viernes. 29.03.2024
follar250
Foto: Walter C. Medina.

Según un estudio realizado por la Universidad norteamericana de Columbia, follamos cada vez menos. A los especialistas no les extrañará (me refiero a los psicoanalistas, sexólogos, sociólogos y/o urólogos, y no a quienes baten récord de inacción sexual y analizan sus consecuencias).

Un artículo publicado en una conocida revista estadounidense de psicología anunciaba en 1995 que la tendencia de la lívido estaba a la baja. En detalle, el informe revelaba que la variadísima oferta audiovisual, Internet y las nuevas pautas de entretenimiento on line, la globalización y la democratización de la información y del ocio, influían de manera notable en el despertar o el apagarse del apetito sexual.

Buscando un par de calcetines me encontré con la revista que en su portada publica este informe sobre la tendencia a la baja generalizada de la libido. El título del mismo reza “¿Por qué no tengo ganas?”. Al pie del texto se alza una fotografía de estudio en la cual se aprecia a una joven y hermosa mujer enfundada en unas sexis bragas lila, tumbada de espaldas sobre una amplia cama, con una bien lograda mueca de insatisfacción en el rostro y un falso manto de incertidumbre enturbiándole la mirada. “¿Por qué no tengo ganas?”. El artículo expone las opiniones de diversos profesionales y especialistas, pero también de gente de a pie, quienes en mayor o menor medida coinciden en los factores que pueden estar provocando esta suerte de pandemia de abulia sexual que, según datos más recientes, continúa extendiéndose.

Me detuve en un apartado de esta nota de tapa en donde la doctora A. Paterson (sexóloga) transcribe su entrevista con una joven pareja que -al menos hasta el momento de dicha publicación- llevaba once meses sin follar. Paterson pregunta. ¿Cuántas veces solían hacerlo durante la primer semana de estar juntos? La respuesta es todos los días. Pregunta Paterson luego acerca del primer día, que cómo y dónde se han conocido. En Acapulco, responde la pareja. Ambos estaban de vacaciones y se conocieron en la Playa Diamante, tomaron un margarita, dos tequilas y lo que siguió luego fue un revolcón que duró -según ellos- desde la noche de un sábado hasta la tarde de un viernes. Al final de las vacaciones intercambiaron teléfonos y se despidieron con un beso. Ella regresó a Baltimore y él a Denver. Pero al cabo de pocos meses de intercambiar llamadas decidieron vivir juntos; él fue en busca de ella y lo que sucedió luego podría resumirse diciendo que Baltimore no es Acapulco y que conocerse en vacaciones no es igual a continuar conociéndose en la vida no vacacional. Para poder seguir estando juntos a él no le quedó más remedio que ponerse a trabajar. A pesar de su dilatada experiencia laboral en rubros variados, de todas las opciones que ofrecía el periódico dominical, era la que publicaba una hamburguesería de carretera la que más se asociaba a su Currículum Vitae. “Se precisa joven de 20 a 45 años, sin experiencia. Inútil presentarse sin documentos” (supongamos que por un momento él creyó que se trataba de dos anuncios distintos). “Dos oportunidades en el mismo día”, pensó. Supongamos también que luego corroboró que “Inútil presentarse sin documentos” no era una oferta laboral en sí, sino que se trataba de una extensión -con fines de advertencia- del anuncio de la hamburguesería.

Y allí comenzó él a pasar nueve horas al día en turno cortado de cuatro horas y media cada una. Para ella no fue fácil. Lejos había quedado ya la imagen de aquel joven de 20 a 45 años que apenas unos meses atrás, bronceado y sonriente, le ofrecía un margarita y dos tequilas que serían el cóctel detonante de una semana de sexo desbocado. Mucho más lejos aun cuando lo veía entrar al piso que rentaban ahora a medias, cansado y hediondo a doble especial completa con tres raciones de patatas fritas. Que él pudiese ahora despertar en ella el mínimo instinto sexual, era prácticamente imposible, al menos en las condiciones en las que regresaba a casa cada noche (y también en las que se marchaba cada día). Ni una sola mueca de dicha esbozó cuando resultó con el mérito de empleado del mes, lo cual le valió una importante carga de responsabilidad mayor, como por ejemplo el balance de caja, la atención a los proveedores, y por su puesto un bonito retrato suyo que adornó durante treinta días una de las paredes del pasillo que conducía a los baños (que también comenzó a higienizar él como parte de los beneficios de haber obtenido aquel galardón). “Creo que yo me deseroticé”, confiesa él a la Dra. Paterson en una parte de la entrevista, y agrega “Y ella dejó de verme como a un hombre. Perdí mi masculinidad” (y suponemos que mientras afirma esta idea, ella está detrás, planchándole el gorro del trabajo que lleva bordada la razón social de la hamburguesería en la que curra).

Seguramente usted ha oído casos como estos, en los que la cotidianeidad en nada se asemeja a las noches de Acapulco y la carrera por mantenerse con vida erosiona una de las mejores razones de la existencia. Y no es necesario dejarse la piel en una casa de comidas rápidas para que esto suceda, al menos la Dra. Paterson así lo afirma, explicando que “las jornadas extenuantes de trabajo de oficina también influyen en la disminución del apetito sexual de hombres y mujeres jóvenes”. Sin embargo el motivo con mayor peso de esta apatía sexual parece ser la oferta de entretenimiento que ha logrado, en las últimas décadas, un importante número de nuevos adeptos. Asegura Paterson que “los juegos on line, las redes sociales y una infinita variedad de canales de televisión, afectan al deseo sexual, adormeciéndolo e incluso reemplazándolo”.  En este punto puedo imaginar a la pareja de Acapulco reflexionando los planteos de Paterson: “Está bien. Este último año no follamos pero hicimos otras cosas. Fuimos a trabajar, asistimos a compromisos sociales y hasta nos comprarnos un plasma de cuarenta y dos pulgadas. Claro, con 145 canales en HD, quién piensa en follar”

Si a la necesidad de un empleo para subsistir le agregamos la variada oferta de entretenimiento y a esto le sumamos los vaivenes emocionales que produce la amenaza de quedarse fuera del sistema de un día para otro y sin previo aviso, tendremos los condimentos suficientes para la disminución del apetito sexual. Esta es la opinión de Paterson y no necesariamente la mía, puesto que yo sostengo la idea de que únicamente follando pueden contrarrestarse todas y cada una de las penurias a las que el sistema nos condena. Pero eso sí, hay que hacerlo pronto, ya que a estas alturas a nadie sorprendería que aprobara el Parlamento Europeo una ley de abolir el deseo, como Joaquín canta en Eclipse de Mar.  

¿Quién piensa en follar?