viernes. 19.04.2024
air-france

En un país en el que la sindicalización se reduce al 8 por ciento de los asalariados, uno de los más bajos de la Unión Europea, los conflictos sociales son frecuentes

La lengua francesa presenta eufemismos tan singularmente macabros como “plan social”. Esta espléndida conjunción de adjetivo y sustantivo no hace referencia a ningún proyecto de rehabilitación de bibliotecas públicas, ni a la construcción masiva de viviendas de protección oficial por obra y gracia de un ministro populista. El plan social es un despido orquestado desde despachos enmoquetados para satisfacer a inversores inquietos por unos resultados no del todo satisfactorios.

Cuando los eufemismos se proyectan a la vida real, las consecuencias pueden ser inesperadas. La imagen del Director de Recursos Humanos de Air France con la camisa desgarrada escapando con dificultad del Comité de Empresa de la compañía aérea es una de las pruebas del malestar que puede generar un plan social. La dirección de la gran aerolínea francesa había previsto en su particular hoja de ruta hacia los beneficios la supresión de 2900 puestos de trabajo, más de la mitad de personal de tierra.  La pérdida de más de 120 millones de euros en 2014 -originada en buena medida por la huelga de pilotos de hace un año- ha llevado al gran buque insignia del sector aéreo del hexágono a buscar una reducción consecuente de los gastos y, por consiguiente, a recortar allá donde siempre resulta más sencillo. La pérdida de 2900 empleos se ve acompañada de la reducción del 10 por ciento de las rutas de larga distancia. Para recuperar los clientes perdidos, la apuesta es reducir la oferta en un contexto mundial en el que el crecimiento anual del tráfico aéreo oscila en torno al 5%. La austeridad llevada al sector privado.

Ningún alto responsable ha puesto en entredicho la ridícula campaña de comunicación de la compañía a lo largo de los últimos meses, la escasa notoriedad de la aerolínea en lo que a satisfacción de los clientes se refiere -especialmente en comparación a sus principales rivales en las rutas hacia Asia y Oriente Medio- o el aumento reciente en las tasas de los Aeropuertos de París (principal punto de partida de los aviones de la compañía) que hace a la compañía menos competitiva en su política tarifaria global. De momento, el esfuerzo de los recortes recae de nuevo en el eslabón débil.

En el oscuro universo de los eufemismos aparece uno universal, traducible a todos los idiomas: el “diálogo social”. Cuando una asalariada de Air France mostró su descontento la pasada semana frente a la dirección de la compañía, al límite del llanto, recibió indiferencia cuando no algunas sonrisas burlonas. “Querríamos tener un diálogo coherente”, repetía. “No hemos venido a buscar el conflicto”, insistía. Exigía transparencia y respuestas, de manera respetuosa. Diálogo social transformado en monólogo patronal. La decisión está tomada. “There is no alternative” à la française.

En un país en el que la sindicalización se reduce al 8 por ciento de los asalariados, uno de los más bajos de la Unión Europea, los conflictos sociales son frecuentes. Las ocupaciones de sedes de empresas durante algún “plan social” y los secuestros -temporales- de responsables de compañías en los conflictos laborales son más habituales de lo que la fuerza real de los sindicatos en las estructuras corporativas haría presagiar. La camisa desgarrada de Xavier Broseta -director de Recursos Humanos de Air France- es desde la pasada semana un símbolo de una violencia física que esconde la violencia social de 2900 familias que acabarán sin empleo. La imagen de un desencuentro laboral local ha sido difundida en todos los telediarios del planeta; la fuerza de la violencia física ilumina el trasfondo de un malestar universal, de la confrontación entre dos universos que no entiende de fronteras nacionales. El ecosistema político francés no ha tardado en denunciar las agresiones con mayor o menor intensidad. El primer ministro Manuel Valls no dudó en tildar a los agresores de delincuentes y el ministro de Economía, Emmanuel Macron, los calificó como “estúpidos”. Se esperan todavía las reacciones vehementes de los dirigentes socialistas al plan social o una ligera reprobación hacia la gestión de la compañía de la que el Estado posee casi el 18 por ciento de las acciones.

Mientras tanto, el aparato mediático vive en la misma indignación biempensante desde hace diez días. La pérdida de casi tres mil empleos parece no preocupar a -casi- nadie.  La violencia es unidireccional y la gran víctima de la barbarie en este conflicto social es la camisa blanca de un Director de Recursos Humanos. Y el plan social avanza, imparable. Las consecuencias sociales de los 2900 despidos permanecerán ocultas en la esfera íntima de casi tres mil familias, abandonadas a la suerte de unos criterios de rentabilidad ajenos a su realidad diaria. Pero quizá el próximo año, los inversores de Air France celebrarán en el reparto de dividendos los efectos de este monólogo social.

Air France y el monólogo social