viernes. 19.04.2024

Hoy voy a comenzar este artículo contándoles a los lectores una experiencia personal que servirá de hilo de conducción para el resto de mi reflexión. En el año 2010 hice un intento de crear mi propia empresa junto con otro socio. Aunque la idea no salió bien por falta de financiación y por otras razones que no vienen al caso, hizo que viviera una experiencia que se me ha quedado grabada. Una de las opciones para la ejecución del proyecto se centraba en dar la posibilidad de entrar en el mercado laboral a colectivos de riesgo a través del teletrabajo (con un contrato laboral y un salario fijo regulado por el Convenio Colectivo). Uno de esos colectivos era el de las mujeres maltratadas. Me reuní con varias asociaciones y estuve en tres casas de acogida para explicar el proyecto. Aquí me recibieron con los brazos abiertos y les encantó el proyecto porque les daba a esas mujeres recursos para iniciar una nueva vida. En una de estas casas me ofrecieron la posibilidad de hablar con algunas de las mujeres que estaban allí. Lo hice porque quería palpar su problemática cara a cara. Todas me contaban cómo habían sido maltratadas, física y psíquicamente, cómo esos simulacros de seres humanos destrozaban sus vidas. A una de ellas le pregunté que por qué había aguantado más de 15 años algo así. Era una mujer sencilla, de un pequeño pueblo, con los estudios precisos y con una mentalidad muy tradicional. A ella le daba vergüenza que en su pueblo se supiera lo que estaba pasando. El hombre era quien mandaba en la casa y disponía de ella para lo que quisiera. Ella estaba para servirle y para aguantar las palizas porque su deber como esposa era ese. Además, estaba enamorada de él. Yo me escandalizaba con cada expresión de mentalidad machista que ella me decía. En las ciudades es más fácil porque nadie te conoce, pero en el pueblo…, afirmaba. Todo se torció para ella cuando se supo que no podía tener hijos. El marido intensificó su maltrato porque no le podía dar hijos y la vejaba llamándola inútil o afirmando que no era una mujer completa. Yo le pregunté si se lo contaba a alguien. Ella me dijo que a su madre, la que le decía que tenía que aguantar y al sacerdote con quien se confesaba todas las semanas, puesto que ella tenía mucha fe en Dios y en la Virgen de su pueblo. El sacerdote, según ella, le pedía resignación, que aguantara y que tuviera paciencia porque el deber de la mujer en el hogar era dar satisfacción al hombre. Estas palabras hicieron que algo en mi interior se revolviera. ¿Podía haber gente con una mentalidad tan cerrada? Yo le pregunté que se trataría de un sacerdote mayor. Ella respondió que no tendría más de 40 años. Su situación siguió así hasta que un día el marido le dio una paliza muy fuerte y la forzó a mantener relaciones sexuales. Cuando él se durmió, ella cogió el poco valor que le quedaba, hizo una pequeña maleta y se marchó de casa para denunciarlo en el Cuartel de la Guardia Civil que estaba a 7 km de su casa. Esa noche, ese hijo de puta, le rompió el hueso orbital, tres costillas, el tabique nasal y dos dientes. No sé si seguirá en la casa de acogida, pero desde aquel día ha estado siempre en mis pensamientos cada vez que un cerdo machista, que un terrorista asesina a una mujer.

Esta historia se repite en cada una de las mujeres que son maltratadas en España. Aquí tenemos un problema muy grave por el machismo imperante. Desde que gobierna el PP en España han sido asesinadas 116 mujeres. Y sólo hay escándalo cuando se produce una escalada de actividades de terrorismo machista. Se hacen campañas, pero las mujeres siguen muriendo. Estas cifras me recuerdan una reflexión que hizo hace unos años Iñaki Gabilondo hablando de los accidentes de tráfico: ¿Se imaginan ustedes que ETA matara cada semana a 50 personas? Con las mujeres maltratadas ocurre lo mismo. ¿Nos imaginamos si una banda terrorista hubiera matado en dos años y tres meses a 112 personas? ¿Qué reacción se hubiera tenido desde las instituciones? De escándalo mayúsculo por parte de la sociedad y de aprovechamiento de las víctimas por parte del Partido Popular. Pero con las mujeres maltratadas no ocurre esto. Nos escandalizamos, decimos que son unos cerdos machistas, pero no se hace más.

El gobierno de Rodríguez Zapatero creó una Ley Integral contra la Violencia de Género, que no tuvo los resultados esperados, pero que puso las bases para seguir trabajando en esa línea. Se puso a disposición de las mujeres maltratadas el número de teléfono 016 para que rompieran el miedo a denunciar, un teléfono que no dejaba rastro en la factura telefónica para que el terrorista machista no supiera que ella había llamado para salvar su vida. Se pusieron fondos públicos para generar recursos y crear políticas educativas de concienciación. Las Fuerzas de Seguridad del Estado disponían de recursos para intentar atajar esta amenaza terrorista, lo mismo que el Poder Judicial. Esta Ley era el comienzo y había que continuar por este camino.

Con la llegada de Mariano Rajoy estas políticas han quedado fuera de la agenda del gobierno. El Partido Popular, por una razón ideológica, ha abandonado a estas mujeres, a estas víctimas del terrorismo. Desde que Mariano Rajoy asaltó el poder con su programa electoral falso, no ha condenado ni uno de los asesinatos cometidos contra las mujeres. La ministra responsable de estas políticas de protección los condena a través de comunicados estándar donde sólo tiene que cambiar en una plantilla de Word el nombre, el lugar del asesinato y la fecha. Tal vez a ella le preocupa más llevar el Jaguar al taller o calcular los kilos de confeti para una fiesta de cumpleaños que las vidas de mujeres que son asesinadas por maridos o novios. Un ejemplo de cómo esto no es prioridad para el Partido Popular, lo encontramos en la declaración institucional del Congreso del mes de mayo de 2013, donde el partido del gobierno eliminó de dicha declaración las expresiones violencia machista y asesinatos de mujeres. Los recortes de Rajoy han reducido la inversión en políticas de protección un 30%, además de amenazar con el desmantelamiento de las oficinas de los ayuntamientos, el lugar más cercano al que denuncian o se acogen las mujeres, por la reforma de la Administración Local que quiere imponer. Pero lo más grave es la Reforma de Gallardón del Código Penal, donde se han eliminado conceptos como violencia de género, donde se han despenalizado las vejaciones leves o se castigan los maltratos con multas si no hay asesinato. Todo ello por proteger el sagrado sacramento del matrimonio y mantener la superioridad del hombre sobre la mujer. ¿Qué se puede esperar de un ministro de Justicia que quiere eliminar el derecho a decidir a las mujeres? Otro ejemplo lo tuvimos durante el pasado Debate sobre el Estado de la Nación, en el que Mariano Rajoy no dedicó ni una sola palabra, ni una sola medida para aliviar esta lacra que, tal y como hemos visto, está extendida por toda Europa.

Vuelvo a remitirme a la experiencia personal con la que comencé este artículo. Las palabras del sacerdote pidiendo resignación y sumisión a la mujer que recibía palizas y vejaciones por parte de su marido no es un hecho aislado. La Iglesia Católica sigue imponiendo esa moral nauseabunda de desprecio a todo lo que tenga que ver con los derechos de las mujeres. No se ha hecho desde la Conferencia Episcopal ningún movimiento de acercamiento hacia estas mujeres. Eso sí, Rouco Varela, en el mitin retrógrado de la Plaza de Colón en favor de su visión medieval de la familia, ya afirmó que el papel de la mujer era el hogar, era la sumisión y la entrega total al marido.

La violencia de género es una forma de terrorismo, así que creo que es el momento de llamar a los maltratadores por su nombre: terroristas. Como tales deben ser tratados y se debe poner el mismo hincapié por parte de las Fuerzas de Seguridad del Estado, del Poder Judicial y del Gobierno que con la política antiterrorista. Es necesario poner en manos de la Policía y la Guardia Civil (que con los recursos que tienen hacen una gran labor, pero insuficiente) los recursos que hagan falta, cuesten lo que cuesten, para prevenir el maltrato. Es necesario que los Jueces dispongan de una legislación dura contra los asesinos, tan dura o más que las que se imponen a los terroristas de ETA. Es necesaria la concienciación de las mujeres de que si quieren salvar la vida deben denunciar, tanto si es maltrato físico como psíquico. Pero esa concienciación debe ir más allá de cuatro anuncios de televisión o de tres campañas institucionales. El modo en que se haga, no lo sé, pero seguro que con recursos suficientes será posible. Sin embargo, el Partido Popular no mueve un dedo. Siguen muriendo mujeres, siguen siendo maltratadas las mujeres, y aquí no pasa nada. En estos días se felicitaban desde los medios de comunicación del órgano de propaganda del Partido Popular, desde la prensa mamporrera, de que en España había cifras menores que en los países nórdicos. ¿No será que en estos países se denuncia más y que las mujeres no aceptan ni el más mínimo atisbo de maltrato? Eso no cuenta, todo sea para dar bombo a Rajoy.

El terrorismo machista es una plaga que parece que el gobierno no quiere atajar. Su ideología ultracatólica no se lo permite. ¿Hasta cuándo?

Resignación, hija mía, resignación y paciencia