jueves. 28.03.2024

Está claro: el PP arrasa y el PSOE se desmorona. En la Comunidad Valenciana la bajada del PSOE es tan evidente que no encuentra lenitivo en el hecho de que el PP coseche la mayor bajada en España –Asturias aparte-, probando que en alguna franja del electorado la corrupción sí influye. Analizar los resultados y sus efectos con las categorías que habitualmente se usan es inútil, porque se han alterado algunos de los principios en los que se ha sustentado la política por lustros: eso es lo que el PSOE no ha advertido. La crisis se ha llevado por delante el país del ascensor social trabajando a pleno rendimiento, con una imagen autocomplaciente de prosperidad material infinita, cómodamente asentado en el relato mitificado de la Transición y con un sistema político instalado en el bipartidismo. Frente a la seguridad anterior, crece la incertidumbre, que el PSOE ha alimentado con su gestión de la recesión. Refugiado en la inevitabilidad de lo que sucede y con un relato autojustificativo del desastre –“la crisis afecta a todos”-, no ha intentado explorar políticas alejadas de valores conservadores, ni siquiera desde áreas no económicas. Y ha alentado la bipolarización con un mensaje recurrente: hay que temer al PP. Pero ha llegado un momento en que los ciudadanos han acabado por tener más miedo al PSOE que al adversario. Que Ángel Luna, el mejor político del PSPV, acabara por pedir el voto para el “menos malo” simboliza esto: no se daba cuenta de que, para muchos, estaba pidiendo el voto para el PP.

En ese marco se insertan cuestiones particulares en la Comunidad Valenciana. Mientras el PP construía redes de apoyos sociales, el PSPV lleva años destruyendo, escrupulosamente, cualquier formulación de una cultura de izquierdas, que se ha expresado históricamente en organizaciones sindicales, asociaciones cívicas o personas universitarias, dedicadas a la cultura o la información, a los que, todo lo más, se les dedicaba una ráfaga de retórica en las elecciones: de todos ellos ha acabado por obtener, quizá, un distante respeto, pero, casi nunca, una complicidad activa. Ha creído, en una particular fórmula de populismo, que le bastaba con apelar directamente al pueblo, sin intermediarios que activaran percepciones y valores. No ha encajado ninguna crítica –siempre se consideraban ataques desleales- desde esa izquierda social y se ha recreado en una prepotencia que resaltaba más con su aislamiento. O sea, que en las actuales circunstancias ha cosechado esa siembra de destrucción de todo lo que le podía servir para movilizar electores. El partido se ha convertido en una agencia de reclutamiento de candidatos, pero ha renunciado a activar a sus bases en torno a objetivos claros –salvo para disputas internas- y a plantear propuestas distinguibles por la ciudadanía. Y no ha reflexionado en lo que pasa cuando el ascensor social se para: el recurso al “giro al centro” es hoy irrelevante, pero ha justificado hasta hace poco el conformismo –activo o pasivo- con políticas económicas del PP.

En otros artículos postelectorales me he manifestado con irritación ante esta deriva y hasta me atrevía a sugerir algún consejo. Hoy ya no, ¿para qué? Han ensayado todo en ese marco conceptual que es el que no vale: las purgas sin debate político han dejado un desierto intelectual en el que es muy difícil debatir. Creo que en el medio plazo no hay solución porque no se respetan ni a sí mismos, pues hasta han renunciado a su propia identidad: ¿cuántos candidatos han ocultado las siglas, personalizado la campaña hasta el esperpento y hoy echan la culpa al Gobierno, cuando nunca levantaron la voz contra su política? Los dirigentes de todas las fracciones han sumado temor e ineficacia por lo que la enésima recombinación de elementos que haga posible “sacar adelante” una Asamblea demostrará que el mayor mal es la incapacidad para aprender de los propios errores, siendo más cómodo culpar al ingrato pueblo y a la perversa prensa.

Resultado: este país, que se reconoce inclinado a la izquierda, le ha dicho “no” a la política del PSOE y muchos han viajado hasta el PP: es el resultado de la bipolarización extrema, con la que el PSOE ha convencido a parte de sus electores de que la única alternativa es el PP. Hoy es real la relación PP=derecha, pero no es cierta, en la Comunidad Valenciana, la que iguala PSOE con “la izquierda”. La izquierda se ha levantado estructuralmente plural porque EU y, sobre todo, Compromís, han sido capaces de salvar restos significativos del naufragio, conectando con tendencias que van activándose en muchos segmentos de la sociedad. El PSPV – ¿seguirán riéndose de “la izquierda caviar”, del “voto estético”, o del voto inútil…?- yace ensimismado mientras que las expresiones minoritarias han reinventado un relato creíble y sólido… Se objetará que es esencialmente válido para estar en la oposición: es posible, aunque van a gobernar muchos ayuntamientos; pero ¿dónde va a estar el PSPV, tan incapaz hasta ahora de dibujar un discurso de gobierno como de ejercer una real oposición?

Resultados similares se están produciendo en otros lugares de Europa: a la crisis agudísima de la socialdemocracia le está siguiendo una recomposición orgánica de las expresiones políticas progresistas, con la emergencia de fuerzas que manejan otras ideas -en particular las derivadas de un pensamiento ecosocialista-, que buscan la proximidad con la ciudadanía y entienden la necesidad de activar imaginarios colectivos no sometidos eternamente a las decisiones del mercado, como una manera imprescindible de acumular energía para construir nuevas mayorías sociales. Por eso estas fuerzas se han convertido en portadoras de la esperanza frente al discurso del miedo y de ellas podemos esperar alguna dinamización de la política valenciana. Y, además, no son arrogantes. Esperemos que también sean eficaces y que sepan distinguir entre el respeto a las instituciones y la crítica a quienes las ocupan. La derrota ha sido formidable, pero sería peor si todas las patas de la nueva silla de la izquierda no aprendieran a coordinarse desde el respeto mutuo.

Resultados electorales: una lectura desde la izquierda