viernes. 29.03.2024

La rebelión es un derecho reconocido a los pueblos. Se reconoce desde la antigüedad y se ejerce contra gobiernos de origen ilegítimo, pero también frente a los que habiendo obtenido el respaldo de las urnas derivan hacia posturas autoritarias en perjuicio de los ciudadanos.

Este derecho fue incluido en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de la Revolución francesa. También en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de 1776, que en su párrafo más famoso señala:

“Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados; que cuando quiera que una forma de gobierno se haga destructora de estos principios, el pueblo tiene el derecho a reformarla o abolirla e instituir un nuevo gobierno que se funde en dichos principios, y a organizar sus poderes en la forma que a su juicio ofrecerá las mayores probabilidades de alcanzar su seguridad y felicidad”.

En este sentido, la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948, declara en su Preámbulo:

“Considerando esencial que los derechos humanos sean protegidos por un régimen de Derecho, a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión”.

Pocas dudas, por tanto, pueden albergarse acerca de la legitimidad del “supremo recurso de la rebelión”. Quedan por determinar los supuestos, obviamente.

Reflexiones en torno al caso español

Descartada la teoría de que los gobiernos lo son “por la gracia de Dios”, en los estados democráticos modernos la legitimidad de cualquier gobierno se asienta en la consecución de la libertad, vida  y felicidad de los ciudadanos. Cualquier gobierno que se salga de estos parámetros carece de legitimidad, por más que haya accedido al poder mediante cauces formalmente democráticos.

En esta línea, cabría preguntarse si el actual ejecutivo español gobierna para los ciudadanos o para una minoría financiera y empresarial que parasita a la mayoría.

Desgraciadamente, un vistazo a la realidad evidencia que las medidas que se adoptan desde el ejecutivo tan solo buscan la aprobación de un gobierno extranjero, el alemán, quien a su vez gobierna para asegurar el pago de la deuda que, de manera irresponsable, contrajeron los banqueros teutones.

Como bien sabemos, en su día, la banca alemana comenzó a prestar dinero a raudales, de manera irresponsable, a banqueros españoles que, a su vez, prestaron de modo igualmente alocado, imprudente. Como ambos, banqueros alemanes y españoles, hicieron mal su trabajo, se generó un colosal pufo económico.

En lugar de asumir las consecuencias de su mal hacer, estos banqueros han  transferido sus deudas al resto de la ciudadanía que en modo alguno es responsable de esos desaguisados. Para pagar ese dislate se recurre a las políticas llamadas de austeridad, es decir, recortes en pensiones, sueldos, derechos laborales, sanidad, educación, subida de tasas, multas desproporcionadas con único afán de recaudar, etc.

En suma, los ciudadanos se ven obligados a pagar  con su salud, futuro, angustia y dinero, una deuda que no contrajeron. Los suicidios se han disparado, el consumo de antidepresivos y ansiolíticos ha aumentado un 50% desde el comienzo de la llamada “crisis” y los jóvenes más valiosos emigran. Por si lo anterior no bastara, ante las protestas, el gobierno español contesta con una escalada de represión de sobra conocida.

Como ejercer el derecho a la rebelión

Habida cuenta que el gobierno de España, lejos de fomentar el bienestar social, busca socializar las pérdidas de delincuentes financieros y empresariales, muchos ciudadanos han decidido protestar.

Las protestas no solo se ignoran, sino que se adaptan las leyes para desmotivarlas y reprimirlas, hasta el punto que el comisario europeo de Derechos Humanos ha llamado la atención sobre su posible carácter antidemocrático. Para situaciones como la descrita se instituyó el derecho de rebelión, también conocido como revolución o resistencia.

La tentación más primaria podría centrarse en abatir policías y atentar contra bienes públicos. Pero esto constituye un error en la actual sociedad. No solo resulta muy poco operativo, sino que, paradójicamente, aleja a la masa, asusta. Curiosamente, la mayoría de los ciudadanos muestran repulsa ante un contenedor ardiendo mientras que se regodean de indiferencia ante despidos masivos o copagos médicos. Es absurdo, pero así funciona la mentalidad española. De manera que estas vías deben ser desechadas.

Por otra parte, eso justificaría una represión aún mayor. Quienes hoy imponen multas salvajes sin control judicial y mandan a la policía a apalear manifestantes, mañana serían capaces de todo. Y cuando digo todo, me refiero a… todo. De hecho, siempre ha sido así.

En este sentido, entiendo que el prius básico de la izquierda en general y de los movimientos sociales en particular, debe centrarse en despertar a la sociedad, la llamada “mayoría silenciosa”, pues nada puede construirse al margen de las mayorías, por muy lerdas que nos parezcan. Las normas neofranquistas del PP pretendiendo que todo el país sea, por decreto, una “mayoría silenciosa” prueban la importancia de este asunto.

Evidentemente no voy a plasmar aquí y ahora las docenas de ideas que me bullen en la cabeza a modo de rebelión, pero sí incidir en que todas las que se adopten no pueden abandonar este norte: el desenmascaramiento del actual sistema y el relato veraz de lo que está ocurriendo y por qué está sucediendo.

La rebelión habrá alcanzado su punto cuando una mayoría importante de ciudadanos haya desbrozado el tupido bosque de los engaños y sea totalmente consciente de que lo vivido no conforma más que una colosal estafa, que todas las políticas de “austeridad” solo buscan pagar la deuda contraída por golfos y delincuentes financieros, que el dinero no son más que apuntes contables, simple juego de monopoly de multimillonarios… si esto llega a suceder, una  considerable mayoría tomando la calle de manera decidida e indefinida  puede cambiar las cosas.

Entonces habrá empezado la rebelión, nuestro derecho.

Reflexiones sobre el derecho de rebelión ante la actual escalada represiva de la derecha