jueves. 18.04.2024

Se nota que estamos en una semana de transición porque hemos pasado del olvido del Ecce Homo de la señora Cecilia al vídeo de la compañera Olvido. España, sobrevivida al veraneo, arrincona lo divino para pensar en lo muy humano. Y en esas que nos visita Merkel y hay un revuelo de águilas negras agitando otra vez las ciénagas de la economía y nos esforzamos, disciplinadamente, por seguir la corriente al léxico ingrato de la crisis. En este batiburrillo de desganas, la noticia de la creación del “banco malo” se impone como neón refulgente. Más que nada porque da que pensar e introduce conceptos capitales de la filosofía en la pedestre facundia de lo cotidiano. Vayamos por partes.

Si hay banco malo es porque el resto son bancos buenos. Sea. ¿Pero qué criterio usa el Gobierno o los jefes del BCE o del FMI para dilucidar la bondad o maldad? Como es evidente que no son los que emplean los ciudadanos normales: ¿significa que tales seres han alcanzado ya una purificación que les acerca a lo arcangélico? Mas… ¿no hay bancos regulares?, ¿es el destino de la condición bancaria un maniqueísmo irrefutable, una suerte de gnosticismo hipertrascendental que, guiado por sueños, premoniciones y celestes advertencias, va declarando sus preferencias, edificando mundos o destruyendo esperanzas? Esta teoría tiene, al menos, la ventaja de explicar lo que la presunta racionalidad de los banqueros no puede. La banca buena, pues, es la Revelación. La mala el resultado de la enésima manifestación de soberbia luciferina. (Que la banca vaticana esté siempre malita es cosa que, por ahora, dejaremos correr).

Estoy seguro de que Guindos, que no está para bromas, según nos dice su cara, se limitaría a zanjar estas estupideces de escritor dominguero advirtiendo que maldad o bondad son simples términos descriptivos, para nada valorativos. O sea, le responderíamos, que tanta dilación y tanta meninge alterada es sólo cosa de la permanente maniobra de distracción, que requiere ahora de estas resonancias religiosas, como en otro momento basta con la jerga tecnocrática de las bussines schools. Pero no nos dejaremos engañar por un querubín calvo y cariceñudo: la maldad existe en cuanto que alguien con poder la invoca, eso lo saben hasta los quinceañeros enamorados de vampiros lánguidos y tísicos, aunque no se sienten en las poltronas de los Consejos de Administración ni sean ejecutivos que ganen sólo 500.000 euros al año. Y nombrar la maldad es lo único que le va quedando a los políticos tradicionales, sean los nombrados bancos, funcionarios, arquitectos, parados o diputados de Castilla-La Mancha. Para nuestros gobernantes el mundo está poblado de malos necesarios y sólo ellos están en condiciones de proporcionar una bondad contingente, aunque flexible, que ya dice Rajoy que él también es malo, pero sólo forzado por la realidad. Antes era cosa de manzanas y sierpes. Y era mejor, más poético.

Lo que no sé es por qué no se animan y los que mandan decretan la dualidad universal en todos los asuntos públicos. Podría haber un Gobierno malo que cosechara las críticas de sus evidentes errores; unas Cortes Generales malas que hasta hicieran leyes y estuvieran simbolizadas por dos gatos; un mentiroso malo que mintiera por pura perversidad, sin la urgencia satisfactoria con lo que lo hace el PP; un Tribunal Constitucional malo, que declarara inconstitucionales todas las normas constitucionales, y viceversa; o una TV mala, sin manipulación ni escandalera. ¿Que esto son tonterías? Avive el seso y despierte: ¿no es Fabra el Camps malo, su reverso cuando el de los trajes, agotado, se rindió para ser alma en pena descarnada?, ¿no es Sonia Castedo la versión mala de Alperi, incapaz de asumir su destino con el inmenso desparpajo con que él lo sabía hacer? De Enrique Ortiz no me atrevo a hablar, que luego todo se sabe: macho el Hércules y viva Ikea. (Por cierto: Ikea está empezando a diseñar barrios; los primeros en Hamburgo y Londres. Ahí lo tenemos: Alicante es el Alicante malo del Plan Rabassa).

A estas alturas soy consciente de haber construido, a mi pesar, una teoría débil pero alternativa sobre la maldad en la vida pública: la invención del banco malo nos demuestra que lo que caracteriza a esta época crítica es la inexistencia de una estructura fiable en la realidad que creíamos conocer. No es que nada sea como parece, sino que todo es demasiado como parece, como nos habíamos negado a imaginar y decir, aunque sólo fuera para poder dormir tranquilos en las noches democráticas sin ser tildados de radicales.

Puro y santo, pues, sea Cristiano Ronaldo, ese pedazo de hombre que por el módico precio de 10 millones de euros netos anuales nos pone los pies en su sitio y nos recuerda que la tristeza es algo que nada tiene que ver con los músculos; tampoco con el cerebro, claro, pero ese es otro cantar, como le enseña San Mou del Gran Poder. Ronaldo, pues, se empeña en ser Messi malo. Y todos los que se apasionan por la cosa no es que sean malos, es que son, simplemente, imbéciles. Menos mal que el Príncipe de Asturias se lo dan a dos futbolistas de Madrid y Barça y viceversa, como para demostrar que en lo más importante de la vida, el balompié, los opuestos, a veces, son excelentísimas muestras de bondad. Pero no les creamos. Mire usted la maldad del chófer del rey. A lo mejor sólo cabe un giro: el mejor banco es el banco muerto. Lástima que su sangre sea la nuestra. Viva España über alles y abajo el mal gobierno.

Malo