martes. 23.04.2024
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Cocido Republicano. Encuentros y DebatesEn estos días de grandes fastos institucionales con poca chicha popular no han faltado voluntarios para reescribir una historia que muchos de ellos ni siquiera han conocido. Por ejemplo: ¿Alguien recuerda que pasó exactamente el día y hora de la coronación de Juan Carlos por las cortes franquistas? Pues que entre otras cosas ese día y a esa hora las fuerzas democráticas (principalmente el PCE) convocaron una manifestación pacífica alrededor de la cárcel de Carabanchel donde residían forzosamente los presos políticos de la dictadura. Se exigía Amnistía y Libertad y fue disuelta por la policía. Sin esas luchas por la plena democracia y otras que siguieron hasta la caída del Gobierno de Arias Navarro (franquista acérrimo y antiguo jefe de la policía de la dictadura) la historia de la transición hubiese sido otra. Hoy, ya en democracia, seguir luchando por su profundización y ser conscientes de las lecciones de la historia real (no la novelo- televisada) obliga necesariamente a poner en cuestión democrática el mantenimiento de una dinastía de jefes de estado sin legitimidad en la soberanía popular. Una primera premisa es que habrá que seguir manifestándolo. Al menos para la gente liberal y progresista.

Se derrochan desde el levante al poniente político y por todos los medios hablados, escritos y digitales, multiplicidad de argumentos sobre legitimidades dinásticas y pedigrís democráticos derivados del golpe de estado del 23-F. Es un axioma el que cuando a la naturaleza se la echa por la puerta reaparece por la ventana, pero hay quien se empeña con verdadera energía en cuadrar el círculo. Y no puede ser lo que es imposible. Por mil veces que se recuerde al republicano Bruto como paradigma del traidor, jamás podrá decirse que Julio Cesar era un protector de la República. De la misma forma que nadie, desde los oportunismos más "accidentalístas", podrá demostrar que la forma de estado más democrática es la que se recibe por la herencia genealógica de una dinastía. Particularmente en España cuando, desde 1936, llevamos tres jefes de estado consecutivos no elegidos democráticamente, que han recibido su cargo vestidos con uniforme militar y reciben el mando supremo de las fuerzas armadas al margen de la soberanía popular, es más que difícil comprender de dónde localizan algunos esa legitimidad.

Así las cosas, ¿cuál es la razón para que líderes políticos y dirigentes sociales dotados de reconocida inteligencia y, con ellos, un buen número de profesionales y ciudadanos, mujeres y hombres capaces, todos o una buena parte de ellos asumiendo desde muy jóvenes responsabilidades de dirección en la vida pública y en la sociedad civil, entonen tan al unísono ese canto uniforme a las excelencias de la monarquía como elemento estabilizador de la democracia y de la sociedad española? Una respuesta simplista y muy en boga del discurso partidario emergente es el que todos ellos pertenecen a una "casta" que genera comportamientos e intereses uniformes entre los que se incluye el control de los mayores medios de comunicación social. Sin duda que esa crítica no está exenta de razones de peso. Pero siguiendo esa senda llegamos a la argumentación de que los dos partidos que han gobernado todo el periodo democrático son los soportes bifrontes de un mismo conglomerado de intereses. Aligerando "PSOE-PP la misma mierda es".  

En esa línea de simplificación partidaria de la acción política caminamos indefectiblemente hacia una dualidad tan propia de la negra historia española (y de la negra historia de la izquierda en general). El que los socialistas son los social traidores y social fascistas del año 21 desde el pasado siglo, servidores de la burguesía y gestores del capitalismo ¿Es tan viejo... es tan nuevo? Como reacción, los comunistas ¿los viejos... los nuevos? son los eternos antisitema, marxistas sin patria, ora Moscú, ora Cuba ora Venezuela... Por cierto, unos y otros no han acabado de desprenderse del sambenito antiespañol que se instauró hace decenios. Tras tanta distinción mistificante siguen siendo rojos las criaturas ¿Es que no somos capaces de sacar lecciones adecuadas de la historia? ¿Es necesario releer todos los días "La velada de Benicarló" de Don Manuel Azaña...para no incurrir en los mismos errores y en el mismo infantilismo? Tan viejo. Y si esto fuese así. Si estuviésemos ante un único bloque de intereses representados por una casta política unívoca de derecha a izquierda... ¿Qué futuro tendría entonces un estado republicano solamente sustentado en las posiciones de izquierda "verdaderas"? Probablemente ninguno, simplemente porque ni siquiera llegara a serlo. Y también es imposible lo que no puede ser.

Entre tantos galgos y podencos, los demócratas comprometidos con las ideas de progreso social, sean cual sean sus variantes, no pueden entrar en la eterna lucha de contrarios y contradicciones inabarcables para la comprensión humana que dificultarían aún más abordar el meollo de este asunto. ¿Es que España, versus los españoles, no estamos preparados para dotarnos de un sistema de poderes y representación institucional plenamente democrático que incluya la elección de todos los poderes del estado? ¿Si esta pregunta se sometiese a referéndum que resultados tendría? ¿Qué debates necesarios conllevaría? Esa es la gran responsabilidad de madurez democrática de la izquierda española en lo que respecta a la forma del estado. De entrada tendría que alejarse de la disyuntiva clásica “Monarquía o República” heredera inevitable de nuestro conflicto civil de hace un siglo. Y, desde luego, el bloque amplio de mayoría social para que esa pregunta fuese respondida afirmativamente por la mayor parte de la ciudadanía tampoco debería parirse desde la confrontación clásica, vieja y obsoleta del enfrentamiento dialectico suicida propia de una izquierda que no parece haber superado ideológicamente las entreguerras calientes y frías del siglo XX, tanto españolas como mundiales. Si la izquierda (las izquierdas) no es capaz de consensuar ideológicamente un marco de mayorías en un tema de ese calado, ¿como va a convencer y sumar a los sectores de la derecha conservadora democrática imprescindibles para alcanzar ese objetivo?

Decía Antonio Gramsci (tan admirado hoy por la izquierda emergente del 25-M) que una ideología llega a vencer verdaderamente cuando deja de serlo y se convierte en sentido común. En 1978 la democracia era una aspiración protagonizada durante décadas solo por una parte de la sociedad que defendía en condiciones extremas una serie de valores democráticos. Se decía entonces (casi como ahora en lo que a la forma del estado se refiere) que el pueblo español no estaba preparado para la democracia, que todas nuestras experiencias democráticas y republicanas habían acabado más pronto que tarde y en enorme tragedia civil. Dicho esto, claro está, por los sectores de la sociedad que siempre habían protagonizado y propiciado esas tragedias.

Pero algo intenso y profundo irrumpió en la sociedad española desde 1975, en la que los nietos de los protagonistas de tanto desgarro dialectico entre las izquierdas de casi un siglo atrás afrontaron un objetivo común,  para el que según el pensamiento conservador España no estaba preparada y no disponía de la madurez necesaria. Ese ímpetu, ese viento de fronda cambio a la sociedad en un plazo muy corto porque se cumplió una premisa esencial: El pueblo habló en las urnas y lo que era un programa de partidos clandestinos, contubernios, juntas, plataformas, platajuntas y arengas de facultad, lo que se expresaba en gritos del movimiento obrero y civil emergentes que surgían de decenios de lucha por la libertad  se convirtieron en sentido común. Tanto sentido común que hoy pretenden adoctrinarnos con él los que a él se opusieron. Pero eso significaba no más que habíamos vencido. Que los demócratas, a los que se sumaron un nuevo centro derecha democrático proveniente de la propia dictadura, alcanzaron un grado de acuerdo que produjo una gran mayoría social. Que el pueblo español ganó la democracia. Esa para la que no estaba ni maduro ni preparado

Los que en mayor o menor medida estuvimos allí. Los que vivimos esa época, ni podemos ni debemos pasar factura por ella a las nuevas generaciones porque era simplemente nuestro deber y nuestra obligación ciudadana luchar por la libertad y pactar si era necesario para conseguirla. No tenemos de  que arrepentirnos por haberlo hecho mediante un consenso que favoreciese una reconciliación nacional ¿así se llamaba, no? Pero tampoco  podemos cuarenta años después condicionar el futuro de nuestra nación con una suerte de ¿responsable? "miedo a la libertad", exigiendo a los nuevos actores de un cambio necesario que partan religiosamente de aquellos compromisos y, desde luego, resulta inaceptable (como hoy nos ilustra la encuesta precocinada del diario El País) que el único o mejor “preparado” para protagonizar, arbitrar y asumir la responsabilidad de una etapa de crisis, que exige una gran mayoría política y social para resolverla y que afecta a todo un país, sea un Rey. Eso sí que va contra todo sentido común. Los que, insisto, estuvimos allí   no debemos avalar estúpidamente un relato doctrinario  de la transición y tenemos la responsabilidad de procesar correctamente aquella información, no aceptando como nuevo  lo que tan viejo es. Ahora que los términos "tiempo nuevo"  y "estar preparados" se han constituido casi en una religión mediática, hay que afirmar categóricamente que el pueblo español siempre está y ha estado preparado para gobernarse a sí mismo. Y en su plenitud, no accidental, ese modelo de estado solo tiene un nombre: República. Vamos, de sentido común...

La madurez democrática de la izquierda. ¿Estamos preparados?