sábado. 20.04.2024

Sólo tenía 15 años cuanto te leí entero, o casi. Era una edición de Aguilar. Luego se han recuperado obras tuyas, trozos y textos en prosa. Nada más emocionante que tu lectura, Federico. Quizá más intenso el genial bardo, quizá no tan espontáneo como el inmenso Lope, quizá no tan profundo como el viejo D. Francisco, pero tú siempre tan emocionante. Tu verso anuda la garganta; tu teatro amilana al más templado; tu prosa seduce sin proponérselo. ¡Príncipe de la metáfora, eres único y distinto! Nada ni nadie se parece a ti, ni antes ni después. Otros vuelan más alto en pasiones, como el genial bardo; otros lo han dicho todo lo que un ser humano puede sentir, como el eterno manco, o como el pícaro inglés o el ruso de los sentimientos, pero tu eres la emoción contenida, el sentimiento lacerado, traspasado por la incomprensión, la envidia y los prejuicios. Hablas de tú al que es como tú, al que siente como tú y que está en la encrucijada; y de eso haces verbo y del verbo, arte, equilibrio perfecto entre belleza y emoción. Vivirás siempre.

Te mataron, te asesinaron, pero no han podido enterrar tu memoria. A muchos dejaron en las cunetas, en los caminos, en las plazas, en los paredones, esos mismos que ahora no quieren saber de tu paradero y se burlan de los que buscan o buscamos con el deseo enterrar tus huesos hechos versos de la memoria. Son los que se oponen a la memoria histórica porque se sienten molestos con su conciencia, porque no la encajan con su pasado y con la de sus ancestros. Son los que sienten vergüenza de ser o haber sido artífices, bastión, coartada, grano de arena o justificadores del oprobio de la dictadura. Los Fragas y los Aznares, las Aguirres y los Arenas, los Trillos y los Orejas, las Ritas y Gallardones, y tantos otros, andan, cuando oyen tu nombre, demudados, buscando ropa que ponerse para la democracia, porque los hábitos de la dictadura aún los tienen en el ropero, nostálgicos ellos de haber cubierto sus huesos y sus carnes. Pueden cambiar su vestimenta, pueden, quizá, elegir la careta, pero no pueden cambiar su olor podrido y pestilente de su herencia. Debajo de sus pantalones y faldas tienen la carne podrida de 40 años de bocas abiertas al banquete de los despojos. Eso fue la in-civil guerra: un banquete para los vencedores de los que aún quieren seguir alimentándose, nostálgicos ellos; un banquete de aquello que usurparon a sus dueños. Dueños exiliados, torturados, asesinados durante y después de la incivil guerra.

Vuelvo a ti Federico, y buscan y buscamos tus huesos, pero también vuelven, que no huyen, los que temen encontrarlos, no vaya a ser que se instale en sus conciencias tu frágil calavera. Preferirían que no hubieras existido; que fueras uno más, torturado, quizá exiliado, incluso asesinado, pero uno más, pero han tenido la desgracia de que fueras un inmenso poeta. Y ahora, los herederos de los despojos quieren llegar al poder; sí, esos mismos que lo perdieron por mentir, esos mismos se tapan los ojos al paso del tren de tu recuerdo y sufren palpitaciones. Y eso sólo algunos, porque otros tienen de hierro las osamentas. Y no saben el porqué de su mal. Yo se lo diré: porque han vivido, apoyado y justificado, y viven, apoyan y justifican, con mal disimulo, la causa de tus asesinos.

Federico, hubieras sido a la vez el Lope y el Shakespeare de nuestro tiempo; sí, te faltó eso, tiempo, asesinaron tu tiempo, tiempo buscaron y buscan tus asesinos y sus justificadores para anidar el olvido; y por eso andan las musas de luto buscando tu calavera, siempre tu frágil calavera, para anidar en el tiempo y olvidar tu olvido. Pero sabrás que los herederos de tus despojos no son nadie, no son nada, y tú serás eterno. Te sentarás en el Olimpo del Verbo, con el genial bardo, con el inmenso Lope, con el divino toscano, con el eterno manco, con el perfecto áureo, con el asombroso vate ciego, y velareis por nuestras vidas. Me cuesta tanto releerte porque no puedo evitar pensar en cómo te debiste sentir en los últimos días, en las últimas horas, cuando te llevaban al matadero. Tu culpa era ser diferente y poeta, sentir como nadie la emoción del ser humano y saber trasmitirlo como nadie lo ha hecho; tú, que hasta los nardos y caracolas los veías de fino cutis; tú, que las vergüenzas las vestías de corpiños nacarados; tú, que sentías a tu Granada y a tu Andalucía atravesada por duendes perfumados; tú, tan gongorino en deseos y tan lopesco en aptitudes; tú, artista total e inmenso; tú y tu alma de mozuela, embebida de apuntes, notas y versos. Así, tu Mariana bordadora, tu Yerma yerta, tus amores de jardín, tus bodas bailadas de facas y reyertas, tus Rositas solitarias, tus atávicas Bernardas, tus prodigiosas zapateras; poeta, siempre poeta; poeta en tus casidas arabescas, en tu Granada de vegas y amoríos, en el Nueva York de palomas traspasadas. No importa dónde descansen tus huesos, porque tu memoria tiene calados los nuestros para siempre, para siempre. Tus obras son tu memoria y, ambas, son eternas y, ambas, son inmensas.

Siempre Federico