jueves. 28.03.2024
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Tras el 26J se puso de manifiesto que los corruptos están en alza, que el olor a podrido “les pone” a ocho millones de españoles

Nunca en la historia reciente de este país, llamado España, se había mentido tanto y retorcido la verdad hasta límites insoportables. Como si una falsedad, tras mil veces repetida, se cubriera con el manto de lo honorable y la noche se confundiera con el día. Los ciudadanos, abducidos por los medios de comunicación al servicio de la contaminación informativa, llegan a dar por cierto aquello que la razón niega. Se manipulan medias verdades, que no dejan de ser la peor de las mentiras. Desde el pasado 26J somos espectadores de maniobras de la confusión. Intentan decirnos que no estamos jodidos, que estamos jodiendo, situados al borde del éxtasis, cuando la realidad nos muestra el abismo a nuestros pies.  

De todos es sabido que la Constitución, de la que nos hemos dotado allá por el 78, manifiesta que disponemos de un sistema  político en el que el poder ciudadano reside en el Parlamento. Trescientos cincuenta diputados son depositarios de la voluntad popular y a ellos corresponde nombrar un Presidente que dirija al poder ejecutivo. Los españoles no elegimos al presidente del gobierno, son nuestros representantes quienes lo eligen y, mediante acuerdos, negociaciones o mayorías es nombrado como tal. Un sistema donde la política alcanza su máximo valor: llevar a cabo programas mediante el arte de negociar, pactar entre diversos.

Tras el 26J se puso de manifiesto que los corruptos están en alza, que el olor a podrido “les pone” a ocho millones de españoles. Nada que añadir, salvo que eso afecta al resto de los ciudadanos y dos tercios estamos en las manos manchadas del tercio restante. Los resultados son conocidos: la derecha gana cómplices, los socialistas salvan los muebles, rehenes de sí mismos, en su camino a ninguna parte. Los que acaban de llegar se llevaron las tortas. Ciudadanos se desinfla al comprobar cómo los votantes arrepentidos vuelven a la marca original. Por último, Pablo Iglesias ha encargado buscar al millón de votos evaporados entre Izquierdas y Unidas. 

En un discurso disparatado de proporciones colosales, todos a una, pretenden cambiar nuestro sistema parlamentario en presidencialista y descargan sobre las espaldas de un PSOE catatónico la responsabilidad de desatar el nudo formado por cretinos, soberbios, corruptos y mentirosos en el que nos encontramos. ¿Qué hemos hecho los españoles para merecer esto? Incapaces, los populares, de añadir ni un solo diputado a los suyos -nadie quiere comerse ese marrón- Un partido apestado con un presidente incapaz de negociar ni el menú de la Cantina del Congreso, tan acostumbrado a lo absoluto que ignora, por ignorancia, lo relativo. La llaman bloqueo de los perdedores a la incompetencia del aspirante.

Los representantes de los grupos parlamentarios acuden a consultas a Zarzuela, para “borbonear” con el ciudadano Felipe. El gesto real y todo su protocolo es un fiel reflejo de la inutilidad de una institución en consonancia con el país. ¿Quién paga esta  ronda? Por responsabilidad de Estado que pague Sánchez, se oye al fondo un coro desafinado.

Sería una irresponsabilidad de colosales dimensiones que el principal partido de la oposición facilite la gobernación del país a quien representa el polo opuesto a su ideario. Sería un engaño a la ciudadanía aceptar un cambalache entre el hambre y las ganas de comer. Con políticas diametralmente opuestas, no puede ser la oposición el cómplice, muy al contrario, la complicidad la debe negociar el aspirante con su vecindario ideológico. El encargo recibido de Felipe puede convertirse en una cobra, en caso de no conseguir adeptos. Vale, de acuerdo, no me digan más, ya sabemos que tratándose de Rajoy, cualquier posibilidad se diluye entre paseos apresurados y baños solariegos en riveras cristalinas.     

Rajoy sé fuerte, vete