viernes. 29.03.2024

En estos días se están constituyendo los nuevos consistorios y los nuevos gobiernos regionales, fruto de las elecciones del 22 de mayo. Cientos de alcaldías han cambiado de manos, pasando en su inmensa mayoría a poder de la derecha (PP y CiU). El resultado final del proceso es pavoroso para la izquierda tanto desde el punto de vista cuantitativo como del cualitativo, por el número de alcaldías obtenidas por la derecha por mayoría absoluta, más las que le ha regalado IU “de propina”, por la pérdida de casi todos los gobiernos autonómicos que detentaba y por haber desaparecido prácticamente de sus viveros de voto tradicionales. Ha sufrido un fuerte retroceso electoral y ha  perdido su poder autonómico y municipal. En suma: una catástrofe política sin paliativos.

Pero con ser esto gravísimo para la izquierda, que siempre ha tenido su base en el mundo municipal, no es lo peor. Lo aterrador es que ninguno de los dos partidos que la forman se ha dado por enterado de lo que verdaderamente les está pasando.

IU, en medio de su propio caos, disfruta de una especie de euforia etílica –es decir, solamente explicable por razones químicas – por haber cosechado 220.000 sufragios procedentes de la sarracina general del millón y medio de votos socialistas. Y el PSOE da la impresión de hallarse como un boxeador noqueado, al que levantan de la lona y que mira al público sin verlo, como envuelto en una niebla de incredulidad y sorpresa.

Ni IU, ni el PSOE se han mirado al espejo. Si lo hicieran, verían a lo que han quedado reducidos tras las últimas elecciones y, sobre todo, podrían percatarse de lo que les espera, como cuando un buen día descubrimos al afeitarnos a ese señor que nos mira desde el espejo con cara de asombro y susto.

El PSOE constataría que ningún taumaturgo, por genial que sea, le puede salvar de lo inevitable. Que lo que ha pasado, no es que los del PP sean muy buenos y hayan encandilado al personal, que al suyo propio lo tienen siempre a favor, hagan lo que hagan. Que lo que ha sobrevenido es el abandono en masa  (defección, dicen, pero a mí me suena escatológico el término) de cientos de miles de votantes habituales o potenciales, que se han pillado el cabreo del siglo y han decidido largarse con su voto a su casa o a la calle. Cabreo por la política general, agravado en muchos casos por factores de tipo local.

IU, sin dirección, ni brújula, ni horizonte, caería en la cuenta de que tiene ya fijada su fecha de caducidad. Con sus mejores parlamentarios, como Sabanés y Llamazares, marchándose a Equo o creando otra cosa tras verse excluidos por haberlo hecho bien, cosa imperdonable en esa formación política.

El PSOE tiene la oportunidad de aprovechar lo único útil de las derrotas, que es la ocasión de hacer una profunda autocrítica, un análisis de las razones de fondo que han llevado al desastroso resultado y proceder a una reconversión, ya que el ERE es inevitable, para ofrecer al electorado un nuevo proyecto político auténticamente socialdemócrata en lo económico, avanzado en lo social y renovador en lo político. Que cambie de arriba abajo la estructura organizativa cerrada y avejentada del partido y la adapte a las exigencias de participación que reclaman los nuevos movimientos sociales como el del 15-M. Y sobre todo, que transforme sus actitudes, que acabe con esa forma de hacer política en la que las mayorías laminan y excluyen a las minorías, en la que priman las ambiciones personales y de pandilla, para ser sustituida por el diálogo, el debate y el trabajo colectivo en el partido y con la sociedad. Que configuren unas nuevas reglas de actuación, retornando a las raíces de la ética socialista, que hagan imposible que candidatos imputados concurran en sus  listas electorales o que personas condenadas por haber cometido delitos, sean cuales fueren y más aún si es prevaricación – el delito político por excelencia - , puedan desempeñar cargos de ningún tipo.

La izquierda española ante el espejo