viernes. 19.04.2024

Es curioso cómo funciona el ser humano en cuanto a su afectación por los sucesos. O tal vez habría que decir cómo se informa sobre los hechos. O cómo nos informan desde los púlpitos de los grandes medios de información de masas.

Curioso (que excita la curiosidad) mundo el nuestro. Frente a las catástrofes, de cualquier tipo, esos medios de comunicación (término que habría que restringir y usar con más cuidado puesto que informan más que comunican, pero eso es otro asunto) nos presentan dos variantes: la tragedia o el espectáculo.

Para los críticos de la información, los que creemos que existe otro tipo de comunicación, habría que cuidar lo que se dice y cómo se dice. Es decir, habría que hacer una comunicación más social, más comprometida y humana. Mario Kaplún decía que "definir qué entendemos por comunicación equivale a decir en qué tipo de sociedad queremos vivir".

Se prioriza lo que pasa sobre el por qué pasa. Con el agravante de dar por hecho que la gente sabe la historia, que conoce las causas y que va a entender lo que se le dice. Y no sucede así. La comunicación no sólo ha de contar los hechos, informar, sino que tiene que explicarlos.

Dice Sacaluga, al referirse a lo que supuso el tsunami de 2004, que informativamente triunfó (sin que en este caso la “victoria” tenga mérito alguno) el “evenement”, el espectáculo, frente a la información comprometida. Importaban más las imágenes dantescas y las cifras que las causas que provocaron el desastre y las consecuencias sociales que tendría. También Erro nos ha avisado a menudo de la infopolución, del exceso de información que más que informarnos nos desinforma. Y Chomsky y Ramonet de “cómo nos venden la moto”.

¿Por qué toda esta disertación? Porque es muy chocante, por lo extraño, cómo recibimos y hacemos llegar las noticias. En esta ocasión me estoy refiriendo a dos asuntos de rabiosa actualidad en los medios: la matanza en Noruega y la hambruna en el Cuerno de África.

Tecleando el 27 de julio de 2011 en el buscador de noticias de Google “la masacre de Noruega”, después de advertirnos que no cuenta con “la” ni con “de” nos da 3.675 resultados (si sustituimos masacre por matanza se elevan a 3.813). Si en esa misma panacea de la información tecleamos “la hambruna en el cuerno de África” (no tiene en cuenta ni “la”, ni “en”, ni “el”, ni “de”) nos rebota un total de 1.390 entradas (que, también curiosamente, se reducen a 1.128 si cambiamos la hambruna en el Cuerno por el hambre en todo el continente).

Si, continuando con nuestro afán de curiosear por la información difundida, visitamos esa misma mañana las páginas digitales de dos diarios nacionales de contrastada profesionalidad y, en su sección de Internacional, contamos las noticias que aparecen, el resultado es que en EL PAÍS, de un total de 17 noticias, 6 se refieren a Noruega y 2 al Cuerno de África, y en Público, de las 27 noticias relacionadas, 12 tienen que ver con Noruega y sólo 2 con el continente africano.

Por lo que las noticias que nos llegan nos “mediatizan” y parece que “nos venden” que es más relevante informativamente el atentado terrorista de Oslo que la catástrofe humanitaria del este de África.

La tragedia del Cuerno de África es un tema que viene de lejos y va para largo. Desaparecerá de las portadas, esas que apenas ha ocupado en relación con los grandes titulares dedicados al país del norte de Europa, aunque siga produciendo víctimas.

El espectáculo de Noruega, por inaudito, es un hecho, lamentable y execrable pero puntual y concreto que deja decenas de muertos y que ha perpetrado alguien que su abogado define como “chalado” y que la sociedad nórdica, estupefacta, quiere procesar por crímenes contra la humanidad para que cumpla más años de internamiento en un centro penitenciario.

¿Cómo habría entonces que juzgar la situación en Somalia y sus países vecinos? ¿Quiénes serían los responsables? ¿A quién habría que sentar en el banquillo de los acusados?

El acto terrorista noruego, que ha segado la vida de 73 honrosas personas blancas, ha tenido la respuesta de gobernantes de todo el mundo que han presentado sus condolencias. Han dado respuesta y pésame desde el papa Benedicto XVI en su homilía hasta los sindicatos en solidaridad con sus hermanos laboristas noruegos. Desde la Unión Europea hasta la Casa Blanca.

Sin querer quitar valor a las distintas víctimas, la hambruna africana que pone en riesgo la vida de 10 millones de personas, sí 10.000.000 de seres humanos de raza negra, no recibe sino mensajes vacíos para contentar conciencias. Las ONG declaran estar desbordadas; la secretaria de Estado de Cooperación Internacional, Soraya Rodríguez, afirma que es un drama y que son las mujeres el rostro del hambre; el secretario general de la ONU dice que hacen falta 1.600 millones de dólares, mientras el Banco Mundial “ofrece” 348 millones, poco más del 20%.

En la crisis económica que padecemos, las cifras estimadas del fondo de rescate a la banca dicen que sólo el Deutsche Bank ha recibido cerca de 20.000 millones. Un capital que multiplica por doce el que cubriría las necesidades de esos países africanos que están ahora en crisis social y humana.

A esta comunicación es a la que nos referíamos al principio. Esas son la tragedia y el espectáculo. Pero no pasa nada.

Sigamos hablando de fútbol, de fichajes que pretenden pagar auténticas millonadas a jóvenes imberbes procedentes de países que necesitan seguir buscando un desarrollo sostenible para combatir la pobreza y salvar sus ecosistemas.

Ignoremos que, según la UNESCO en su Informe de Seguimiento de la Educación para Todos en el Mundo 2011, con el equivalente de lo que los países donantes de ayuda internacional dedican en seis días a gastos militares se podría cubrir todo el déficit financiero externo, unos 16.000 millones de dólares, que padece la Educación para Todos.

Otra comunicación es posible.

La tragedia y el espectáculo