viernes. 19.04.2024
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Foto: CDU

Pocas regiones en Europa pueden acreditar una estabilidad política como este länder meridional, el más rico y poblado de Alemania. Tradicional a machamartillo, orgulloso de sus costumbres, pero sin riesgo alguno de desacoplamiento del hogar común alemán.

Las elecciones regionales del 14 de octubre han arrojado un resultado que no por esperado deja de ser significativo. La CSU ha bajado baja al 37% (lejos de las otrora indiscutibles mayorías absolutas), tras su abierta disputa con la CDU, tras década de maridaje estratégico. Los líderes social-cristianos bávaros desafíaron el liderazgo de Merkel desde la ciudadela del Ministerio del Interior, le hicieron desplantes otrora inimaginables y trataron de apoderarse del discurso xenófobo de la AfD para frenar un presentido descenso electoral.

Antes de llegar a término, los líderes conservadores bávaros se percataron de lo arriesgado de su apuesta y trataron de moderar su discurso. Pero ya era tarde. Buena parte de su electorado se ha fugado a una formación de conservadores independientes (11%) y al nacional-populismo de la AfD, que se queda por debajo de las previsiones más triunfalistas (supera el 10%, por debajo del 12,5% a nivel federal), añade presencia en un parlamento regional más, y sólo le queda uno, el de Hesse, donde se celebran elecciones a final de este mes (1).

El SPD, siempre subalterno en Baviera, ha sufrido una nueva sangría, la más humillante de su historia local (no llega al 10%, por debajo de la ultraderecha), en beneficio de un ecologismo de nuevo cuño (17%), que combina preceptos clásicos con el amor por el terruño. Se apunta a un gobierno verdinegro (CDU y ecologistas) como mal menor (2).

El semanario DER SPIEGEL va más allá y considera estos resultados como precursores de una nueva realidad política. No sólo el final de un ciclo concreto, el del merkelismo, sino todo un seísmo que alterará el equilibrio que ha caracterizado a la RFA desde hace décadas (3).

SIETE DÉCADAS DE ESTABILIDAD

Uno de los exponentes políticos más significativos de la peculiaridad bávara es que la Unión Cristiano-Demócrata, el principal partido de centro-derecha concebido por Konrad Adenauer durante el milagroso período de la posguerra, delegara su proyecto, marca y liderazgo en una formación regional propia, anclada más a la derecha, forjada en el imaginario local, pero fiel al destino común de una Alemania compasiva pero ferozmente conservadora.

En un escenario de guerra fría, este desdoblamiento del proyecto de raíces cristianas nunca se percibió como una debilidad. La distensión de los años sesenta, tras la liquidación relativa del estalinismo (el muro fue la expresión de que en Alemania nunca desapareció hasta los momentos finales) favoreció el modelo alemán de consenso centrista, con dos fórmulas alternativas: gobiernos de coalición de centro-derecha/centro izquierda, con la CDU-CSU y el SPD como anclas y los liberales del FPD como pivote; o la gross koalition entre los dos partidos hegemónicos, suprema expresión de la estabilidad y el consenso.

En los setenta, el fenómeno del terrorismo de ultraizquierda (la Fracción del Ejército Rojo o Banda Baader-Meinhoff) nunca representó un serio riesgo para el sistema. Ni era producto de la conspiración exterior (Berlín Este o Moscú), ni tuvo un anclaje social real. Por el otro extremo, la emergencia nacionalista era residual, ínfima, irrelevante. Ni siquiera en los ochenta, cuando aparecieron los primeros síntomas de agotamiento del modelo social y del envejecimiento de las fórmulas social-demócratas o la eclosión del movimiento ecologista/pacifista, se tuvo la sensación de que el modelo hubiera entrado en crisis.

La marea neoliberal de finales de los ochenta no sólo dio la puntilla al socialismo moderado, integrado, pactista y resultadista. También modificó las bases ideológicas y programáticas del cristianismo social. La compasión fue sustituida por la eficacia economicista. Y no sólo eso. En las contradicciones flagrantes de la unificación anidaron los problemas actuales. La proyección hacia el exterior de una fortaleza económica imparable y, por ende, de una confianza casi arrogante se expresaba con asertividad en los foros europeos y mundiales. Lo que contrastaba con los desequilibrios internos. La amplia brecha entre los länder occidentales y orientales provocaron el recelo de los primeros hacia los segundos por la factura de la unificación y el resentimiento de los segundos hacia los primeros por la sensación de inferioridad, de desprecio, de abandono.

La pretendida aceleración del proyecto de integración europea no sirvió para aplacar esas tensiones. Al contrario, se profundizaron las diferencias. De poco sirvió aquella fórmula bifronte de la Alemania europea (antídoto del peligro histórico del nacionalismo germano) y la Europa alemana (diseño de la unidad continental bajo el prisma de la austera estabilidad teutona). Los socialdemócratas se allanaron ante unas recetas que renegaban de muchos de sus postulados básicos (véase la agenda 2000 de Schröeder) y asumieron implícitamente el discurso rigorista de una CDU cada vez menos cristiano-social y más liberal.

EL EFECTO DE LA GRAN DEPRESIÓN

La austeridad como emblema de un proyecto arrogante, engañoso e injusto se resquebrajó. Aparecieron las primeras grietas serias en el consenso alemán

La crisis financiera de 2008 afectó teóricamente menos a Alemania que al resto de Europa o del conjunto occidental. La inmune Alemania, con Merkel a la cabeza y su fiel ministro Schäuble en la sala de máquinas, se arrogó la misión de enderezar Europa bajo sus condiciones. El SPD, débil, desconcertado y parcialmente abandonado por su base social, no pudo, quiso o supo que la Alemania más unipolar desde 1945 se anclara en la ensoñación de poseer el secreto de la prosperidad, la estabilidad, el liderazgo no declarado, o incluso escondido, del continente.

Todo resultó una ensoñación. La austeridad como emblema de un proyecto arrogante, engañoso e injusto se resquebrajó. Aparecieron las primeras grietas serias en el consenso alemán. La acumulación de agravios y la falsa percepción de que Alemania pagaba facturas ajenas, las de una Europa que no funcionaba (sin duda, la meridional, pero también la del patio trasero, la oriental) se convirtieron en el fertilizante de las corrientes nacionalistas hasta entonces reducidas a la marginación social y la irrelevancia política.

A mediados de esta década, la acumulación de guerras periféricas generadas por el fracaso anunciado de la primavera árabe y las consecuencias de la Gran Depresión en las siempre endebles estructuras del mundo externo a la fortaleza europea provocaron la mal llamada crisis migratoria. La canciller Merkel aprovechó la ocasión para dulcificar sus devastadoras políticas de austeridad con la recuperación del discurso humanista y compasivo de la democracia cristiana alemana. No hace falta detallar el resultado de este gambito político, por demasiado conocido. Las fuerzas desafiantes que habían permanecido bajo un razonable control durante los años álgidos de la crisis se desataron por el impulso de la confusa, oportunista y resultona proclama del nacionalismo, de la protección de la identidad, de la ofuscación, del orgullo y del miedo.

Merkel abdicó pronto de su discurso compasivo, liberal, confiado. Se lo reclamaron, o más bien se lo exigieron, los líderes de su propio partido. Se mostraron tímidos o indecisos los social-demócratas. Le ayudaron poco sus desconcertados socios europeos más cercanos. Y le laceraron sus antiguos admiradores del este continental. Trump con su venenoso “America first” anticipó su epitafio político.

El temido ciclo electoral de 2017 en el corazón de Europa (Holanda, Francia, Alemania) se contempló como una derrota o al menos un freno del nacional-populismo, triunfante más allá del Elba o el Danubio. Lo cierto, sin embargo, es que esos partidos nunca tuvieron la posibilidad real de hacerse con el poder en el núcleo europeo, pero ya habían cosechado un triunfo parcial al inocular en el centro derecha buena parte de sus recetas xenófobas.

Macron, la gran esperanza del renacimiento centrista, supuestamente superador de la alternativa izquierda-derecha con la manida fórmula del reformismo, ha resultado, como algunos siempre temimos, un espejismo. No ha convencido al electorado de centro-izquierda con su sospechosa política económica y social, ha infundido nuevo vigor a la izquierda radical y ha dinamitado a un partido socialista que se desangra en un infierno de escisiones, huidas y agrias disputas palaciegas. La derecha social, política y económica, a la que ha intentado debilitar y de la que ha tomado ciertas figuras encajables en su discurso, no lo acepta como portavoz de sus intereses.

Macron no sólo se ha convertido en un eslabón más del pesimismo francés. Además, ha fracasado en su ambición de liderar el renacimiento europeo. Su proyecto de integración reforzada no ha encontrado el eco que él esperaba en Alemania. Se ha topado con una canciller debilitada, prisionera de su desconfianza hacia la indisciplina europea y ahora rehén del nacional-populismo que ha contaminado su propio partido.

EL DECLIVE

Las elecciones federales del año pasado ya anticiparon el futuro de Merkel, según los análisis más críticos. La caída electoral de la CDU en beneficio de los xenófobos de AfD habría sellado su destino. Se llegó a decir que la canciller tiraría la toalla. A punto estuvo. Al final, el SPD más frágil de las últimos setenta años le arrojó un salvavidas quebradizo. Pero esta última gross koalition ha ofrecido muy pocas soluciones y ha agrandado la percepción del problema.

Y así hemos llegado a Baviera como expresión del renacido malestar alemán. En definitiva, debilitamiento de los partidos hegemónicos, resquemores persistentes entre socios históricos, niveles destacables de los partidos subalternos, consolidación del desafío nacional-populista y reforzamiento del pesimismo, del malestar. Alemania ha dejado de ser estable, predecible y fiable. ¿Anticipo de un nuevo tiempo?


NOTAS

(1) “Élections en Bavière: débâcle historique de la CDU”.Revista de prensa alemana. COURRIER INTERNATIONAL, 15 de octubre.
(2) “La vieille Allemagne est entrée dans le histoire”. JOCHEN ARTNZ. BERLINER ZEITUNG, 14 de octubre.
(3) “Berlin coalition emerges even weaker”. CHRISTIAN TEEVS. DER SPIEGEL (versión inglesa), 15 de octubre.

Baviera como síntoma: ¿el final del modelo alemán?