jueves. 28.03.2024
berlin

Apenas disimulada su herida histórica Berlín se reconstruye desde la nada hace ya decenios. Y en esa nada hija de la catástrofe surgen y resurgen edificaciones con gran valor arquitectónico individual sin la menor duda pero con una trama de espacio colectivo confusa y a veces difusa. El árbol, dicen, no deja ver el bosque, pero en una ciudad los edificios deben de vivirse por dentro además de admirarse por fuera. Y los espacios públicos son parte de ese vivir cotidiano que necesita su propia singularidad para ser reconocidos como propios por los habitantes que, a fin de cuentas, son o deben ser los objetivos habitacionales de la ciudad.  

A principios de los años 80 el IBA (equipo de urbanistas y arquitectos de Berlín Oeste), comenzó lo que parecía entonces una casi quimérica tarea: Pensar en cómo coser las dos zonas de la ciudad en el caso de una hipotética reunificación. En aquel tiempo se divisaban los dos sectores de Berlín desde la vista aérea en torre de la tv de la Alexanderplatz (la más alta edificación de Europa) y mas cercanamente desde una especie de torre garita cercana a la Potsdamer Platz, en la que podía observarse a vista de tejados esa brecha enorme marcada por alambradas, ametralladoras y cemento. Lo que todos conocimos como el muro de Berlín. Un muro que aún subsiste en el imaginario colectivo, ideológico y moral de los alemanes y los berlineses. También del mundo.

He visitado Berlín en diversas ocasiones a través de los años y sigo constatando que su enorme transformación política, física y social apenas oculta ese aire trágico y dramático propio de los más tremendos episodios wagnerianos. Una frase de Humboldt pintada en los márgenes del rio Spree, cerca de la universidad que lleva su nombre, nos devuelve la esperanza en un futuro aún con un sabor incierto “La más peligrosa mirada del mundo, es aquella mirada del mundo que no ha visto el mundo” dice… ¿Cuánto mundo han visto las nuevas generaciones de alemanes de esta época para cambiar “su” mirada del mundo? Si nos atenemos a los hechos políticos contemporáneos y la particular mirada de la Sra. Merkel, no sabría que responder. Sin duda que el monumento fúnebre al holocausto cerca de la  Puerta de Brandemburgo es una presencia imborrable contra un horror necesariamente irrepetible; pero se sabe que las piedras no hablan y su omnipresencia no les hace vacunas eternas para los monstruos de la razón, que diría Francisco de Goya.

Junto a la puerta de Brandemburgo, imagen y escenario de toda la historia alemana y de Europa, se han construido sendas embajadas de Estados Unidos, Inglaterra y Francia. Las tres se adosan a la puerta como reeditadas fortificaciones de una muralla que existió hace siglos. Un poco más allá, al este, se erige la embajada Rusa. Sus banderas a la vista de la fantástica cúpula del Reichstag creada por Norman Foster son toda una metáfora del Berlín dividido que fue. No sé si me parece una imagen superadora para coser el alma de la ciudad rota. Supongo que los urbanistas y políticos que han diseñado el nuevo Berlín han pensado en ello conscientemente al autorizar las obras. Será por algo que se me escapa pero el regusto es amargo. Tanta segunda guerra mundial latente en la puerta de un pueblo derrotado no me parece demasiado superador. Y  los cementerios nunca  fueron buenos para olvidar.

Hay un nuevo Berlín que emerge en la Potsdamer Platz;  y trás la Isla de los Museos, siempre en obras y tan espléndida; también en la nueva Kurfürsten Damm;  y más discretamente en el entorno del Barrio Judío de Oranienburger y de la destruida por los nazis Nueva Sinagoga (curiosamente uno de los escasos lugares más respetados del Berlín antiguo por los bombardeos). Tal vez por ello, este último,  es el que retenga con más sabor la vieja ciudad, junto al antiguo sector oeste de Charlottensburg, porque el desastre urbanístico soviético del este berlinés en el entorno de Alexander Platz parece poco reparable por mucho que hayan carenado de modernidad o renovado la edificación. 

En general todos los nuevos edificios que emergen en este Berlín de trabajosa y lenta costura han contado con los mejores arquitectos del mundo incluyendo al español Rafael Moneo (sin duda  la ciudad se libró de Santiago Calatrava escarmentada de tantos desastres). Parece que el arte arquitectónico deseaba devolverle en tromba lo que la guerra le quitó y eso en sí ya es positivo. ¿Hay una cruz? Tal vez: Se respira un aire urbano a centro comercial gigante que ahoga un tanto ese encanto necesario que existen en otros rincones  europeos y que sirve  para oxigenar el alma cansada del viajero, envolviéndolo en su propio espacio con piel de ladrillo y arboleda. Por supuesto que en New York pasa algo de lo mismo y hay gente está encantada me dirán. Bueno, como decía Rafael El Gallo: “Hay gente pá  tó”.

Dejo Berlín en invierno entre bruma y frio con sensación térmica alpina; pero se abre un día luminoso y la ciudad resplandece desde la Unter der Linden como si la historia se compadeciese de tanta tragedia acumulada y las banderas alemanas que flanquean el parlamento enmarcasen un horizonte esperanzador, Dem Deuscher Volke reza la inscripción del frontón. Que así sea.

Berlín en Invierno. La ciudad rota