jueves. 28.03.2024

Así es. El rey de Holanda, en el discurso de apertura del año parlamentario, afirmó: “el estado del bienestar es insostenible”, para anunciar a continuación que es necesaria “la sustitución del clásico estado del bienestar de la segunda mitad del siglo XX por una sociedad participativa”, concepto este último vacío de contenido. Una broma tragicómica. Pero lo grave de esta sentencia real es que Guillermo (así se llama el monarca) solo daba voz y boato a un discurso escrito por un gobierno de centro-izquierda (liberales y socialdemócratas) en un país que, hasta hoy, se había esforzado durante largos años en la consolidación de servicios, instituciones y políticas de protección social (incluyendo a los inmigrantes) propios de un estado del bienestar avanzado. Pero, al parecer, se trata de un pasado caduco y esta sentencia se dicta como algo inevitable, bajo una argumentación incontrovertible, falaz, prepotente y proclamada en un tono de “soberbia” tal y como lo calificó S. Gallego-Díaz.

Inevitable e incontrovertible, dos palabras terribles que se han apoderado del discurso de la mayoría de los políticos que gobiernan los países europeos (y más allá), como una verdad revelada, que no necesita explicación ni justificación alguna. Un dogma de fe cuando el propio Francisco, el Papa, confiesa que a él también le embarga la duda.

Asumida por nuestros líderes políticos esta condición de inevitable, no sabemos si por pereza ignara, por cobardía o por cinismo, es lógica y consecuente la triste historia de sumisión de nuestros últimos presidentes del gobierno, Zapatero y Rajoy, cada vez que han vuelto de Bruselas, Berlín o Davos. En lugar de comunicar y explicar a los ciudadanos qué se ha discutido y acordado, con mayor o menor solvencia intelectual o política, y en qué benefician o perjudican a los españoles las recomendaciones o consignas dictadas en esos foros, se han refugiado y se refugian en un discurso vergonzante que dice, más o menos, así: aunque no me guste (?), tengo que desmantelar el estado del bienestar, poco a poco el uno y el otro a degüello, con la letanía de “me cueste lo que me cueste”, es decir, por reaños. Y ya nos advertía Juan de Mairena contra esta histórica atracción de nuestros gobernantes por la política testicular, que conduce a la revuelta o al abatimiento de los más débiles. Nosotros.

Triste Europa que ha malvendido a los mercados, a los bancos uno de sus más lúcidos y solidarios proyectos de convivencia, el estado del bienestar, con resignación, cuando no con el beneplácito, de nuestros gobernantes, perdiendo con ello la posibilidad de ser un espacio político hegemónico en la consolidación de la democracia en muchos lugares del mundo. Un patrimonio más valioso y exportable que nuestros lujosos “mercedes” o “aves”.

Cada día con más virulencia y velocidad se manifiesta esta ofensiva del capitalismo salvaje (más suavemente neoliberal-financiero) contra todas las conquistas de la cultura socialdemócrata, que empapó la práctica política de los países más avanzados. Ofensiva disfrazada con circunloquios hueros, como los argumentos frívolos del gobierno holandés contraponiendo estado y sociedad civil e interpretando, de forma misteriosa, un profundo deseo de la ciudadanía, cuando afirma que: “la gente quiere decidir por sí misma, organizar su vida y cuidar unos de otros”. Una clara apuesta por el retorno al siglo XIX en el que el individuo aislado, el obrero sin sindicatos ni instituciones públicas, sin un estado que defendiese sus derechos y aspiraciones, era carne de cañón de unos empresarios voraces, de un capitalismo naciente, menos sofisticado que el actual, pero no más duro e implacable que el que nos ataca hoy.

Tomando prestadas las palabras de Joaquín Estefanía, cabe afirmar que: “Lo que está en juego en esta crisis es el modelo social europeo, la mejor utopía factible de la humanidad, que es lo que ha hecho superior a Europa sobre otras partes del mundo durante casi siete décadas”. Siete décadas destruidas por Mrs. Thatcher y Mr. Reagan en menos de diez años, y a punto de ser enterrada hoy por los propios gobiernos europeos para mayor gloria de los mercados, de los bancos. ¡Celebremos, pues, el triunfo de Angela Merkel en el día de hoy!

Triste presente que anuncia un mañana más pobre e injusto en el planeta Tierra, salvo que una revuelta ciudadana, masiva y global, violenta o pacífica, se alce para decir ¡Basta! Y restituir nuestra dignidad de ciudadanos que defendemos nuestros derechos y forjamos nuestros sueños de forma colectiva y solidaria.

El estado del bienestar no es un aditamento, una flor que se añade a la palabra democracia. Es constitutivo, piedra angular de una democracia real que nos permita superar la imperante “democracia aparente”, en palabras de Javier Marías.

Recomiendo, incito, a ver la película de Ken Loach El espíritu del 45, apta y necesaria para adultos y niños. 

Y el rey sentenció