viernes. 29.03.2024
Capilla ardiente de Santiago Carrillo que falleció el 18 de septiembre de 2012.

Colectivo Senda | En el centenario del nacimiento del político comunista parece más necesario que nunca advertir a los trabajadores que sus reivindicaciones no pueden encerrarse en las cuatro paredes de su país, que deben abrirse a marcos de acción más amplios.

Este 18 de enero se cumplieron 100 años del nacimiento de Santiago Carrillo. Un dirigente político, comunista y obrero, que contribuyó, de forma decisiva en muchos aspectos, como actor destacado, a modelar buena parte de la historia de nuestro país en estos últimos 80 años, y cuyas aportaciones siguen siendo, en aspectos nucleares, válidas hoy, siguen estando vigentes en estos tiempos de incertidumbre, en estos tiempos injustos.

Entre esos aspectos que Carrillo contribuyó a poner de relieve en hora temprana y que, estimamos, siguen estando más que vigentes, destacaríamos los siguientes:

En primer lugar, la visión internacional de nuevo cuño, al margen de centros internacionalistas, cuya obsolescencia denunció –a costa de ganarse la inquina de los entonces dirigentes de la antigua URSS– es decir, el enfoque necesariamente global ante la globalización del capitalismo y ante los nuevos retos que la humanidad entera, y, desde luego, los trabajadores deben abordar.

Hoy, cuando vivimos una crisis económica de dimensiones supranacionales, y en un mundo cada vez más injusto, con diferencias abismales e inaceptables entre ricos y pobres y entre países ricos y pobres; cuando el ascenso de los extremismos de derecha en Europa y las llamadas a la exclusión nos llenan de alarma; cuando vemos el horror en Francia y en tantos lugares en los que mueren a diario víctimas inocentes, en nombre de nada; cuando crisis humanitarias y sanitarias como la del ébola ponen en evidencia esa dimensión internacional, global, de problemas lacerantes, parece más necesario que nunca advertir a los trabajadores que sus reivindicaciones no pueden encerrarse en las cuatro paredes de su país, que deben encuadrarse en marcos de acción más amplios, y reclamar, como lo hizo Carrillo adelantándose, en esto, como en muchas cosas, a las percepciones dominantes en su época, un nuevo orden internacional y unos nuevos instrumentos de gobierno mundial.

En segundo lugar, el compromiso, la militancia, de Santiago con su clase, con la clase obrera, que hizo de él –y de nosotros– una persona de partido en un doble sentido: una persona que tomó partido, que no fue indiferente o tibio en absoluto, y una persona que militó, al frente, durante muchos años, del Partido Comunista de España y luego del Partido de los Trabajadores. Y lo hizo, renovando el pensamiento que había guiado hasta entonces la práctica del PCE y el propio instrumento político, el propio partido, con formulaciones como la «alianza de las fuerzas del trabajo y la cultura».

Hoy, cuando en buena parte por deméritos propios, los partidos políticos sufren un evidente desprestigio, parece necesario reivindicar, tirando del legado de Santiago, dos cuestiones a nuestro entender vitales: la necesidad –para los trabajadores y para la pervivencia del propio sistema democrático– de los partidos y, en términos de clase, de un partido fuerte de los trabajadores que se presente como tal, sin complejos y sin tapujos, y la necesidad de cambios profundos en los partidos en general, y en ese partido en particular, que reclamamos para los trabajadores y que, hoy por hoy, aunque con muchos mimbres, se encuentran deshilachados, dispersos y sin orden.

En tercer lugar, la renovación profunda que Santiago Carrillo contribuyó de forma decisiva a realizar del pensamiento y la práctica comunista, –el eurocomunismo– del que fue, junto a Enrico Berlinguer, fundador y propagador. Una renovación que implicó el compromiso indestructible de quienes compartimos sus propuestas con la democracia: «dictadura, ni la del proletariado», y la reclamación de la extensión de la democracia a los terrenos económico y social. Nuestra generación (nuestras generaciones) entendió más que bien esos mensajes –aunque le acarrearan a Santiago la inquina de dogmáticos recalcitrantes–, porque luchamos contra un dictadura feroz. Las actuales generaciones no pueden echarlo en saco roto, al menos por dos razones poderosas: porque el socialismo será democrático o no será y porque no está escrito que el terror de dictaduras como las de Franco o Hitler no vuelvan a repetirse, con los cambios de maquillaje y de monigotes que correspondan.

Y en cuarto lugar, pero no menor en importancia, por su contribución decisiva a la transición que hizo posible, después de tantos años, la democracia en nuestro país. Durante muchos años, esto que se acaba de afirmar fue un lugar común entre propios y extraños. Hoy, en pleno auge conservador, algunos extraños lo ignoran o lo dejan en segundo plano para construir una imagen de demonio comunista que creíamos propia de otras épocas. No nos sorprende que tales extraños mistifiquen de tal modo la historia reciente de nuestro país, pero nos sorprende más, y nos duele más, que algunos propios también se suban al carro y, a la luz de evidentes corruptelas, que sin duda, están dañando y mucho la democracia, quieran tirar, al tiempo, la ropa sucia y el niño. Frente a unos y ante otros reivindicamos, con orgullo, el protagonismo de Carrillo en la transición democrática y su capacidad de consenso y diálogo. Y lo reivindicamos sin nostalgia, convencidos de que hoy, aquí y ahora, los trabajadores deben participar, con sus fuerzas, con las que tenemos o tengamos, en las reformas necesarias de cuanto haya que reformar, incluida la Constitución, para salvaguardar, mejorar y ampliar la democracia y la misma Constitución democrática.

Hoy se cumplen 100 años del nacimiento de Santiago Carrillo y dos años largos de su muerte. Pero su pensamiento y su ejemplo sigue vivo para nosotros, que tuvimos el honor de «servir a señor que no tuvo vasallo» y sigue estando de rabiosa –por lo injusto, que campea a sus anchas, aquí y allá– y en tantos aspectos desdichada actualidad. Para que no nos sumamos ni en el miedo ni en la desesperanza, aliados del conservadurismo, y sigamos luchando, como él luchó durante toda su vida, por lo que es justo y necesario.

Santiago Carrillo