viernes. 19.04.2024

Si tuviera que definir el prototipo de ciudadano que abunda mucho en este país y que he conocido a lo largo de mi vida -haciendo un reduccionismo obviamente no generalizable- lo haría con estas palabras: Un “anarquista de derechas”. Semejante contradicción de términos no es un mero uso juguetón del lenguaje. Responde a una apreciación que por desgracia he ido constatando. Despotrica y suele huir de lo público y de lo común, salvo si puede cazar alguna ayuda o subvención estatal. Por supuesto, considera que todo lo que tiene se lo ha ganado con su trabajo. Ni el Estado, ni ningún colectivo tienen derecho a pedirle cuentas por sus tropelías. Pero si las cosas le van mal, entonces sí, exige, se manifiesta y monta el cirio para que Papá Estado salga en su auxilio. Individualista en las ganancias, socialista en las pérdidas.

No cree en las instituciones, en las organizaciones civiles, en la democracia como algo más que un sistema de votación. Sólo cree en conceptos colectivos tan sofisticados como equipos de fútbol, sentimientos patrioteros huecos (Yo soy español, español…) y en ciertas agrupaciones en torno a Vírgenes, Santos y demás entidades sobrenaturales. A partir de ahí todo es individualismo incívico. Aprovecharse del prójimo, utilizar el engaño de forma permanente, tirar de picaresca como norma básica de conducta. Mucha hipocresía, mucha doble vida, mucha tendencia al deporte nacional del escaqueo en tus obligaciones tributarias. Nunca aparece en los sesudos informes de los economistas, pero explica a mi juicio muchos de nuestros problemas como país.

Cierto es que no todos somos así. Afortunadamente. Pienso que este modelo de ciudadano, aún con mucho tirón popular, tiende a desaparecer. En su lugar una nueva ciudadanía abierta, cosmopolita, comprometida, está ocupando el espacio público y privado. La solidaridad real, el trabajo colectivo, la co-creación y co-participación y la militancia social activa son sus señas de identidad. Activistas sociales, ciudadanos interconectados y nuevos emprendedores forman lo que se conoce como “inteligencia de las multitudes.” Una nueva sociedad que afortunadamente emerge y comienza a triunfar sobre lo que yo denomino anarquismo de derechas.

Una nueva ciudadanía que se siente huérfana, políticamente hablando, ante la incapacidad de la izquierda o las izquierdas o el progresismo español de estar en la vanguardia de esa nueva demanda social. La pregunta que muchos se hacen a diario es: ¿dónde está la izquierda en este país?

La izquierda fue y siempre será la siniestra. Ser de izquierdas ha sido siempre un ejercicio de herejía. “Estar sentado a la derecha de Dios en el cielo” no es una mera frase religiosa. Estar a la izquierda no es tan valorado por el que manda. Como tampoco lo es sentarse a la izquierda en la Asamblea Revolucionaria francesa a finales del siglo XVIII. Ni fundar un sindicato o un partido de trabajadores en el siglo XIX. Así ha sido siempre. Ahora miren Uds. las caras de nuestros líderes de la izquierda a ver cuántos tienen pinta de herejes. Yo he hecho el ejercicio, y es ciertamente desolador.

No se es de izquierdas porque se diga alto y fuerte, ni por cantar una canción, ni por ser habilidoso en la retórica. La izquierda no puede ser un dogma, ni es una doctrina. Y mucho menos una religión. La izquierda es un proceso permanente de rebeldía frente a todo tipo de injusticia. Ser de izquierdas es tener claro que ante un conflicto de intereses, siempre te posicionarás a favor del más débil. Cuando la izquierda alcanza el poder, siempre corre el peligro de traicionar sus principios. No hay nada más conservador que el poder, y su ejercicio requiere redoblar la atención para no caer en sus efluvios narcotizantes. La tarea de la izquierda exige reinventarse cada día para poder seguir cumpliendo los principios de libertad, igualdad, solidaridad y justicia social.

Hoy en España la izquierda está representada por esa nueva ciudadanía que practica la rebeldía social pero que hace propuestas, que se auto-organiza en redes, que construye desde la cooperación y la colaboración. Se critica que dicho movimiento no se transforme en partidos. Olvidan que la izquierda es un proceso. En lenguaje de hoy: la izquierda si sigue siendo, tendrá que ser de código abierto. El ciudadano no puede ser un sujeto pasivo de sus políticas, sino que debe co-participar, co-decidir, colaborar y co-crear. Una izquierda que, como siempre, aunque no se utilizara entonces esta terminología, esté en Beta permanente.

Cierta izquierda española pensó que ser un partido de gobierno llevaba aparejado mezclarse y colaborar con el establishment lo que implicaba renunciar a principios y valores progresistas con la esperanza de que la riqueza y el crecimiento hicieran pasar por alto dicha renuncia. El resultado es que el establishment la ha fagocitado y que resulta irreconocible en su condición por parte de esa nueva ciudadanía. Otra izquierda sigue considerando que se puede gobernar una sociedad con aparatos verticales, jerarquizados, rígidos y burocratizados. No son conscientes de la necesidad de rebelarse contra su propio autoritarismo organizativo y funcional. Algunas personas han salido de estas organizaciones para tratar de fundar unas nuevas, recuperando valores y principios y conectándolos con los que emergen de la nueva ciudadanía. Pero parece que ninguna está en condiciones de ser hegemónica.

Todas las izquierdas reclaman para sí ser consideradas como la izquierda genuina. Bien por Historia, bien por capacidad, bien por pragmatismo: la real, la mayoritaria, la posibilista. Pero la izquierda no puede, ni debe tener apellidos. Será izquierda o no será. La izquierda es diversa, sí, pero la acción política exige caminar conjuntamente para poder ser realmente útil a los ciudadanos. Unida, abierta, ecologista, socialista, progresista, comunista, republicana. Demasiados apellidos, demasiadas unidades dispersas en una lucha a campo abierto contra el poder financiero global que tiene secuestrada la voluntad popular. Perdimos el siglo XX por la desunión de la izquierda. Mientras emergía la revolución conservadora, la izquierda se desangraba en luchas por la supuesta hegemonía ideológica. Ganar el siglo XXI que ha comenzado con una crisis atroz y el peor panorama mundial posible para la izquierda, exigirá una buena dosis de generosidad por parte de todos. El cainismo no puede volver a fagocitar un proyecto conjunto ¿Es tan difícil ponerse de acuerdo en torno a un decálogo básico que contenga los puntos clave de transformación social?. Yo creo que “Sí se puede”. Y ello no implica en modo alguno renunciar ni a siglas, ni a matices. Tomemos como ejemplo lo que hacen los ciudadanos y las nuevas organizaciones sociales para aprender a caminar de nuevo.

Una izquierda sin apellidos