resto de los partidos para frenar la llegada de Le Pen al Elíseo?

Los primeros signos de esta quimioterapia política no son esperanzadores. El vocabulario belicista omnipresente desde los atentados del 13 de noviembre se extiende a esta lucha cómplice frente a la extrema derecha. El primer ministro del estado de emergencia, Manuel Valls, aludía la pasada semana al riesgo de una “guerra civil” si el Frente Nacional llegaba al poder; por su parte, el conservador Christian Estrosi, recién elegido presidente de la región Provence-Alpes-Côte d'Azur, aludía a la “batalla de Francia” ganada frente a la candidata del FN, la ultra-católica Marion Maréchal-Le Pen, sobrina de Marine Le Pen y una de las nuevas estrellas emergentes de la formación. En este clima bélico, el Partido Socialista (PS) se ha mostrado incapaz en casi cuatro años de revertir una curva del desempleo creciente, y su política económica y fiscal - marcadamente liberal - ha alejado a sus electores tradicionales y no ha satisfecho plenamente a los poderes económicos, ávidos de reformas siempre más ambiciosas y de una desregulación plena.  En el otro extremo, la conservadora UMP, rebautizada recientemente Les Républicains (LR), vive desde la llegada de Sarkozy en 2007 una deriva inquietante, cuyos postulados se acercan - cuando no se mimetizan- a los de una Marine Le Pen que tiene la pretensión de evitar toda salida de tono en una campaña de desdiabolización perfectamente orquestada.

Al vocabulario belicista se le yuxtapone un discurso biempensante que llama a la concordia. Ha sido el propio presidente François Hollande el que no ha dudado en utilizar este término. Para completar el círculo, el ex-primer ministro conservador Jean-Pierre Raffarin habló de un pacto republicano contra el desempleo que parecía ir más allá de la esfera económica - y con el que Valls mostró rápidamente su acuerdo en las redes sociales-. La concordia que parece justificar las combinaciones políticas más inverosímiles no va, sin embargo, acompañada de un proyecto político preciso, eficaz y claro para unos votantes que antes que electores son ciudadanos: connivencia de pasillo sin ideas de fondo. La única meta parece frenar la llegada de Marine Le Pen al poder: es fácil imaginar a la líder del Frente Nacional celebrando esta “concordia” cada vez más explicita entre sus dos principales enemigos políticos. Su victimismo va a tener el apoyo firme de las hemerotecas.

Al acercamiento ideológico de la derecha clásica con el Frente Nacional y a la falta de compromiso de la socialdemocracia con los valores progresistas por los que fue elegida para dirigir el Hexágono hay que añadir el retroceso de una una extrema izquierda profundamente desarticulada, incapaz de movilizar a las masas, focalizada en un discurso de reforma constitucional tan apreciable como inaudible. El sofrito  “seguridad-inmigración-terrorismo” tiene un eco que la justicia social o la reforma de las instituciones de la República parecen no presentar.  El voto al Frente Nacional es la expresión de un descontento basado en el miedo o en el rechazo al otro; es la exhibición de una cólera negativa, de una irritación sin puerta de salida. Es, sin embargo, un voto que se ha estabilizado, y que seguirá progresando a la sombra de alianzas - sin programa común - de los partidos mayoritarios, de decisiones políticas ineficaces de los últimos dos gobiernos y de ataques dialécticos vacuos frente a los que la extrema derecha siempre replicará con éxito.

Tras los atentados de noviembre, Hollande aseguró que Francia estaba en guerra. Más bien habría que decir que el país está en guerra contra sí mismo. El inmovilismo como práctica política y la impostura de la concordia son un vivero de votos para la extrema derecha, para el populismo xenófobo y la oratoria asequible y emocional.  Nadie ha creído – todavía - en la posibilidad de fabricar la ilusión y de la inyectar en una ciudadanía ávida de nuevas ideas.

La concordia o la acción