jueves. 25.04.2024

Desde hace años viene incubándose en algunos territorios de España y de Europa un nuevo movimiento político que podríamos denominar, perdón por la paradoja, apolítico, que es una forma de entender la “cosa pública” mezclando la demagogia populista, el ultraliberalismo económico anti-Estado, la moral católica como moral pública y un nacionalismo de baratillo con fuertes dosis de aldeanismo paleto.

Castilla fue una de las cunas de ese movimiento, pero Castilla, que es una tierra hermosísima, está deshabitada y no tiene peso demográfico ni económico para incidir decisivamente en la política nacional. De modo que, utilizando los medios de socialización a su alcance- que son muchos y variados-, la demagogia y la grandilocuencia emotiva, el movimiento anidó en Madrid y en la Comunidad Valenciana, siendo desde el primer momento la intención de sus patrocinadores, como es natural, extenderlo a todo el país. No es nada nuevo, no aporta ninguna idea, todo lo contrario, se articula en torno a conceptos e instituciones muy antiguas, tanto como años tiene la lucha de los españoles por la democracia y la libertad, o sea, dos siglos.

Cuando hace años muchos pensábamos que la reacción española había quedado colgada en un viejo armario entre bolas de alcanfor que nadie renovaba, resulta que estábamos completamente equivocados, pues los restos de aquel entramado de intereses han vuelto a tomar cuerpo y parecen avanzar entre los aplausos de la multitud. Un movimiento así no reverdece de la noche a la mañana, necesita tiempo, pero resulta llamativo que no haya surgido en las horas sangrientas de ETA o en los periodos de intensa crisis económica, que lo haya hecho cuando la organización asesina estaba en sus horas más bajas y cuando éramos “más ricos” que nunca. Tampoco habría sido posible su renacer con la estrategia pesada, machacona y simplista de un determinado partido político, hacían falta más ingredientes. Empero, para eso estaban la Iglesia Católica, que ve, pese al dinero que recibe del Estado, como cada día acude menos gente a sus suscursales; la Asociación de Víctimas del Terrorismo, tan pendenciera como siempre precisamente cuando menos terrorismo hay y más arropados están quienes sufren esa terrible lacra y una serie de grupúsculos como las cofradías, las comisiones de festejos, las directivas de los equipos de fútbol, las fundaciones para esto o aquello, la mayoría de los medios de comunicación convencionales y toda una serie de instituciones que sirven para formar cuadros directivos y para extender una ideología “castiza” y racial. Si bien estas últimas no tienen la importancia de las primeras ni participan todas, ni mucho menos, de ese “ideal”, las que lo hacen son coadyuvantes necesarios en el proceso de “socialización” de que hablamos.

Hace algún tiempo, un alto dirigente del Partido Popular alicantino decía a un amigo que le preocupaba poco lo que se escribiera en los diarios, pues estaba convencido de que la gente sólo leía las noticias deportivas. Al hablar así, no lo hacía con tristeza, sino como si se tratara de una conquista histórica. Tanto en Valencia como en Madrid, que son las comunidades donde más apoyos ha obtenido la derecha junto a la murciana –en Cataluña también existe otro casticismo, idéntico, con los mismos ingredientes-, los gobiernos del Partido Popular han entregado una parte sustancial de la enseñanza a la Iglesia, que es tanto como decir que le han dado un instrumento valiosísimo para el adoctrinamiento y el control de las “conciencias”. Si a eso añadimos la influencia que sobre todos –no sólo sobre los chavales- tienen los mensajes socialmente nocivos e idiotizadores que a diario nos lanza la televisión, la mesa está servida. Se empieza por decir que todo medio es lícito para enriquecerse siempre que no te “pillen”, que la primera aspiración de todo ser humano es aprender para ser más rico y más poderoso que su amigo; se continúa hablando de lo fácil que es tener dinero, admirando a quienes lo consiguen de forma ilícita y rápida mediante favores, prebendas, amnistías fiscales y todo tipo de corrupciones, tratando de tonto al que vive modestamente, al que cumple perfectamente con sus deberes ciudadanos, dividiendo a la sociedad en buena y mala gente, encomiando la construcción multimillonaria del palacio de la Opera de Valencia y pasando por alto que las escuelas e institutos públicos carezcan hasta de biblioteca, y se termina convirtiendo en santones –mediante la emisión del sufragio- a quienes de ese modo actúan y piensan.

Una vez impregnada la sociedad con esos “valores –tanto tengo, tanto soy, tanto valgo-, cualquier apelación a la solidaridad carece de sentido. Sólo el “mercadillo” benéfico, la limosna, tan opuesta a la Justicia, subsiste. Por eso podemos entender que no se hayan producido protestas contundentes contra los barracones escolares, contra la privatización de la educación y la sanidad, contra la corrupción, la especulación, el encarecimiento de la vivienda, contra la destrucción del medio ambiente, contra los ladrones de cuello blanco. Por eso podemos explicarnos por qué se aplaude al Alcalde procesado por robo o por recalificar terrenos ilegamente, al político que promueve mediante leyes la especulación, al jugador en bolsa que multiplica sus dineros por cien en un solo día, al acaparador de pisos y solares, al que despotrica contra lo público o al que presenta a los inmigrantes como un peligro social; por eso, podemos entender que los ciudadanos hayan llevado al poder a los mismos que idearon esta inmensa estafa de hormigón y finanzas.

Al mismo tiempo –decía Pablo Iglesias hace cien años- que luchamos para mejorar nuestras condiciones de trabajo, debemos luchar por cultivarnos. No hay liberación sin solidaridad, no hay solidaridad sin cultura. Pues bien aquellas palabras maravillosas que sugestionaron a tantos miles de trabajadores de España, que tanto ayudaron a construir un mundo mejor para todos, hoy están siendo sustituidas por otras que llaman al individualismo, a la insolidaridad, a la impiedad de la mano de los dirigentes de ese nuevo movimiento político que tan fuerte ha arraigado entre nosotros y que controla todos los poderes del Estado.

Primitivismo hispánico