martes. 16.04.2024

Rasear el cuero, bajarla al piso, dos excelentes metáforas para explicar lo que convendría al debate político en estos momentos.

No es tan difícil entender que en esta nueva fase de capitalismo de casino que dura ya demasiado tiempo, el mercado ha derrotado a la democracia, digamos para adornarlo que el poder financiero ha desplazado al poder político modificando por la vía de los hechos las reglas del juego y disponiendo a su antojo de la vida y la hacienda de los ciudadanos, laminado toda opción a que estos puedan expresarse a través de sus gobiernos democráticamente elegidos.

Quiere decirse que si los ciudadanos pierden ante los mercados la prerrogativa de a través del voto elegir a sus representantes para que les gobiernen de acuerdo con sus preferencias políticas, la democracia desaparece. Sencillo no.

La primera consecuencia de la desaparición de la democracia, es la desaparición de las instituciones que la dan sentido y permiten su desarrollo y, su pervivencia misma. Cada día más gente parece haber entendido perfectamente la situación y ya la está descontando. Cuando gritan ¡Que no, que no nos representan, que no! No hacen sino dar cuenta del cambio institucional que se está produciendo. Si progresiva y sutilmente el discurso del poder ha girado hacia evolución de los mercados, prima de riesgo, diferencial con el bono alemán, opciones preferentes, MEDE, rescate, en sustitución de; Parlamento, hemiciclo, programa político, proyecto de ley, debate parlamentario, acuerdo, convenio, resolución, propuesta de resolución y un largo etcétera, no significa que el cambio institucional está en marcha.

¡Ojala! Quienes rodean el Congreso estuvieran atacando las más altas instituciones del Estado, lo que están haciendo es algo mucho más trascendente están certificando su defunción.

La sensación, cada día más extendida, es que la democracia como poco está suspendida, los vínculos entre las élites políticas que deberían hacerla efectiva y sus depositarios, están rotos y con síntomas de que la rotura no es limpia y, la gran paradoja consiste en que es la política la única instancia desde la que se puede restablecer el orden democrático. Pero las señales que están enviando al conjunto de los ciudadanos quienes nos gobierna como respuesta a la exigencia de restablecer la confianza perdida, son muy desalentadoras.

Afronta su fracaso, buscando chivos expiatorios constantemente, apropiándose de las instituciones, intentando convertir las legítimas críticas a su gestión en ataques a esas mismas instituciones, criminalizando el inevitable conflicto que provoca una acción de gobierno hecha premeditadamente en contra de la mayoría.

Esto, los más burdos. Otros en los momentos en los que la Nación ha desaparecido como expresión de un territorio, que además de símbolos se constituyó para garantizar derechos, esto último parece olvidarse con facilidad, van y la plantean como solución trascendente. Con todos mis respetos para aquellos que todavía les cuesta trabajo entender que precisamente porque somos iguales somos diferentes, el lío este de la soberanía y el derecho a decidir que se ha montado la burguesía catalana, es eso, un lío.

Hace meses que la calle se está convirtiendo, en el espacio por excelencia de la “Política”, desbordando a diario las formas tradicionales de representación. La democracia ha de conseguir necesariamente establecer nuevos cauces de representación porque los acontecimientos están superando con creces la estrechez del voto delegado como el único procedimiento.

 Y sí o sí la izquierda está mucho mas concernida en ese reto. La derecha desprecia la Política, la ha vivido históricamente como un obstáculo para sus negocios y desde que la Política se impuso como una conquista de los pueblos, ha trabajado constantemente para corromperla y destruirla.

 No solo para el rescate el tiempo se acaba, también se acaba para restablecer los vínculos entre los representantes y sus representados. A todas luces, la criminalización de quienes expresan con más ahínco esa exigencia, es de todos los caminos el más equivocado, pero el mero discurso formal y bienintencionado tampoco le va a la zaga.

Rasear el cuero