jueves. 28.03.2024

Cuando se empieza afirmando que “lo llaman democracia pero no lo es” para referirse al estado de derecho que hemos construido en España por voluntad del pueblo soberano sobre la base de la Constitución o que “no nos representan” para referirse a los diputados, senadores, eurodiputados, parlamentarios regionales y concejales que hemos elegido por sufragio libre, directo y secreto (ampliando la descalificación a ministros, consejeros autonómicos o alcaldes), se utiliza la demagogia para faltar a la verdad. Cuando se criminaliza a los “políticos” –así, sin distinción alguna de mérito y capacidad- por el mero hecho de dedicarse a una actividad pública al servicio de la ciudadanía, se considera a los partidos –columna vertebral de la democracia, según la Constitución- un nido de corruptos sin mayor miramiento y se niega la legitimidad de las instituciones, se da un paso más hacia la delgada línea roja que separa lo aceptable de lo que no lo es. Y, finalmente, cuando se agrede, zarandea, acosa, persigue, insulta o escupe a quienes acuden a los parlamentos a representar a los ciudadanos porque han sido elegidos para ello, cuando se acorrala a un alcalde o se asedia un ayuntamiento, esa línea roja ya se ha traspasado.

Con alegría y desparpajo han sido muchos los comentaristas y creadores de opinión que se han sumado a animar expresiones como “lo llaman democracia pero no lo es” y “no nos representan”. Son los mismos que todavía seguían observando complacientes la criminalización de los políticos y la deslegitimación de las instituciones. Ahora es de esperar que condenen los ataques a la libertad que se han perpetrado en Barcelona, Madrid, Valencia y tantos y tantos lugares a lo largo del mes de junio. ¿O no?

Nunca me ha gustado la democracia del megáfono y el voto a mano alzada. En realidad, no es democracia. Es otra cosa: aquella situación en la que gana casi siempre quien más grita consignas demagógicas, decide donde y cuando acaban los debates, formaliza con velocidad de la luz la toma de decisiones (interpretando a su antojo mayorías y minorías…disidentes) y donde manifestar la opinión propia, si es discrepante, se convierte en algo arriesgado en ausencia de urnas, papeletas y cabinas de votación.

Democracia solo hay una: la constitucional, la del estado de derecho, la de las libertades y los derechos humanos, la del pluripartidismo, la de los sindicatos, la del voto libre, directo y secreto. Vaya, la democracia, sin más y sin menos.

Una democracia en la que se pueden cambiar las políticas, sustituir a quien gobierna y sacar de las instituciones a quienes las forman en un momento dado. ¿Cómo? A través del voto libre, directo y secreto, la organización para la defensa de los propios intereses y puntos de vista, la manifestación pacífica y respetuosa con los derechos de todos, la libertad de expresión e información y la huelga. Democracia, sin más y sin menos.

Estoy seguro de que la enorme mayoría de quienes se sienten parte del Movimiento 15-M o se denominan “indignados” ni han traspasado, ni traspasarán ni están de acuerdo con que se haya traspasado aquella delgada línea roja; ni han agredido ni aplauden que se haya agredido a los representantes de la ciudadanía; ni han cercado ni apoyan que se cerque las instituciones. Pero hay quien, al albur de los acontecimientos, sí lo ha hecho. Con ello han manchado el nombre del  Movimiento 15-M y la calificación de indignados. Corresponde a ambos limpiarlo con nitidez y rápidamente, si quieren hacerlo: es su responsabilidad.

Por cierto, curioso lo de los indignados violentos: se supone que iban a protestar contra la corrupción o los recortes y, al final, con su enorme “valentía” frente a ciudadanos pacíficos que a la vez son diputados, han conseguido que no se hable ni de una ni de otro: han tapado a ambos. ¡Una auténtica victoria!

La estrategia de la tensión –hay tantos y tantos ejemplos en la historia- termina provocando una reacción que beneficia objetivamente a las posiciones más conservadoras y debilita a las progresistas. Pero eso es hoy lo de menos, pues lo más importante es que han atacado a la democracia y, en realidad, a todos los ciudadanos. Una vez más, hay que defender la democracia, como no hemos dejado de hacer desde que la conquistamos –sí, conquistamos-.

Ya sabemos que los ejércitos de la cachiporra nacen y crecen en situaciones políticas y económicas complicadas. Se aprovechan de otros que hablan sinceramente, de buena fe. Pero, atención, pueden terminar prevaleciendo respecto a estos. A no ser que estos sean los primeros en desarmarles dialécticamente, empezando por racionalizar sus propios mensajes. Espero que se estén dando cuenta y actúen en consecuencia, sin medias tintas.

La Unión Europea y España han alcanzado su enorme progreso democrático y social –incomparable con otras partes del mundo- porque son democracias y economías sociales de mercado, como establecen sus tratados y constituciones. Incluyendo la Constitución Española de 1978, de cuya vigencia y fuerza estoy desde el 15 de mayo más convencido que nunca.

Por cierto: yo siempre he estado indignado. Por eso ingresé con quince años en la Juventud Comunista y por lo mismo milito hoy en el PSOE y estoy afiliado a Comisiones Obreras: para cambiar las cosas. Y tan orgulloso que me siento.

La delgada línea roja