jueves. 28.03.2024

Antonio Gutiérrez cumplió con la palabra dada: votó en contra de la orden tajantemente explícita del Consejo de Administración. El resto, perinde ac cadaver, apretó el chisme votacional –o sea, la prolongación orgánica de sus intereses- y, callando moralmente para siempre, siguó el dictado del manager, el presidente-director general. Todos ellos, por descontado, han arruinado las capacidades, reales o hipotéticas, de renovar su partido cuando la tarde languidece y renacen las sombras. Esto es algo que se deberá recordar cuando, una vez consumado el tránsito, aparezcan voces disfrazadas de aire fresco. Y, comoquiera que las sedicentes renovaciones están siempre vigiladas (e incluso autocensuradas) no parece vislumbrarse que ese sistema-empresa pueda dejar de ser lo que no ha querido ser.

Ahora bien, el 20 de Noviembre está a la vuelta de la esquina. Posiblemente el batacazo electoral del PSOE no será tan grave como lo anuncian los todólogos de diversa condición, pero será más contundente de lo que espera su sistema-empresa. Miles de accionistas serán desalojados de sus responsabilidades y se unirán a los que fueron desalojados en los anteriores comicios electorales. La inmensa mayoría de ellos no tendrán fácil acomodo, porque la mies es poca para tantos segadores. Digo y recuerdo que el 20 de Noviembre está al caer.

Mis predicciones, en base a las evoluciones anteriores son las siguientes: Izquierda Unida subirá, pero no como esperan sus dirigentes. Posiblemente, será la abstención –especialmente en la izquierda submergida- quien se haga con el cretino beneficio de los desperfectos que ha provocado el Consejo de Administración. Cierto, lo que ha sucedido hasta la presente no tiene por qué volver a ocurrir. Pero ello está en la naturaleza de las cosas de la vida y de las evoluciones electorales. De ahí la necesidad de un revulsivo que pueda romper esa tradicional tendencia. Que, como hipótesis –que no es equivalente a certeza—abra la posibilidad de un resultado objetivamente digno para las izquierdas. Para las izquierdas que se hayan conjuntado, quiero decir.

Unos resultados levemente mejores de Izquierda Unida, tal como es ahora mismo, no bastarán. De manera que sólo queda organizar el revulsivo. Esto es, la más grande confluencia que la izquierda quiera y sea capaz de poner en marcha. Es decir, lo que aproximadamente plantea Gaspar Llamazares, una persona temperada cuya voz es necesaria en el panorama político. Si ello no se pone en marcha, es de cajón que sus responsables serán -por activa, pasiva y perifrástica- quienes asuman las consecuencias de su molicie y haraganería. Porque aquí lo que está en juego no es la supervivencia de tal o cual formación de izquierdas, sino las condiciones de vida de la gente y el peso real de las izquierdas: o, lo que es lo mismo, el carácter de nuestra democracia. Así es que … ¡ustedes dirán!

La coalición de izquierdas